LA ALIANZA FILOSOFÍA-RELIGIÓN COMO FORMA DE CONOCIMIENTO

Por: Claudia Tamaríz

Después de la disolución del imperio romano y cuando Europa en general se encontraba en una profunda crisis social y económica, la religión va a recobrar especial fuerza y autoridad como modo de conocimiento , explicación y aceptación del mundo, pues representaba, principalmente para los esclavos desesperados por el sistema que los agobiaba y del cual parecían no poder escapar, la referencia a la que podían asirse para resistir y aceptar el infortunado estado de cosas que “les había tocado vivir” en este mundo, recibiendo a cambio la oportunidad de acceder a otro mejor.

Este fue el momento en que las religiones salvacionistas, el Cristianismo en Occidente y el Islamismo en Oriente -que sugerían un ritual simple y muy personal, sustentado en la creencia de un solo Dios y en un paraíso después de la muerte-, prosperaron y adquirieron fortaleza al ofrecer una esperanza de salvación para la población que parecía no tener acceso a mejores condiciones de vida, en relación con las clases altas, y también en oposición a lo que la cultura clásica, considerada opresora y pecaminosa, había establecido.

Al parecer fue ésta una época en que era necesario que el hombre contara con una referencia consistente doctrinaria, ética y moral, con religiones basadas en un sistema fijo de creencias y con los medios para mantenerlas: un clero jerarquizado y rituales fijos.

Por eso : “El esfuerzo intelectual se orientó en otras direcciones, poniéndose principalmente al servicio de esa característica radicalmente nueva de la civilización <<la fe religiosa organizada>>” (Bernal, 1986 :270).

Con ello el pensamiento humano y, por tanto el conocimiento en general, quedó profundamente encauzado hacia y por la religión, que a su vez instituyó a la inspiración y a la revelación como las fuentes de verdad y significado.

“Del siglo I en adelante, el misticismo filosófico se fundió con las religiones de la salvación, entre las cuales fue el cristianismo la que tuvo más éxito. Su rasgo intelectual común era su confianza en la inspiración y la revelación como fuentes de la verdad superiores a los sentidos y aun a la razón ...” (Ibidem. :249)

No obstante que en un principio el cristianismo prendió y fue asimilado por las clases bajas se abrió más tarde a los niveles cultos de la población, especialmente cuando resultó evidente para el imperio que de no apoderarse de la Iglesia éste se vendría abajo.

“Al comenzar el siglo IV, era claro que el único modo de salvar al imperio consistía en apoderarse de la Iglesia” (Ibid. :275).

De hecho, como José Luis Romero afirma:

“... fue Constantino quien imaginó, con extrema agudeza, invertir la política (hostil al cristianismo) de su antecesor (Diocleciano) y propugnar una unificación espiritual basada no en la vieja religión, que parecía no decir ya nada a los espíritus, sino en esta otra que apelaba a los sentimientos y, sobre todo, contaba con una vasta y vigorosa organización eclesiástica capaz de convertirse en eficaz apoyo del poder imperial” (Romero, 1981: 107).

De esta manera el cristianismo, inicialmente antagónico hacia la cultura clásica por su misma situación de religión proscrita pero ahora tolerada e incluso declarada religión oficial por el emperador Teodosio, empieza a simpatizar con el Imperio Romano al grado de que, posteriormente, con las invasiones bárbaras del siglo V, se autonombrará heredera única del mismo.

Una vez abierto el cristianismo a los estratos cultos de la población fue posible ingresar a sus concepciones algunos elementos filosóficos de la cultura clásica, (antes rechazados). Lo anterior dio inicio, en el siglo IV, a una concepción romano-cristiana occidental impulsada por hombres como San Jerónimo y San Agustín, que buscaban:

“...conciliar la estructura histórica de la realidad que el imperio significaba con la estructura espiritual que suponía el cristianismo” (Romero, op. cit. :113).

