LA CIENCIA COMO FORMA DE CONOCIMIENTO
Por: Ana Cecilia Espinosa
Aunque la ciencia, como hemos visto, ha existido mezclada con la técnica y la magia desde que el ser humano empezó a crear cultura y en forma independiente al inicio de las civilizaciones, es a partir del Renacimiento que adquirió su mayor fuerza como modo de conocimiento, al ser empleada como instrumento de comprensión del mundo y punto de partida para su transformación real y como elemento determinante en la formación de un sistema de pensamiento que caracterizará al mundo moderno.
Estos rasgos que distinguieron a la ciencia y que la erigen desde entonces como el modo de conocimiento generalizado que goza de mayor crédito en la actualidad, particularmente en el mundo occidental, podemos atribuirlos a dos hechos fundamentales, producto de las transformaciones principalmente económicas pero también políticas y sociales de este momento histórico:
El surgimiento del método experimental; y
El acercamiento de la actividad científica a las necesidades prácticas, lo que lleva a concebirla como un importante auxiliar para el dominio de la naturaleza.
Las transformaciones económicas que produjeron este giro en la actividad científica se iniciaron durante la Edad Media, cuando el régimen feudal sustentado en la producción agrícola de subsistencia y encerrado en unidades autosuficientes se resquebraja con la reactivación del comercio y la reaparición de las ciudades.
Surge entonces una economía mercantil basada en el dinero que será el principio del sistema capitalista.
Como consecuencia de este cambio de estructura económica vino un impulso importante en la técnica. Los nuevos inventos aparecieron desde la última etapa de la Edad Media y muchos de ellos fueron traídos de Oriente. Estos inventos aceleraron la transición hacia el capitalismo.
Se trata, pues, de una relación dialéctica entre los cambios suscitados en la estructura económica, que producen avances técnicos, a la vez que estos avances aceleran el cambio económico al mejorar los medios de producción.
Igualmente, estas modificaciones en la estructura económica empezaron a afectar el desarrollo de la ciencia, pues las nuevas necesidades técnicas presentaban una serie de cuestiones que no podían resolverse con la ciencia antigua, era necesario desarrollar una ciencia vinculada con la práctica, que ayudara al avance de la técnica.
Es así que en el mismo periodo en que se desarrolló el capitalismo hasta convertirse en el modo de producción dominante (1450-1690) surgió la ciencia moderna basada en un nuevo método experimental y matemático y destinada a un fin práctico.
Ahora bien, el triunfo de la ciencia moderna podemos encontrarlo en el momento en que un grupo de hombres, tratando de responder a las necesidades prácticas de la navegación, son capaces de resolver problemas centrales de la mecánica y la astronomía mediante un novedoso método que más tarde otros pensadores harán evidente como herramienta para el estudio y el dominio de la naturaleza.
El descubrimiento del método experimental y matemático y el concebir a la ciencia como una herramienta práctica para el dominio de la naturaleza dará, por un lado, un impulso increíble a la labor científica y, por otro, se producirá una revolución en el pensamiento que resquebrajará la antigua concepción medieval cualitativa, cerrada y estática del mundo, por una nueva forma de concebirlo: infinito, cuantitativo, atómico y dinámico; se implantará así un nuevo paradigma epistémico que eliminará el mundo integrado y jerarquizado de Aristóteles para sustituirlo por el mundo mecanizado de Newton.
Así, como dice Mardones, “... se da un cambio de visión del mundo y, con él, un cambio del centro institucional ( de la iglesia, con su paradigma filosófico-religioso a la ciencia ) que marca la ruptura neta entre la sociedad tradicional o premoderna y la sociedad moderna” (Mardones, citado por Martínez, 1997 :214).
En este momento el conocimiento y, en particular, el conocimiento científico:
“... dejó de ser un medio de reconciliación del hombre con el mundo tal como éste es, fue y será hasta el día del juicio final para convertirse en un medio de dominio ( sic ) sobre la naturaleza, a través del conocimiento de sus leyes eternas“ (Bernal, 1986 :362).
