EL GÉNERO, LA EDUCACIÓN Y NUESTRO HACER

Por: Ana Carina Cibrián.

  La intención ulterior de este trabajo es analizar las diversas dimensiones desde las que podríamos intervenir para el logro de una vida social igualitaria entre hombres y mujeres. Pero como el material es amplio, presento a ustedes mis reflexiones y propuestas en una serie de tres artículos. El primero de ellos se concentra en la vinculación de los términos género y educación –ubicando a la escuela como microcosmos social- y en él se abordan las relaciones sexistas y la presencia del poder en la educación. El segundo artículo se refiere a la categoría de género y sus principales controversias, mientras que el tercero analiza la posibilidad de participación hacia una vida solidaria que proclame, experimente y fomente la igualdad.

  VINCULACIÓN DE GÉNERO Y EDUCACIÓN: RELACIONES SEXISTAS ANTE EL PODER.  

A manera de entrada  

FOTOGRAFÍA: UBARDO AGUILAR JACOBO

En relación con el género, en la actualidad y particularmente en la escuela, ha cobrado fuerza la necesidad de una educación emancipadora y liberadora comprometida con la superación de las desigualdades sociales. Esto no siempre fue así. Pero en la década de los cincuenta y desde la sociología de la educación, en particular de la pedagogía crítica, se empezó a perfilar una tendencia que evidenció al sistema educativo como un espacio investido por el poder, carente de neutralidad y, por lo tanto, creador y legitimador de identidades sociales jerarquizadas, lo que sugirió la necesidad de un cambio. No obstante, en los años sesenta ni la sociología de la educación ni la pedagogía crítica hicieron suyo el tema de las mujeres como un foco de las alternativas de liberación. Fue la distinción teórica entre sexo y género, introducida en los años setenta por los estudios feministas, la que colocó las particularidades de lo femenino en el sistema educativo e inició con ello un nuevo debate acerca del papel que cumplía la educación en la perpetuación y reproducción de las desigualdades entre mujeres y hombres. Es también a partir de los setenta, cuando el concepto de género, como herramienta analítica, se incrusta en las instituciones de educación superior de los países altamente industrializados. Posteriormente, dichos estudios se extienden al resto del mundo occidental y es así como en muchas universidades se establecen centros especializados y, actualmente, se crean desde la esfera pública, instituciones que concentran proyectos de apoyo para la mujer.  

Las relaciones entre los sexos. Postura sobre el papel de la mujer

Las diversas investigaciones sobre el papel de la mujer, concentran posturas interesantes hacia quienes nos corresponde vivir las líneas del antes y del ahora. Entre ellas podemos encontrar la línea de las feministas de la diferencia, cuyo importante esfuerzo teórico y político rescata lo esencial de los valores y tareas tradicionalmente femeninos, resaltando su absoluta necesidad colectiva. No obstante, no es esta la postura que aquí nos interesa retomar. (No asumimos luego una postura feminista a ultranza) Pues, desde nuestra perspectiva el género ha sido asociado en forma errónea sólo con las mujeres o con la inclusión de los derechos de las mujeres, cuando lo cierto es que este concepto se refiere al amplio mundo de lo social y, más específicamente, a las relaciones sociales que incluyen no sólo las relaciones entre mujeres y hombres sino también la forma de relacionarse entre las mismas mujeres y entre los mismos hombres.

osotros compartimos la idea de que es deseable la construcción de una nueva forma de vida que permita a los seres humanos establecer nuevos equilibrios en los diferentes terrenos de la misma.

Pero ¿qué nos corresponde hacer para conseguir ese equilibrio?

Considero que no debemos fundarnos en un regreso al pasado, en partir en dos el universo social atribuyendo una mitad a cada uno de los sexos. Es deseable, en cambio, buscar que todos los individuos, hombres y mujeres, contribuyan equilibradamente en sus tareas y participaciones. Es necesario, entonces, un nuevo pacto entre hombres y mujeres que no tenga el carácter de la división sexual del trabajo, sino de la asunción individual de parcelas situadas en ambas esferas como lo plantea Marina Subirats (1998)

Sobre el tema de la igualdad en las relaciones entre los sexos Subirats señala –y con ella estamos de acuerdo- que:

a) Es necesario reconocer el problema de equidad existente en las relaciones entre los sexos. Problema por cierto muy mal resuelto y que supone costos personales muy importantes para mucha gente.

b) La única solución a largo plazo, para una nueva forma de entenderse, para un nuevo contrato entre los sexos, es la desaparición de los géneros- y no de los sexos- y su fusión en un conjunto de actitudes y actividades universalizadas, es decir disponibles para todo el mundo, para los hombres y para las mujeres.