Para ello, los nuevos teólogos echaron mano de filosofías clásicas, especialmente de las doctrinas de Platón a través de la escuela neoplatónica creada por Plotino en el 204 d.C., escuela cuyas principales afirmaciones eran:

•  El emanatismo, que sostiene que todo lo existente procede de Dios en una corriente continua de emanaciones, desde las ideas divinas, las normas espirituales, las almas particulares, hasta la materia que es privación de espíritu por lo que debe ser despreciada como símbolo del mal y la ignorancia. El resultado de estas ideas es la construcción de una escalera continua o escala jerárquica del ser y de todas las cosas, que se extiende desde Dios hasta la forma más baja de existencia y que no sólo divide lo terrenal de lo celestial, lo material de lo espiritual, sino que justifica el mismo orden social.

•  El misticismo, según el cual el alma humana ha sido alejada de Dios por su unión con la materia, por lo que el objetivo supremo de la vida es unirse de nuevo con Dios a través de la contemplación y del sometimiento del cuerpo por todos los medios posibles. De aquí se desprende el ascetismo.

Heredero de esta tradición y considerado el símbolo vivo de continuidad entre la antigua civilización que se desvanecía y la nueva que surgía, San Agustín distinguía entre dos mundos contrapuestos: la ciudad celeste y la ciudad terrestre.

“Toda la raza humana se divide en dos grandes partes: aquellos a quienes Dios ha predestinado para la salvación eterna constituyen la Ciudad de Dios; los otros forman la Ciudad Terrenal” (McNall Burns, 1976: 258).

En el Día del Juicio los miembros de la Ciudad de Dios se volverán inmortales, mientras que los que componen el reino terrenal serán arrojados a los infiernos.

Todo lo que sucede en la Tierra es, pues, parte de un Plan Divino donde todos estamos predestinados, sea a la salvación o a la caída eternas.

Por eso, a decir de Ikram Antaki, fue ésta una “época oscura dominada por la teología (...en la que) cualquier suceso (..) de la vida pública o privada se interpretaba como causado por Dios o por el demonio” (Antaki, 1998 : 63).

Esta tendencia filosófica empleada en la Teología derivó en un desprecio hacia el mundo y la materia que obstaculizaría el desarrollo de la ciencia sustentada en la observación y la experimentación de los fenómenos de la naturaleza. De hecho, el cristianismo fue bastante tolerante con las filosofías clásicas siempre que aceptaran la revelación como principio de su argumentación, pero el caso de la ciencia era distinto pues se basaba en los sentidos y rechazaba la revelación como principio, además no le era necesaria la idea de la salvación y del otro mundo.

Por eso : “Lo que mejor se recibió fue el desprecio que los neoplatónicos abrigaban por todas las ramas de la ciencia. De ellos San Agustín derivó la convicción –que transmitió a las sucesivas generaciones de muchos siglos- de que la única clase de conocimiento deseable era el conocimiento de Dios y del alma, y que no se obtenía beneficio alguno investigando en el reino de la naturaleza (Koestler, 1981: 90).

Con ello quedaba claro que la vía de conocimiento y aproximación a la verdad era la teológica y no otra y que a ella debía sujetarse cualquier disciplina o saber.

En sus últimos tiempos el Imperio Romano desplazó su centro de Roma a Constantinopla, a lo que seguirían las invasiones de los pueblos germánicos que, impulsados por los Hunos, irrumpieron en el Imperio en el siglo V. Comenzaría entonces la época Medieval.

El inicio del dominio bárbaro implicó el traspaso del poder político de las minorías romanas a las minorías germanas y con ello el traspaso de las estructuras económico-sociales y la transformación (para algunos barbarización) de la cultura.

Esto significó que la minoría guerrera bárbara se transformó en una aristocracia rural terrateniente, pues: “...ya por entonces, y cada vez más desde la época de Diocleciano (s. III), la economía tendía a ser predominantemente rural” (Romero, 1981 :109).

Esta inclinación de la última parte del Imperio a la economía rural y al predominio de grandes latifundios trabajados por siervos fue heredada por los reinos bárbaros que continuaron esta tendencia hasta el grado de casi desaparecer las ciudades y la vida urbana, así como el comercio y la moneda, convirtiendo a las grandes propiedades rurales en unidades económicas autosuficientes y pilar del poder político de sus propietarios: los Señores Feudales. Sistema que se consolidaría hacia el siglo IX tras la caída del Imperio Carolingio.