El conocimiento de estas leyes fue considerado la clave para poner a las fuerzas de la naturaleza al servicio de hombre y, como dice Bernal, esta actitud fue un producto de la nueva preocupación por la riqueza material conseguida mediante mejoras tecnológicas .
La Revolución Científica que inició una nueva manera de hacer ciencia cuantitativa y experimental y creó una nueva cosmovisión del mundo y la naturaleza, regida por leyes susceptibles de ser descubiertas por el hombre, se produjo, de acuerdo con John D. Bernal, a lo largo de tres etapas que se corresponden con el desarrollo de la estructura capitalista de producción.
Dichas etapas son :
Primera: El Renacimiento que va, aproximadamente, desde el año 1440 hasta el año de 1540,
Segunda: Las Guerras de religión, cuyo periodo comprende desde 1540 hasta 1650 y
Tercera: La Restauración, a partir de 1650 y hasta 1690.
La primera etapa (1440-1540) abarca los movimientos del Renacimiento y la Reforma como dos momentos de un mismo proceso que intenta un cambio en el sistema económico-social para sustituir la organización feudal estática y fija basada en la herencia de la propiedad territorial, fuente de riqueza, por una nueva organización basada en la compra-venta de mercancías y en el trabajo, que para ese momento dependía esencialmente del comercio.
Estos cambios socioeconómicos y las necesidades prácticas que imponían trajeron aparejadas nuevas actitudes intelectuales caracterizadas por una reacción en contra del pensamiento medieval y a favor de un retorno al mundo antiguo - rasgos que distinguirían la educación de la época.
Fueron estas necesidades prácticas requeridas por el nuevo sistema económico, particularmente en el terreno de la navegación, y esta actitud de ruptura con el pasado lo que dio lugar al principio de la Revolución Científica, la llamada Revolución Copernicana, que se produjo en el terreno de la astronomía por ser ésta una ciencia estrechamente relacionada con los problemas prácticos de la geografía, necesaria para la navegación.
La teoría de Copérnico (1473-1543) acerca de la rotación de la Tierra sobre su eje y de su movimiento alrededor del sol fijo (teoría ya expuesta por Aristarco en el siglo III a. C.) se propuso como el sistema idóneo que podía explicar todas las observaciones astronómicas y, con ello, beneficiar a los marinos en sus viajes de descubrimiento y exploración.
Podemos decir que esta primera parte de la Revolución Científica fue eminentemente destructiva. Las teorías de Copérnico acabaron con la concepción medieval de un sistema cerrado de esferas cristalinas concéntricas y relativamente cercanas, creadas y mantenidas en movimiento por la divinidad.
De modo que, como juzga Ikram Antaki : “La astronomía obligó a los hombres a concebir a un nuevo Dios y dirigió hacia la teología el mayor desafío de la historia de la religión. Es por ello que la revolución de Copérnico fue mucho más profunda que la Reforma; frente a ella las diferencias entre los dogmas católico y protestante parecían triviales” (Antaki, 1998 :73).
Sin embargo, aún había que esperar la segunda fase de este proceso, una fase de lucha ideológica, para acabar definitivamente con estas ideas.
También la ciencia de la mecánica y la dinámica se beneficiaron en esta primera fase debido a la necesidad de desarrollar nueva maquinaria y perfeccionar la artillería.
La segunda etapa (1540-1650) corresponde, en el terreno económico, a un periodo de incremento considerable del comercio debido a las nuevas rutas oceánicas hacia el oriente y al descubrimiento de nuevos recursos traídos de las tierras recién halladas, con la consiguiente apertura de nuevos mercados. Para este momento los centros comerciales más importantes se trasladaron de Italia y Alemania a Francia, Inglaterra y Holanda. Y en estas últimas el poder económico de los burgueses les dio también poder político.