En este camino, si no se cambia el principio de que hombres y mujeres deben dedicarse a actividades distintas y tener actitudes y características distintas, uno de los géneros será siempre considerado inferior y así toda relación personal seguirá implicando una lucha de poder y estará presidida por el conflicto.

c) Las nuevas formas de relación personal entre mujeres y hombres no han perdido del todo su carácter original. La evolución intelectual de la concepción de estas relaciones no ha ido acompañada de una evolución afectiva.

El papel de la educación.

Para contribuir a resolver el problema de la equidad en las relaciones entre los sexos, es importante apreciar la función de la escuela en la sociedad; es decir, analizar el papel que cumple o no la educación en la perpetuación y reproducción de las desigualdades entre mujeres y hombres.

Ante esta problemática, debo señalar que es difícil quedar al margen, puesto que las vivencias personales son testimonio de las posturas patriarcales que existen en la escuela.

De acuerdo con Subirats, nuestra libertad choca a menudo con limitantes establecidas por las instituciones. La propia sociedad establece y perpetúa formas de dominio, en los hábitos, las mentalidades y las costumbres.

La educación no está exenta de ello. De hecho, como señala Pérez una función importante de la escuela es garantizar la reproducción social y cultural como requisito para la supervivencia misma de la sociedad. “... contribuye (...) por sus contenidos, por sus formas y por sus sistemas de organización, a la inducción de ideas, conocimientos, representaciones, disposiciones y modos de conducta que requiere la sociedad (...) De igual forma contribuye decisivamente a la interiorización de las ideas, valores y normas de la comunidad” (Pérez, 1997)

Pero la escuela –como microcosmos social- ejerce, también, influencia en la reproducción de formas de dominio específicas. Influencia no necesariamente manifiesta en el currículum explícito escolar (o previsto) pero que se da a través del currículum oculto de la cotidianeidad (no previsto) y que interviene en el establecimiento de identidades, jerarquías y desigualdades entre los individuos.

“La escuela transmite y consolida de manera explícita a veces, y latente las más, una ideología cuyos valores son el individualismo, la competitividad y la insolidaridad, la igualdad formal de oportunidad y la desigualdad natural de resultados en función de capacidades y esfuerzos individuales. Así pues se aceptan las características de una sociedad desigual y discriminatoria, pues aparecen como el resultado natural e inevitable de las diferencias individuales en capacidades y esfuerzo.” (Pérez, Op.Cit)

Es decir que la escuela contribuye (aunque sea de forma inconsciente) a la legitimación de ideologías dominantes y a la transmisión de estereotipos que limitan el desarrollo de la personalidad humana, entre ellos, la legitimación de roles de desempeño específicos para mujeres y hombres.

Esta situación tiene que modificarse. Debemos buscar un cambio en la escuela, a fin de que ella no favorezca la reproducción de tales estereotipos.

Ahora bien, es necesario apuntar, que la transmisión de estereotipos no se da sólo a través de la escuela. Existen otras vías para su reproducción. Tal es el caso de los medios masivos de comunicación, cuyo enorme poder ejerce sobre la población una influencia parcial hacia la imagen tradicional de las mujeres (y los hombres) dejándola impresa y reforzada en el imaginario colectivo.

“... la escuela (...) no es la única instancia social que cumple la función reproductora. Están: la familia, los grupos sociales, los medios de comunicación, como instancias primarias de convivencia e intercambio que ejercen de modo directo el influjo reproductor de la comunidad social” (Ibid)

Advierto, por tanto, que para alcanzar la igualdad entre hombres y mujeres es de suma importancia que los medios de comunicación, las instituciones escolares y el resto de las instancias sociales, cambien las imágenes estereotipadas que dan de cada uno de los sexos.

Los esfuerzos para corregir esta situación deben hacerse no sólo desde la escuela sino desde todos los ámbitos sociales.

La experiencia personal

En relación con la transmisión de estereotipos en los roles a desarrollar por hombres y mujeres en la escuela, recuerdo, desde la vivencia personal, mi estancia en el Jardín de niños, (debería ser llamado jardín infantil) donde había una casita con los servicios del hogar (cocina, recámara, baño...) A partir de entonces evoco, entre otras imágenes, la importancia que tenía para mí como niña visitar ese lugar porque me hacía sentir ama de casa o señora al servicio familiar.