Pero la economía rural no sería la única herencia que Roma dejaría a los germanos: “El viejo nomadismo no quedaba ya sino como un vago recuerdo (...) y la democracia igualitaria había cedido ante la concepción real estimulada por la política de Roma. Del mismo modo, el cristianismo había impuesto, por sobre la mentalidad naturalística de los germanos, una concepción teística...” (Romero, op.cit. :112).

Así, la Iglesia Cristiana, que se autoconsideraba heredera de la cultura romana, penetra en los pueblos dominadores infundiéndoles una nueva concepción del mundo y del hombre, a la manera de San Agustín y los Neoplatónicos.

El monopolio de la cultura será entonces de la Iglesia, al grado de que: “...toda la vida intelectual, incluyendo la ciencia, se vino a expresar ineludiblemente en función de los dogmas cristianos y (...) acabó por quedar limitada a los eclesiásticos. Entre los siglos IV y VII, en el territorio ocupado por el desaparecido Imperio Romano, la historia del pensamiento es la historia del pensamiento cristiano” (Bernal, op.cit. :276).

La expresión económica, sociopolítica y cultural más característica de esta época es el feudalismo, cuyos rasgos principales fueron la conformación de feudos como unidades económicas autosuficientes, el trabajo sustentado por siervos asignados a la tierra, la casi total desaparición del comercio y las ciudades y la conformación política de monarquías inestables, que dependían del apoyo de la nobleza feudal, auténticos dueños del poder político.

“El feudo se caracterizó, en efecto, por ser una unidad económica, social y política de marcada tendencia a la autonomía y destinada a ser cada vez más un ámbito cerrado” (Romero, 1981 :48).

Así, bajo el sistema feudal la sociedad se presentaba como una sociedad eminentemente desigual : “Como cada señor podía hacerse de vasallos entre otros menos poderosos que él que aceptaran parte de las tierras que él tenía, llegó a crearse un sistema jerárquico que habría de ser una de las características de la sociedad de la época. Esa jerarquía se establecía dentro de la clase señorial, y era a su vez una parte de otra más vasta que la incluía (...) (y que incluía) los grados en que se clasificaba el orden sacerdotal y por debajo de ella se situaban las clases no privilegiadas” (Romero, op.cit :49)

Dicho sistema se sustentaba en la propiedad de la tierra, pues en una economía de autosuficiencia ésta producía todo lo que la gente necesitaba.

“...y por ello la tierra y sólo la tierra era la llave de la fortuna de un hombre. La medida de la riqueza de cualquiera estaba determinada entonces sólo por una cosa: la cantidad de tierra que poseía” (Huberman, 1969: 20).

Esto generaba luchas por la tierra de ahí que éste fuese un periodo guerrero, pero además la posesión de la misma otorgaba poder político por ello el poder en las monarquías medievales estaba parcelado -siguiendo el sistema fragmentado de posesión de la tierra- y el monarca difícilmente podía ejercer plena autoridad en su reino.

De ese poder terrenal gozaba también la Iglesia, ya que “...tenía la riqueza en la única forma que existía en ese tiempo, la tierra. La Iglesia era la mayor terrateniente de la época feudal” (Huberman, op. cit. :23).

Obispos y sacerdotes se erigían en señores feudales ocupando un lugar en la escala jerárquica y la riqueza acumulada les generaba un interés por los asuntos mundanos que actuaba como poderoso contrapeso a su tarea espiritual, de tal forma que su concepción original de que la vida en este mundo es sólo una preparación para el próximo se debilitó y “...en la práctica la Iglesia se interesó solapadamente en los asuntos de este mundo y estuvo profundamente implicada en el mantenimiento del orden feudal” (Bernal, op. cit. :313)

No obstante, con el incremento de las ciudades y de las actividades económicas que ahí se ejercían, el comercio y la industria, se produjo el principio de la ruptura del orden feudal.

Lo que vino a dar un impulso importante a las ciudades fue el aumento del comercio. “El siglo XI vio al comercio hacer grandes adelantos. El siglo XII vio como éste transformaba a la Europa Occidental” (Huberman, op.cit. :29).