Por lo que respecta al dominio científico, este periodo abarcó los primeros grandes triunfos de la observación y del experimento. Esta fase se abre con la primera exposición del sistema solar, hecha por Copérnico, y se cierra con su firme establecimiento a través de la obra de Galileo.
Así, la Revolución Científica continuó en figuras como Tycho Brahe, Johannes Kepler, Galileo Galilei y filósofos como René Descartes y Francis Bacon.
Kepler y Galileo fueron, principalmente, los encargados de hacer triunfar a la concepción Copernicana del mundo, concepción a la que faltaba una descripción precisa de las órbitas planetarias además de argumentos convincentes para justificar la imperceptibilidad del movimiento de la tierra.
“... Luego vinieron quienes encontraron en el sistema de Copérnico una ilustración convincente de la falsedad de la antigua concepción aristotélica y medieval del mundo; y también, quienes se inspiraron en dicho sistema para concebir el universo como infinito y abierto” (Bernal, op, cit. :403).
Kepler, por una parte, trató de encontrar el mejor modo de representar los movimientos planetarios y, más tarde, a partir de las observaciones del movimiento de los planetas, descubrió las órbitas elípticas de éstos alrededor del sol.
Así : “Las hipótesis de las órbitas elípticas y las otras dos leyes con las cuales explicó Kepler la velocidad de los planetas al describir sus trayectorias, no solamente destruyeron la principal objeción astronómica a la hipótesis de Copérnico, sino que también asestaron un golpe mortal a la concepción pitagórico-platónica sobre la necesidad de que los cielos tuvieran únicamente movimientos perfectos -es decir circulares- que incluso Copérnico había mantenido” (Ibidem. :406).
Los cálculos realizados por Kepler constituyeron la base observacional de la explicación cuantitativa y dinámica que fue elaborada más tarde por Newton.
Mientras tanto, Galileo demostró mediante el telescopio que el sistema heliocéntrico era una realidad pues, disponiendo del instrumento físico que permitía a cualquiera la observación directa del cielo (el telescopio) :
“...Galileo vio lo suficiente como para hacer que se derrumbara por entero la imagen aristotélica (...). Encontró que la Luna, en vez de ser una esfera perfecta, está cubierta con mares y montañas, que el planeta Venus muestra fases como la Luna; y que Saturno parece estar dividido en tres partes. Y lo que es más importante, observó que en torno de Júpiter giran tres estrellas o lunas formando un modelo en pequeña escala del sistema Copernicano” (Ibid. :407).
Igualmente profundizó en el terreno de la física para demostrar que la Tierra giraba y no por ello los cuerpos arrojados al aire debían abandonar su superficie. De esa forma se adentró en el estudio de la caída de los cuerpos y algunos fenómenos físicos más, empleando el método experimental y las matemáticas, también usadas por Kepler.
El nuevo método científico estaba triunfando y aún se hizo más popular cuando fue expresado tácitamente por dos filósofos: Francis Bacon en su “Novum Organum ” y René Descartes en el “ Discourse de la Méthode ”. Ambos pensadores se preocuparon por explicitar el método científico, aunque su concepción sobre el mismo era diferente.
Bacon concibió esencialmente el método inductivo, pues “... consideró que el método consiste en recolectar materiales, efectuar experimentos en gran escala y encontrar los resultados partiendo de una gran masa de evidencias” (Ibid. :421). De modo que “fija la meta de la inducción en la ley, como un universal contenido de los hechos singulares” (Alcalde, 1972 :133).
Además, entendió que la comprensión de la naturaleza era el único modo de dominarla: “Lo que los hombres quieren aprender de la naturaleza (-decía-) es la forma de utilizarla para lograr el dominio integral de la naturaleza y de los hombres ( sic )” (Bacon, citado por Horkheimer y Adorno, 1969 :16).