Se asumía desde entonces un rol diferenciado y marcado en la educación: los niños empezaban a sentirse amos, patrones o controladores de situaciones. (Era evidente el esquema de diferenciación que la cultura o la sociedad imponía: por un lado, las mujeres en sus deberes y obligaciones enmarcadas en el hogar y, por otro lado, los hombres en el trabajo, sin responsabilidades o compromisos que cumplir en casa.)

Posteriormente, al ingresar a una primaria de niñas, con maestras y directoras mujeres, mi formación escolar empezó a basarse en experiencias e ideas feministas que fomentaban predisposiciones como:

1.-la mujer debe ser dócil,

2.-la mujer es para labores de casa,

3.-la mujer no es igual al hombre,

4.-la mujer como máximo puesto público puede aspirar a ser docente, enfermera o secretaria,

5.-la mujer es la imagen opuesta al hombre...

Estos recuerdos permiten identificar tendencias que explican formas de exclusión y diferenciación en la escuela que no necesariamente son cosa del pasado.

Relaciones sexistas en la escuela

En la actualidad, aun cuando niños y niñas pudieran interactuar en procesos educativos, culturales y sociales, para así fomentar las bondades de sus relaciones, todavía podemos encontrar espacios exclusivos para cada uno de los sexos, lo que muestra una tendencia discriminatoria y sexista en la educación.

Subirats (1998) expone al respecto que el orden dominante en la educación es un orden masculino, que aunque abiertamente no puede oponerse a un tratamiento igualitario de los individuos de ambos sexos, sí remite a una diferenciación y jerarquización de los géneros.

Las niñas son, cada vez más, incluidas, pero con marcaje de lo que les corresponde hacer. En otras palabras, limitadas en su hacer. Las niñas siguen siendo tratadas como niños de segundo orden, y así están lejos del protagonismo.

Por eso Subirats propone y, a ello me adhiero, eliminar el sexismo de la educación y construir una escuela coeducativa. Lo que exige instaurar igualdad de atención y trato a niños y a niñas, pero además rehacer el sistema de valores y actitudes que se transmiten así como repensar los contenidos educativos. En una palabra: rehacer cultura, reintroduciendo en ella pautas y puntos de vista tradicionalmente elaborados por las mujeres y poniéndolos a la disposición de los niños y niñas, sin distinciones.

El sexismo debe ser, entonces, superado en el contexto mundial.

A través de la escuela se puede contribuir a lograr esa tarea: crear una sociedad en la que ni las mujeres ni los hombres vean limitadas sus posibilidades personales en función de su sexo, y en la que las actividades que realicen ambos no sean valoradas y medidas por la atribución a uno u otro género.

Para ello necesitamos, a decir de Wood “...preparar a los alumnos y alumnas para pensar críticamente y actuar democráticamente en una sociedad no democrática. La función educativa de la escuela contemporánea debe orientarse a la reconstrucción de la preconcepciones acríticas, formadas por la presión reproductora del contexto social. La escuela debe explotar la vivencia de un tipo de relaciones sociales en el aula centradas en experiencias de aprendizaje de intercambio y actuación (entre mujeres y hombres). Es preciso transformar la vida del aula y de la escuela, de modo que puedan vivenciarse prácticas sociales e intercambios que induzcan a la solidaridad, la colaboración y la experimentación compartida. Se tiene que facilitar y estimular la participación activa y crítica de los alumnos y alumnas, en las diferentes tareas que se desarrollan en el aula y que constituyen el modo de vivir de la comunidad.” (Wood, 1994:239)

Finalmente, sobre las relaciones sexistas en la educación, es también interesante la propuesta de Sandra Araya (2003) quien analiza las asimetrías entre los sexos y las posibilidades de contribuir a resolverlas desde la escuela, para lo cual señala como indispensable la sensibilización y disposición del docente, su concienciación, hacia el problema de equidad y género. La visualización de la escuela como un agente socializador complejo y dinámico, abierto a la diversidad y, la incorporación de cambios progresivos y sostenidos en el sistema de educación que permitan resignificar las prácticas educativas en relación con el fomento de la igualdad entre los sexos. (Véase el esquema)

La determinación de las acciones específicas o estrategias que cada país decida implementar para superar estas asimetrías responderán a los intereses y necesidades prioritarios para cada nación.