El elemento que contribuyó al gran ímpetu comercial de la época fueron las denominas Guerras Santas o Cruzadas .

“Porque los cruzados ayudaron a despertar a la Europa Occidental de su sueño feudal, desparramando clérigos, guerreros, trabajadores y una creciente clase de comerciantes por todo el continente; aumentaron la demanda de artículos extranjeros; arrebataron de las manos musulmanas la ruta del Mediterráneo e hicieron de ella otra vez la gran vía de tráfico entre el Este y el Oeste que había sido en los tiempos antiguos” (Ibidem. :33).

Y Romero afirma que lo que Las Cruzadas trajeron consigo como consecuencia fundamental: “... fue la renovación de la vida económica y el ascenso acelerado de la burguesía” (Romero, 1981 :182)

Esta cada vez más boyante burguesía, compuesta principalmente de comerciantes que habitaban las ciudades (de ahí su nombre, pues a la ciudad se le llamaba burgo), inició su auge económico restableciendo una economía monetaria, pero pronto las ciudades entrarían en conflicto con el orden feudal pues requerían de libertad, libertad de la gente para moverse, libertad para el tránsito de mercancías, libertad incluso para vender y comprar la tierra con el objeto de disponer de capital, libertad que se oponía a un régimen feudal cerrado.

Pronto la nueva economía fundada en el dinero haría tambalear al viejo sistema sustentado en la propiedad de la tierra. “En poco tiempo, la riqueza inmueble que constituía el fundamento de la clase feudal debía empezar a perder la decisiva supremacía que había poseído hasta aquella época” (Ibidem. :63).

Entonces: “Ya no bastaba poseer tierras, porque había muchos que poseían importantes cantidades de oro” (Ibid. :64).

Las ciudades buscaron entonces librarse del poderío feudal recurriendo a los monarcas para obtener independencia de los señoríos a través de cartas municipales o fueros.

Por su parte: “Los reyes vieron en las poblaciones de las ciudades sus aliados contra los señores, no sólo porque pagaban su protección con dinero contante y sonante que permitía la creación de un tesoro real, sino también porque servían fielmente a sus intereses hostilizando a los señores en procura de su libertad comunal” (Ibid. :62).

Aunque al principio de su aparición en la sociedad medieval las ciudades se insertaron en el orden feudal sin atacarlo, en el transcurso de la alta Edad Media crecieron en fuerza y derribaron al régimen que caracterizó esta época.

Las ciudades tuvieron también un papel primordial en el quehacer cultural, pues de entre sus habitantes empezaron a surgir “... buena parte de la clase de los letrados, eclesiásticos y laicos, que brillaron durante los dos grandes siglos de la cultura de la alta Edad Media, el XII y el XIII” (Ibid. :151).

El carácter feudal de la Iglesia la colocó como enemiga de las ciudades y de sus intereses. Los habitantes de éstas, como reacción, hicieron surgir una serie de doctrinas consideradas heréticas que condenaban la inmoralidad y codicia de los clérigos.

La reacción inicial de la Iglesia fue sofocar estos movimientos por la fuerza (el de los albigenses en el año 1209), pero para mediados del siglo XIII cambió su estrategia buscando cooptarlos, tal fue el caso del movimiento iniciado por Francisco de Asís, que fue autorizado a convertirse en una orden mendicante.

Al mismo tiempo, para combatir las herejías y convencer a los cada vez más letrados habitantes de los burgos del mensaje de la Iglesia, los miembros de otra orden mendicante, los dominicos, optaron por racionalizar los dogmas de la fe católica para convencer con argumentos y no por la fuerza (Escolasticismo).

A esta ambiciosa tarea contribuyeron las obras clásicas griegas que en oleadas ingresaron en Europa a través de la cultura árabe desde el siglo XI, pero principalmente en el XII, y que fueron traducidas al Latín en España e Italia. Se trataba de versiones más amplias y apegadas al original de obras que se conocían y conservaban parcialmente en el seno de la Iglesia Occidental, especialmente en los monasterios.