Y agregaba : “Hoy dominamos la naturaleza sólo en nuestra opinión, y nos hallamos sometidos a su necesidad; pero si nos dejásemos guiar por ella en la invención, podríamos ser sus amos en la práctica” (Bacon, citado por Horkheimer y Adorno, op. cit.:16).
Descartes, por su parte, destacó al experimento como un auxiliar del método deductivo para lograr ideas claras y precisas con las que se tenía la posibilidad de descubrir todo aquello que fuera racionalmente cognoscible. Este hombre tuvo también el acierto de separar en dos campos distintos la física y la moral, considerando a la primera campo de estudio de la ciencia, por ser racional, y a la segunda terreno de la revelación.
Para Descartes : “...la extensión y el movimiento fueron las únicas realidades físicas que reconoció como “primarias”. Otros aspectos de la existencia -como los colores, los sabores y los olores- los consideró como cualidades “secundarias” y, todavía más allá de éstas, consideró otra región menos accesible aún para la física, el dominio de las pasiones, la voluntad, el amor y la fe. La ciencia, según Descartes, se ocupa principalmente del primer conjunto, el de las cualidades mensurables que constituyen la base de la física; y, en menor extensión, también se ocupa de las cualidades “secundarias”. En cambio (...) no se ocupa para nada del tercer conjunto, que constituye el dominio de la revelación” (Bernal, op.cit. :425).
Con esta separación Descartes permitió a los científicos trabajar sin interferencias religiosas mientras tuvieran cuidado de no invadir el terreno de la revelación.
No obstante, al establecer el dualismo absoluto entre la mente ( res cog itans) y la materia ( res extensa ) y considerar posible la descripción objetiva del mundo material sin referencia al sujeto observador tendió a inhibir la importancia del sujeto en el proceso de conocimiento.
Pero además Descartes concibió otra idea rectora que expresa como segunda regla en su Discurso del Método : “dividir cada una de las dificultades en tantas partes como sea posible y necesario para mejor resolverlas” (Martínez, 1999 :62). Es decir, que los fenómenos para ser comprendidos deben analizarse de manera seccionada.
Esta actitud analítica y atomizadora al observar y estudiar los fenómenos, traería en adelante consecuencias considerables para la ciencia -que emplea las matemáticas como método propio para el análisis de los fenómenos y la “división” de éstos para estudiarlos a fin de lograr su comprensión profunda-, para el conocimiento -que tenderá a atomizarse y parcelarse al ser resultado de análisis seccionales- y también para la educación -que se inclinará por enseñar los conocimientos de la forma en la que son concebidos: en forma fragmentada.
De hecho, según Martínez Miguélez, este enfoque “...constituyó el paradigma conceptual de la ciencia durante casi tres siglos, pero se radicalizó, sobre todo, durante la segunda parte del siglo pasado, y primera de éste (el siglo XX) con el positivismo lógico” (Martínez, 1997:35).
No es tema del presente artículo el analizar las razones de la fragmentación del conocimiento en el seno de la ciencia, pero sí adelantaremos que este fenómeno se produjo a partir de la aparición de la ciencia moderna entre otras cosas merced al paradigma establecido por las ideas de pensadores como Descartes y de científicos como Newton (como veremos más adelante) y a la alianza del conocimiento científico con los intereses de clase del grupo burgués, al interior del capitalismo. Pero también gracias al pensamiento racionalista que rige a este modo de conocer.
Si bien con las nuevas ideas los científicos y pensadores de esa época dejaban manifiesta su creencia de que la ciencia debía ocuparse primordialmente de la naturaleza y que su propósito principal era ser de utilidad, pues: “... el verdadero fin y tarea de la ciencia reside no en discursos plausibles, edificantes, dignos o llenos de efecto, o en supuestos argumentos evidentes, sino en el empeño y en el trabajo, y en el descubrimiento de detalles antes desconocidos para un mejor equipamiento y ayuda en la vida” ( Bacon, citado por Horkheimer y Adorno, op.cit. :17), la mayoría de sus pensamientos se remitían aún a las mismas tradiciones, los mismos métodos y problemas.
