La educación y las relaciones de poder

Por: Gerardo Jiménez Ávalos

¡Magíster dixit! ¡Ipse dixit! Con estas palabras sacramentales, los escolásticos de la Edad Media reafirmaban la autoridad de Aristóteles frente a los discípulos de Pitágoras. Hoy, por el contrario, sirven para estigmatizar y ridiculizar el rigorismo conservador y autoritario en la educación. Representan la vestidura de la ignorancia autocrática y, también, son un recuerdo insidioso de los oscuros orígenes de la profesión magisterial. Tal es el caso del esclavo al que se le concedían pequeños poderes como preceptor, y que tabla en ristre tenía la misión de meter en la cabeza de los niños las “verdades”, que el amo de uno y de otros: el paterfamilias, consideraba justas y necesarias.

Hoy, las figuras del “Herr Profesor” germano, de “Le Patron” galo, yacen en el pasado desde las revueltas estudiantiles de 1968. La autoridad y dogmatismo de los docentes, cuestionadas desde Pestalozzi, la estructura autocrática de la escuela y la universidad han sido abatidas por los vientos de la nueva pedagogía o, al menos, eso es lo que se cree.

Se dice, y sólo eso, porque en la práctica es cosa distinta, que la enseñanza ya no es impuesta, que el estudiante ha pasado de una actitud pasiva o otra más activa, motivado , inducido a inquirir, impulsado al diálogo y dejado, inclusive, en libertad de aprender o no, o sólo aquello que capte su particular interés.

Los teóricos de la pedagogía arremeten contra el maestro autoritario, y ahora lo etiquetan como facilitador, un ayudante para el aprendizaje, que debe tratar a los alumnos de “tú” y recibir de ellos el tuteo. Educador y educando son considerados en el mismo plano, por lo que las decisiones, las orientaciones, no provienen ya de las alturas del olimpo de la cátedra, ahora emergen de la voluntad del grupo. El educador es considerado, algo así, como invisible ángel tutelar de infinita bondad sin más poder que el de un profundo amor por sus discípulos, provisto de una abnegación ilimitada. Un cuento de hadas sería menos idílico.

Las nuevas generaciones de educadores son atraídos por ese canto de sirenas como los espejismos a los viajeros sedientos perdidos en el desierto, y claman ¡la humanidad se humaniza! ¡Al fin la pedagogía cobra realmente dimensiones humanas! Los espíritus propensos al ensueño y a las soluciones simples hacen coro y apoyan la gestión de las nuevas pedagogías. Desde luego, olvidan y pasan por alto que, pedagogos como el español Giner del los Ríos, la italiana María Montessori, el uruguayo Jesualdo o el soviético Makarenko, sacudidores en su tiempo de la conciencia y el corazón de mucha gente con su labor docente, descubrieron que el problema de la educación desbordaba las cuatro paredes de las aulas y del hogar, porque sus raíces se hunden profundamente en las relaciones sociales, dentro del micro y macro universo de la sociedad y, por lo tanto, no podían separar los contenidos de la educación del contexto socioeconómico que atrapa al hombre en su gigantesca telaraña.

El anarquista Giner de los Ríos, la católica – liberal Montessori, el comunista Antón Makarenko, así como el socialista Jesualdo, vislumbraron que, aún la enseñanza didácticamente más progresista, es un agente del poder e instrumento necesario para la formación de sus cuadros, y desalentados comprendieron que sus revolucionarias escuelas traicionaban también al niño y burlaban al maestro de buena fe que manipulado, instrumentalizaba la sumisión de la condición humana, porque trabajaba con todo rigor didáctico, pero en condiciones que no eran humanas.

Aún hoy, y quizá más que antes, los distintos grupos de poder, bajo la bandera de la democracia disfrazan sus propias ideologías y lidian entre sí, por el manejo y control de la enseñanza. Cada vez esos grupos actúan menos por la fuerza y más por la convicción democrática que crea en las masas la ilusión de que ejercen poder a través de sus representantes, pero que en realidad éste se ejerce sobre ellos porque instrumentaliza a sus delegados, cuya conciencia es sometida ideológicamente al servicio de tales grupos. La fuerza, por sí misma, es incapaz de perdurar sin una doctrina que participe de la ideología general de la época: precisa de conciencias que la apoyen, y para tal efecto, dispone de la enseñanza como instrumento y su contenido como el medio de acción para adoctrinarlas. Es así, que la escuela se convierte en el crisol del poder a la subordinación de los pocos que lo ejercen y controlan.

La primera tarea de esa clase de educación consiste en asegurar la discontinuidad de la “filosofía popular” para suplantarla por la “filosofía erudita” de la ideología. Los individuos, así, olvidan su solidaridad concreta de grupo, de clase, y aceptan la solidaridad abstracta de la ideología del poder, en cumplimiento de un deber colectivo implantado en nombre del Estado.

Es preocupación fundamental de las nuevas pedagogías la evolución psicológica del niño, que hacen depender del desarrollo sexual. Los secuaces de la Escuela de Summerhill, diseminados por todo el mundo, aseguran que ese es el mayor éxito de la pedagogía en su historia, y, complacidos, los poderes estatales azuzan sus departamentos de educación para que experimenten, innoven, descubran las formas de facilitar y acelerar el aprendizaje agradable. Pero ninguna educación será liberadora en tanto no se asiente en la esencia humana, que sea por el hombre y para el hombre, que destruya las ideas alienantes que tiende a identificar la cualidad humana con la simple apariencia de las cosas. Mientras no sea así, los fracasos de la educación seguirán revelando, simplemente, la fragilidad de los mitos progresistas que, como pompas de jabón, se desvanecen en el aire.

Bibliografía

  • Universidad Abierta, S. L. P. Práctica Docente. Antología de textos.


REVISTA

NO. 17