Con este apoyo personajes como San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino –siglo XIII- se dieron a la tarea de racionalizar la fe católica, retomando la recientemente redescubierta filosofía de Aristóteles.

Ambos personajes son considerados los más importantes representantes del Escolasticismo, que fue el movimiento filosófico de la Edad Media considerado “...como el intento de armonizar la razón con la fe, o de hacer que la filosofía sirva a los intereses de la teología” (McNall, op. cit.: 339). Pues: “Los problemas que se plantea la escolástica (...) son todos aquellos que conciernen a la Teología, al Dogma y su interpretación (...) Trata, pues, de problemas filosóficos surgidos de una cuestión religiosa y teológica, por lo que puede decirse que la filosofía medieval se basa en una unidad fundamental, unidad formada del intelecto y la fe” (Alcalde, 1972 :106).

Esta nueva filosofía, la Escolástica, tuvo, siguiendo a McNall Burns, los siguientes rasgos característicos :

•  El ser racionalista y no empírica, es decir que se basaba más en la lógica que en la ciencia o en la experiencia.

•  El ser autoritaria, pues se pensaba que las deducciones lógicas debían ser reforzadas por las Santas Escrituras y por la autoridad de los Padres de la Iglesia y, sobre todo, de Platón y Aristóteles.

•  El ser ética, pues su finalidad era averiguar cómo podía el hombre mejorar su vida para conseguir la salvación.

•  Buscaba descubrir los atributos de las cosas y no sus causas, pues suponía que el universo era estático así que sólo tenía que explicar el significado de las cosas y su utilidad y no su origen y evolución.

Con el Escolasticismo: “La alianza nacida de las catástrofes y la desesperación entre el platonismo y el Cristianismo, fue remplazada por una nueva alianza entre el Cristianismo y el aristotelismo (que condujo al escolasticismo), concertada bajo los auspicios del Doctor Angélico, Tomás de Aquino” (Koestler, op.cit. :108).

Y aunque la nueva alianza pareció representar una nueva actitud positiva respecto de la naturaleza y respecto del empeño del hombre por comprenderla puesto que a partir de entonces Alberto el Grande y Tomás de Aquino decían reconocer que la Luz de la razón, aparte de la Luz de la Gracia, era fuente independiente de conocimiento; ello no fue significativo ya que tales preceptos no fueron respetados ni por el mismo Aristóteles ni por sus discípulos tomistas, razón por la que la filosofía de la naturaleza tornó, gradualmente, hacia la rigidez escolástica.

Concretamente, Tomás de Aquino, en su Summa Theologica , se da a la tarea de explicar el universo natural y humano como escenario del drama, mucho más importante, de la autoridad divina y de la salvación humana. Postulando además que la fe es siempre superior a la razón pues hay cosas que la razón jamás podría descubrir por sí sola.

Esta filosofía, que recuperaba especialmente el pensamiento de Aristóteles que apelaba al sentido común, por lo que resultaba razonable como medio de explicación de los fenómenos del mundo, pretendía también justificar un mundo estable, inamovible y jerarquizado como convenía a la sociedad feudal de entonces y a la Iglesia que la dominaba ideológicamente. Por ello, como dice Bernal, con estas bases filosóficas la concepción medieval del mundo tuvo como principales rasgos la integridad y la jerarquía.

“El secreto del universo medieval estriba en que es estático, inmune a todo cambio, en que cualquier cosa del conjunto cósmico tiene su lugar y jerarquía permanentes” (Ibidem. :100).

Así, durante la Edad Media, las doctrinas filosóficas de la Antigüedad, particularmente ahora las de Aristóteles, al postular un universo fijo e inalterable, aparentemente necesario socialmente para acomodarse y sobrellevar la inestable vida de una sociedad en crisis, sirvieron nuevamente para justificar un orden social estático y clasista.

De esta forma: “El mundo se encontraba ordenado por rangos y lugares y constituía un compromiso entre la imagen aristotélica de un mundo permanente y la concepción judía y cristiana de un mundo creado mediante un solo acto para ser destruido por un acto ulterior” (Bernal, op.cit. :327).