En realidad, las principales cuestiones de que se ocuparon fueron las relativas al funcionamiento de los cielos. Pero en cualquier caso su “programa” ya no fue puramente negativo, como en la primera fase del Renacimiento. No se dedicaron tanto a destruir los sistemas de los antiguos (Aristóteles en la astronomía y Galeno en la medicina) cuanto a establecer alternativas operantes. En esto llegaron a superar todas las esperanzas, aunque la síntesis final quedó reservada para la época de Newton.
La tercera etapa (1650-1680), que corresponde a la madurez del nuevo paradigma, se centra en las ciudades de París y Londres.
Lo que permitió este desarrollo fue el establecimiento en Francia e Inglaterra de gobiernos estables donde la burguesía en ascenso tenía un papel preponderante. En Inglaterra estas condiciones se suscitaron gracias al triunfo de la burguesía sobre la monarquía con la guerra civil que estableció una monarquía constitucional. En Inglaterra prosperaba el comercio y empezaba a cobrar fuerza la manufactura.
En Francia la monarquía aún era fuerte, pero se había logrado un transacción por la cual los monarcas cedían la administración del reino a una maquinaria administrativa en manos de los burgueses, aunque esta transacción únicamente duró de 1661 a 1683, en la primera parte del reinado de Luis XIV, cuando la administración estaba cargo de Colbert.
Esta etapa constituyó un periodo de prosperidad económica centrado en el comercio, en la navegación, en el mejoramiento de las manufacturas y en la agricultura. Esto representó un incentivo para la investigación científica que, por primera vez, se impulsó en forma consciente y organizada con propósitos prácticos.
Para ello se formaron las primeras sociedades científicas : “ La Royal Society ” de Londres y la “ Academie de Sciences ” de París, concentradas en hacer investigaciones para los problemas técnicos de la época: las bombas, la hidráulica, la artillería y la navegación.
La aparición de sociedades científicas y el hecho de que los científicos de este momento fueran hombres con recursos independientes -comerciantes profesionistas y medianos terratenientes- manifiesta el reconocimiento de la labor científica como un factor importante de la cultura y el interés que hacia ella sentían los nuevos grupos en ascenso, en cuyas manos estaba el progreso económico de sus sociedades. Además, con las sociedades científicas la ciencia comienza a institucionalizarse.
Los temas de interés de las sociedades científicas se centraron en ciertos campos, de acuerdo a las necesidades técnicas, el más importante de ellos fue el de la astronomía, necesaria para la navegación oceánica y en particular para determinar la longitud geográfica. Al respecto se había aceptado ya la teoría heliocéntrica de Copérnico pero no se había podido encontrar una explicación física de la misma.
Para este momento, las matemáticas constituían, junto con la experimentación, las herramientas metodológicas del científico, pues según el propio Galileo “Dios había escrito el libro de la Naturaleza en lenguaje matemático” (Martínez, 1999 :62), por lo que lograr una explicación matemática del universo Copernicano representaba el triunfo de la ciencia como instrumento de conocimiento y dominio de la naturaleza.
Quien logra establecer esta explicación mediante una visión mecánica y dinámica del universo es Isaac Newton, que inicia así toda una Revolución Científica al establecer los nuevos principios aceptados por la comunidad científica para hacer ciencia.
Con su obra “Philosiphiae Naturalis Principia Mathematica ” Newton demuestra mediante el sendero cuantitativo y físico que son las leyes de la gravitación que rigen la Tierra las que también mantienen todo el sistema del mundo, de ahí que a su teoría se le llame de la gravitación universal.
Esta teoría cambia radicalmente la concepción del mundo aristotélica, pues:
“La visión de las esferas puestas en acción por un primer motor o por los ángeles bajo el mandato de Dios, quedó sustituido efectivamente por la consideración de un mecanismo que funcionaba de acuerdo con una simple ley natural, sin requerir la aplicación continua de una fuerza, ya que únicamente habría necesidad de la intervención divina para su creación y para ser puesto en movimiento” (Bernal, op.cit. :464).