En México, podemos decir que hemos avanzado, pero sigue predominando el abuso y discriminación del hombre hacia la mujer.

De hecho, en muchos lugares del mundo es aun cierta la acotación de Sandra Acker de que “los hombres gobiernan, administran y manejan la comunidad, mientras que las mujeres han sido excluidas de los trabajos que producen las formas de pensamiento y las imágenes y símbolos en los que se expresa y ordena tal pensamiento” (Acker, 1995)

A manera de salida

  A las mujeres nos es difícil mantener una posición adelante o cerca del hombre, pero gracias a la astucia e intuición que hemos desarrollado, buscamos compartir un espacio laboral y familiar equitativo.

El entorno es un desafío, que nos exige, a hombres y mujeres, crecer juntos respetando nuestras potencialidades, debilidades y, en sí, nuestra esencia como seres humanos. Por ello, propongo, antes que la reelaboración de principios justos y universales, la solución pragmática de cuestiones puntuales; la puesta en práctica de acciones que permitan a ambos sexos igualar espacios donde puedan reflejar las capacidades y talentos que uno y otro poseen. Para lograrlo, debemos estar atentas y atentos. Cuidar, a lo largo y ancho del mundo, que el camino hacia la búsqueda de la igualdad entre los sexos, sea el de la profundización de los vínculos y las alianzas, y no el de la prevalencia o preminencia de alguno de los dos. Me declaro, pues en pro de una vida igualitaria y de que esta posibilidad empiece a construirse desde la educación.

Concluyo este trabajo retomando las ideas de Pérez abstraídas de su obra “Ser mujer en Latinoamérica” “...(se trata de) consolidar (a través de la educación) una humanidad capaz de definir en cada momento, con argumentos razonables y razonados, a partir de individualidades que son capaces de reconocer las diferencias de los demás y de relacionarse entre sí: la democracia que quieren, las escuelas que necesitan, el modelo de familia que más les gusta, la estética personal y el tipo de personas que más les agrada.

La pretensión es, pues, que la educación sirva para humanizar desde el ser singular. Que se evite repetir los errores. Que las mujeres empiecen a construir y a crear relaciones distintas a partir de ellas mismas, desde su particularidad, desde sus deseos.

Comparto esta visión sana y sencilla por establecer un sistema de vida social justo, auténtico y equitativo, PARTIENDO DEL SER. G

  ibliografía :

•  Apple, Michel (1997) Maestros y textos. Una economía política de las relaciones de clase y de sexo en educación. España. Paidos. pp: 15-84.

•  Acker, Sandra. (1995) Género y educación. Reflexiones sociológicas sobre mujeres, enseñanza y feminismo. España, Narcea. Pp. 9-155.

•  Araya, Sandra. (2003), Relaciones sexistas en la educación. Revista educación de la Universidad de Costa Rica 27. (1) PP. 41-52.

•  Morgade, Graciela (2001) aprender a ser mujer, aprender a ser varón, relaciones de género y educación. Argentina-México. Novedades educativas.

•  Pérez, A. (1997) Las funciones sociales de la escuela: de la reproducción a las reconstrucciones críticas del conocimiento y la experiencia. En: Gimeno, J. Pérez A. Comprender y transformar la enseñanza. España: Morata pp.17-33.

•  Subirats, Marina. (1998) con diferencia. las mujeres frente al reto de la autonomía. Barcelona. Icaria. pp. 19-141.

•  Subirats, Marina (1999) Género y escuela. En: Lomas, C.(comp.) ¿Iguales o diferentes? Género, diferencia sexual, lenguaje y educación. España. Paidos pp. 19-32.

•  Subirats, Marina, (1999) Rosa y azul. La transmisión de los géneros en la escuela mixta. En: Belausteguigoitia, M .Mingo, A. Géneros prófugos, feminismo y educación. México: Programa universitario de estudios de género-Paidos. pp- 189-224.

•  Pérez, Julia (1999) Ser mujer en Latinoamérica. En: Lomas, Carlos (comp.) ¿ Iguales o diferentes? Género, diferencia sexual, lenguaje y educación. España: Paidos pp.72-82.

  Tome, Amparo (1999). Un camino hacia la coeducación ( instrumentos de reflexión e intervención). En Lomas, Carlos (comp), ¿Iguales o diferentes? Género, diferencia sexual, lenguaje y educación. España. Paidos. pp. 171-197.


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NO. 23