Pero a decir de Bernal, la obra de Santo Tomás no sólo adapta el pensamiento de Aristóteles sino que emplea el propio método aristotélico para abordar las situaciones de la economía feudal, pues no sólo reconcilió las doctrinas fragmentarias y frecuentemente contradictorias del cristianismo primitivo con la razón, sino que también utilizó “La Jerarquía Celestial” neoplatónica, obra de Plotino y considerada como el evangelio para muchos pensadores de la época, como base principal para el ordenamiento del mundo.

“La jerarquía social era reproducida en el propio universo; del mismo modo en que había Papa, arzobispos, obispos, emperadores, reyes y nobles, se formuló una jerarquía celestial formada por nueve (clases) de ángeles...” (Koestler, op.cit. : 327).

Se había construido, pues, un orden cósmico correspondido con un orden social y ambos representaban estados a los que la naturaleza tendía a regresar cuando era perturbada (estado de reposo). Por ello, como dice Bernal, se creía que había un lugar para cada cosa y cada cosa sabía cuál era su lugar.

Pero el complejo y ordenado cosmos era también idealmente racional pues en él se combinaban las conclusiones más lógicamente establecidas por los antiguos con las verdades incuestionables de las Santas Escrituras y las tradiciones de la Iglesia.

Por cuanto a la educación hace, debemos decir que es en el Medioevo que se da la organización de la instrucción y aparecen las universidades y que esta labor fue realizada por los monjes de la Iglesia.

En las universidades el currículum estaba integrado por la gramática, retórica y lógica o dialéctica: el trivium y la aritmética, geometría, astronomía y música: el quadrivium. El estudio de estos saberes estaba impregnado por la filosofía del Escolasticismo, que recurría a la memorización y al dogma de autoridad.

Como conclusión podemos decir que bajo el modo de conocimiento filosófico-religioso “Los conceptos de creación y finitud, de un orden cósmico establecidos por Dios, de sabiduría y voluntad divinas, revelados en la Biblia e interpretados por sus representantes, (...se instituyeron como) los “dadores” universales de significado” (Martínez, 1999 :33).

  Esto implicó que los conocimientos se orientaran y sujetaran de manera casi unívoca a la tarea de justificar un orden divino del universo cuyas características principales eran obtenidas por revelación y se sustentaban en la razón, es decir, en la lógica abstracta y la filosofía, obstaculizando con ello el desarrollo de formas alternativas de conocimiento (la ciencia empírica, por ejemplo) para explicar la realidad y el mundo.

  Más tarde, con la creación de universidades durante la Edad Media, que ya habían asimilado a los autores griegos por obra de la Iglesia, esta estructura alcanzará plena consistencia y vigor hasta el punto de pensar que incluso las mismas ciencias naturales, como la física y la astronomía, no podían afirmar nada que contradijera a la teología de lo escrito en la Biblia, pues era “palabra de Dios” (Ibidem.). En estas instituciones la Escolástica se convirtió en la metodología de enseñanza, donde las materias se impartían a partir de lo establecido por las autoridades de la Iglesia y con esos principios se discutía y disertaba, empleando la retórica y la lógica.

 

  La teología quedó entonces convertida en la reina de las ciencias, a la cual debían supeditarse la rectitud y grado de verdad de las demás disciplinas.

  “La Edad Media se caracterizó, en lo cultural, por una perspectiva teocéntrica desde la cual hallaban sentido todos los eventos de la vida diaria. De este modo, la teología era el saber más importante y la fe el vínculo principal para la verdad revelada; la creencia en Dios no era solamente una convicción sino un modo de vida: la seguridad de que todo lo que ocurría en el universo estaba dominado por el designio divino” (Romero, 1994 :48).

  Así, mediante esta cosmovisión, el mundo era un unidad cósmica integrada en la que realidad social, realidad del universo y realidad espiritual estaban empatadas. De modo que el hombre es visto como un ser privilegiado que participa de la filiación divina y todos los hombres juntos forman una comunidad unida por la fraternidad universal.

  Según este paradigma, orden cósmico y orden social son uno y por tanto deben corresponderse, así que los conocimientos deben también evidenciar dicha unidad y correspondencia, para lo cual tienen que sujetarse a las reglas de la teología.