En pocas palabras, Newton había encontrado una explicación mecánica del universo todo sin distinción entre un mundo sublunar y otro supralunar, un universo dinámico donde, en primer lugar, el comportamiento del mundo físico responde a leyes susceptibles de descubrirse y ser cuantificadas, leyes que imponen el movimiento planetario donde a la fuerza centrífuga se contrapone la fuerza de gravedad, ambas, fuerzas que funcionan tanto en la Tierra como fuera de ella y, en segundo lugar, que tal movimiento no requiere de un Dios o un motor que se encargue continuamente de mantenerlas en ese estado ya que la fuerza no está relacionada con el movimiento sino con el cambio del mismo, esto es, que el mundo en continuo movimiento se mantiene así por otra ley natural: la inercia, y sin ninguna intervención divina.
Una concepción dinámica y mecánica del mundo sin jerarquías, sin diferencias, sin intervención directa de Dios, salvo tal vez para crearlo y darle el impulso inicial, un mundo que actúa mediante leyes mecánicas susceptibles de ser conocidas, cuantificadas y aplicadas en una tecnología para el beneficio de la sociedad, es el aporte de Newton.
Con base en sus descubrimientos se iniciaron los inventos que intervinieron directamente en el proceso productivo durante la Revolución Industrial, ellos también fueron la base ideológica del liberalismo burgués, al romper con el sistema jerárquico de Aristóteles que imponía un orden divinamente constituido y establecer la confianza en la empresa individual donde cada quien se abre su propio camino.
La concepción Newtoniana se convirtió en el paradigma epistémico, base de buena parte de los trabajos científicos modernos, hasta que un nuevo paradigma vino a romper con el monopolio de éste, en el siglo XX.
Un elemento importante del paradigma newtoniano, también llamado paradigma clásico, fue el reduccionismo, esto es, la concepción de que la realidad puede reducirse a sus estructuras más simples para facilitar su comprensión, la idea de que es posible separar en partes un fenómeno o realidad para analizarlo y desentrañar, a través de sus fragmentos, los mecanismos que lo rigen. Idea que va de la mano con la metodología racionalista y experimental de la ciencia.
De acuerdo con John D. Bernal toda la concepción científica moderna se abrió paso rompiendo la cosmovisión aristotélica anterior a través de tres periodos, culminando con la construcción físico-matemática del universo Newtoniano.
Por eso como afirma Martínez, Newton fue un integrador, pues “...expresó la gran ley de la gravitación universal con una sola fórmula matemática, sintetizando magníficamente con ella las obras de Copérnico y Kepler y también las de Bacon, Galileo y Descartes” (Martínez, 1999 :62).
Así, inscrita dentro del sistema capitalista, la ciencia se ve influida ideológicamente por éste, a la vez que contribuye con sus teorías e ideas a justificarlo y mantenerlo. Pero, además, insertado también en este proceso, el conocimiento pierde su unidad al ser el resultado de la aplicación de un nuevo modo de conocer concebido por Occidente (el científico) que se sustenta en el pensamiento racional y que tiende a conocer la realidad mediante la separación de la totalidad en partes para facilitar su comprensión, considerando que cada fragmento posee las características de dicha totalidad; por otra parte, la complejización de la sociedad bajo el nuevo sistema económico y el gradual crecimiento del mismo conocimiento, jugarán un papel importante en su disgregación. Este rompimiento de la unidad del conocimiento se verá asimismo reflejado en el currículum y en la educación.
Concluyendo, un nuevo modo de conocer vino a sustituir la forma filosófico-religiosa de conocimiento del medievo: el paradigma científico.
Si en la Edad Media la fe dominaba en el conocimiento como facultad para el acceso a las verdades reveladas, con el Renacimiento se entroniza la razón como único camino válido para la verdad.
“...durante el Renacimiento el principio de experimentación (...) da inicio a la idea del progreso, en el siglo XVII la razón moderna llega a todas partes, invadiendo todas las realizaciones intelectuales, científicas, industriales, político-sociales, artísticas e institucionales del Occidente” (Martínez, 1999 :34).
La visión teocéntrica medieval va a ser, así, destronada por una perspectiva moderna. Bajo el paradigma modernista la religión pasa a ser una cuestión de opción personal y se limita cada vez más al terreno de la esfera privada.
Había, pues, terminado la época del dominio teológico y la religión quedaba tácitamente confinada al terreno moral y espiritual. En cuanto al mundo material, ya fuera voluntariamente o no, la ciencia, a manos de la denominada Revolución Científica, se había apoderado decididamente de él.
Pero la ciencia había ya surgido como modo de conocimiento en los albores de la cultura, aunque contenida dentro de otros modos de conocer. E incluso, en algunos momentos de la historia, se manifestó como actividad independiente, destacando su labor en periodos como el de la filosofía Jonia, el del mundo helenístico y en los inicios de la cultura árabe. Empero, no es sino a partir de la época moderna, particularmente en el seno del mundo Occidental -en el que la ciencia nace- que ella será apreciada y destacada como el modo legítimo de conocimiento y el principio teórico que posibilita una transformación de la realidad.
Este despertar de la ciencia como modo general de conocer sucede en la modernidad durante el Renacimiento, con personajes como Galileo, Kepler y Newton, entre otros, y a la par de un nuevo sistema económico mercantil y dinerario que sustituyó al régimen feudal de prestación de servicios basado en la agricultura: el sistema capitalista.
La alianza de la ciencia con este nuevo sistema económico significó la continuación de la tendencia del conocimiento a ponerse al servicio de los grupos dominantes de la sociedad, esto es, a adoptar un papel ideológico.
Por otra parte, el cambio de paradigma epistémico y la entronización del pensamiento racional significaron en definitiva, para el conocimiento, la pérdida de su unidad, ya que:
Por un lado, éste se fue incrementando y particularizando cada vez más en (los) campos específicos (requeridos por las necesidades prácticas del sistema), especializándose hasta hacer, en la actualidad, casi imperceptible la integridad de la realidad de que parte pues se torna cada vez más compleja;
Y, por otro, dejó de ser una explicación unificada de la realidad para dar cabida a una explicación diferenciada de los fenómenos, acorde al nuevo paradigma;
Consecuentemente, estas mismas características terminarán por distinguir a la educación que culminará, como el conocimiento, en la especialización.
El progresivo crecimiento de los saberes significó además la imposibilidad de manejar el conocimiento como un todo, y ya no pudo ser después aglutinado por individuos solos, como ocurría con los sabios de la antigua Grecia o incluso con algunos de los “virtuosi” del siglo XV o los enciclopedistas.
De este modo, la fragmentación del conocimiento también obedece a su incremento en volumen y a la imposibilidad de manejarlo todo, de manera que en adelante se intentará trabajar con él en partes. Procedimiento que no está separado de la forma racional de pensamiento y que en la actualidad logrará incluso hacer imperceptible la unidad de la realidad.
“La racionalidad muestra (...) claramente la pluralidad de sus dimensiones. Incluso cada una de ellas puede pretender vivir tan autónomamente que desconozca a las otras o intente someterlas a su imperio. Nos encontramos ante la pluralidad de la razón (...) La modernidad está caracterizada por la aparición de diversas esferas de valor o dimensiones de la razón y su creciente autonomización” (Mardones, citado por Martínez, op. cit. :214).
Por cuanto al rompimiento de la unidad del conocimiento causado por el cambio hacia una visión distinta, diferenciada y fragmentada en varios ámbitos, concluimos con Mardones que si : “A la visión premoderna del mundo como unidad cósmica integrada le sucede una visión descentrada, diferenciada en compartimentos, en subsistemas con su lógica propia y una pluralidad de valores: los valores de la ciencia, de la ética, del arte,...” (Ibidem :214), es obvio que esa tendencia se vea reflejada en los conocimientos, pues no son ya producto de una realidad percibida como totalidad.