  Pero además, bajo el modo filosófico-religioso, el conocimiento adquiere un marcado carácter ideológico al servir a los intereses particulares del sistema feudal y sus representantes -intereses que cobraban la forma de dogmas religiosos. De tal suerte que sólo aquellos saberes que justificaban dicho orden fueron tolerados. Esto actuó en detrimento de otras formas de conocimiento.

  Es por eso que el desarrollo de una vía alterna para conocer, como la ciencia empírica, fue muy limitado ya que al no servir ésta a los intereses ideológicos de la sociedad feudal no pudo avanzar.

 

  Por consiguiente la evolución de la actividad intelectual del medievo, -de un pensamiento agustiniano que se fundaba en la revelación y que despreciaba la materia y los sentidos como fuente de conocimiento, a un pensamiento escolástico que retoma a la razón tratando de aliarla a la fe para explicar sus dogmas- no fue benéfica para el desarrollo del conocimiento científico como lo conocemos hoy día, pues este intento de racionalización se fundamentaba en autoridades eclesiásticas y en filósofos de la Antigüedad, concretamente en el pensamiento acientífico de Aristóteles. Razón por la cual, la ciencia como modo conocimiento no tuvo un papel relevante, ni en la transformación del medio ambiente ni como instrumento ideológico a cargo de las clases altas. Situación que cambiaría en la siguiente etapa.

La técnica, en cambio, correría una suerte distinta pues, junto con el comercio, impulsó al sistema feudal hacia una economía dineraria, en vez del régimen basado en la prescripción de servicios. Siendo precisamente el aspecto técnico de esta revolución económica el factor decisivo para crear una ciencia nueva –determinista, materialista, dinámica y atea- en sustitución de la estática ciencia medieval. G

Bibliografía

•  Alcalde, Carmen (1972) La Filosofía . Edit. Bruguera. México. 224 pp.

•  Antaki, Ikram (1998) El Banquete de Platón : Ciencia. Segunda Serie. Edit. Joaquín Mortiz. México. 205 pp.

•  Bernal, John D. (1986) La Ciencia en la Historia . UNAM-Nueva Imagen, 8ª Edición. México. 693 pp.

•  Huberman, Leo (1969) Los Bienes Terrenales del Hombre : Historia de la riqueza de las naciones . Edit. Merayo. Colección documentos. Buenos Aires. 220 pp.

•  Koestler, Arthur (1981) Los Sonámbulos . CONACyT. México. 598 pp.

•  McNall Burns, Edward. (1976) Civilizaciones de Occidente. Su historia y su cultura. Tomo I. Edit. Siglo XX. 11va edición Buenos Aires. 493 pp.

•  Martínez, Miguélez, Miguel (1999) La Nueva Ciencia . Su desafío, lógica y método. Edit. Trillas. México. 271 pp.

•  Romero, José Luis (1981) La Edad Media . Breviarios del Fondo de Cultura Económica. 12ª Reimpresión. México. 214 pp.

Un credo que incluye una visión de un universo ordenado y mostrado en libros sagrados, ritos y concepciones filosóficas comunes.

La cursiva es nuestra.

Se dio el nombre de Cruzadas a la serie de expediciones emprendidas del siglo XI al XIII por la Europa cristiana contra el Oriente musulmán. Después de haber rechazado a los sarracenos, las naciones occidentales, demasiado pobladas ya, temiendo nuevas invasiones por parte de los infieles y deseosas de quitar a estos la posesión de los Lugares _Santos, tomaron a su vez la ofensiva cuando vieron a los musulmanes amenazarlas en el siglo XI en España, en Italia y en Constantinopla. Lejos de ser, pues, una explosión de fanatismo, las Cruzadas fueron, por los menos en su origen, el desquite de una civilización sobre otra, y se vieron favorecidas por las aficiones belicosas de los señores de la época.

Y aunque dichas expediciones fracasaron desde el punto de vista puramente militar, puesto que el sepulcro de Cristo que peleaban permaneció en poder de los infieles, las Cruzadas fueron fecundas en resultados sociales, pues pusieron en contacto durante dos siglos a los europeos y los asiáticos.


REVISTA

NO. 10

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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