Al no resultar necesaria una visión unificaa, tampoco es necesario que los conocimientos sean integradores. Cada campo de estudio, al igual que el de la realidad, tiene su dominio específico, su esfera de acción y hasta su lógica propios.
Esto viene a ser reforzado por el método general del modo científico, por la forma racional de pensamiento y la idea cartesiana de dividir en partes los fenómenos hasta hacerlos más comprensibles y manipulables, pues permite un mejor entendimiento de los mismos. Por otra parte, si aún después de esto se desea conocer la totalidad, la lógica a aplicar es adicionar el resultado de los análisis individuales, ya que cada parte tiene en sí las características que integran la totalidad.
En otras palabras, si la realidad de la que se parte no es ya vista como un universo integrado que debe o puede ser interpretado en su totalidad sino como una unidad diferenciada en compartimentos, bajo la cual la comprensión total de dicha unidad es posible sólo mediante la descomposición y el estudio particular de cada uno de los fenómenos que constituyen sus distintas áreas, la condición del conocimiento de la totalidad es la suma de la comprensión profunda de los diferentes compartimentos que la integran, comprensión que para lograrse ha de partir del análisis diferenciado.
Así, la unidad del conocimiento habrá de sacrificarse también en aras de la profundización y el análisis particular, pues con un conocimiento profundo es factible no sólo entender los fenómenos sino dominarlos o preverlos (”saber para prever, prever para obrar”) esto contribuirá a reforzar la división de la realidad y el conocimiento en diferentes compartimentos -introducida por el pensamiento racional de origen griego.
De aquí en adelante la especialización sentará sus reales en la ciencia y, con ello, la división del conocimiento que llegará a atomizarse de manera más fehaciente en la sociedad actual.
Una observación más que quisiéramos hacer es que en este momento ya no está presente la tendencia a interpretar de manera empática la realidad -natural y social o celeste y terrenal- como en el medievo, ahora cada esfera tiene su lugar. Los conocimientos no representan tampoco este modelo unificador-empático, característico de las civilizaciones regidas bajo otros modos de conocer.
Finalmente, diremos que el creciente desarrollo del conocimiento en volumen y el dominio de un paradigma racionalista que tiende a fragmentar la realidad en partes para conocer significó la especialización no sólo de los conocimientos sino también de la educación.
Empero, aún cuando este paradigma ha fomentado una cosmovisión desmembrada e, inclusive, ha logrado hacer imperceptible para algunos esa unidad que es inherente a la realidad, no estamos afirmando que el ser humano haya perdido la esperanza de conocer la realidad toda, sino que, con él, intentó un nuevo camino de explicación para hacer inteligible su mundo y que dicho camino lo llevó a presuponer que para conocer el todo de los fenómenos y de la realidad es factible descomponerlo en las partes que lo integran -suposición, por cierto, no válida para la mayoría de las parcelas de la realidad- por lo que el análisis diferenciado constituía el procedimiento adecuado. No obstante pasó por alto que el todo, la realidad, es mucho más (rica y compleja) que la mera suma de sus fragmentos.
El éxito de este paradigma, no está por demás decirlo, se debe a que resultó muy efectivo para la transformación del medio. Aunque con él se perdió definitivamente la visión integral del conocimiento, advertida por las civilizaciones antiguas.
A pesar de ello habrá algunos esfuerzos integradores en la postmodernidad. G
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Martínez, Miguélez, Miguel (1999) La Nueva Ciencia . Su desafío, lógica y método. Trillas. México. 271 pp.
Aunque el concepto de tecnología será tratado más adelante, aclaramos que para nosotras deberá ser entendido como la organización del conocimiento científico para la producción. |