EL PARADIGMA DOMINANTE EN LA CIENCIA MODERNA
Por: Claudia Tamariz y Ana Cecilia Espinosa Martínez
Tomando en cuenta que en ensayos anteriores hemos expuesto nuestra posición en torno a los aspectos internos de la ciencia que:
1. Parte de considerar que ésta acontece enmarcada por una estructura teórico-práctica, esto es, por un esquema conceptual o marco teórico y sus consiguientes métodos e instrumentos de trabajo –estructura que denominaremos, como Piaget y García, paradigma epistémico- y que rige en un momento histórico determinado mientras la comunidad científica lo acepte como punto de partida y como criterio para desarrollar su trabajo, y
2. Aceptando que la ciencia evoluciona por rupturas epistemológicas donde un paradigma termina sustituyendo a otro pero a su vez incorporándolo a los nuevos esquemas de conocimiento dominantes.
Tenemos ya un marco teórico para analizar a la ciencia moderna desde su estructura interna , en particular cuál es el paradigma epistémico que la rige hoy día y cuál el método con el que trabaja, elementos que favorecen una visión atomista de la realidad.
En otros artículos hicimos ya una revisión histórica de los modos de conocer dominantes en la evolución de la humanidad destacando el contexto sociocultural en el que estos aparecieron.
Allí vimos cómo, a partir de la llamada Revolución Científica que se desarrolló a lo largo de tres fases que abarcaron un periodo de más de doscientos años, de 1440 a 1690, se impuso un nuevo modo de conocer , el científico, que centró su atención en la naturaleza como objeto de estudio; fundamentó su validez en la observación y la experimentación como formas de aproximación al objeto y en la matemática como instrumento de formalización de los saberes; estableció la verificación empírica como criterio de verdad y revolucionó la forma de ver el mundo como regido por leyes eternas e inmutables que el hombre puede conocer para prever acontecimientos futuros y controlar la naturaleza a su favor, vinculando así el nuevo saber con las necesidades prácticas de la vida cotidiana.
Estos son en esencia los rasgos del paradigma epistémico de la ciencia que inició en el Renacimiento y que discurrió en la historia moderna empapándose del racionalismo iluminista del siglo XVIII y de la filosofía positivista del XIX, de la cual adoptó el nombre con el que se conoce en el argot de la filosofía de la ciencia. El Paradigma positivista ha llegado hasta nuestros días, aunque no en su forma original, y ha sufrido los embates de nuevas visiones filosóficas desprendidas de los novedosos derroteros que ha seguido la ciencia en el siglo XX y los albores del XXI.
En esta edición y en nuestros dos futuros artículos trataremos de seguir el cauce recorrido por este paradigma epistémico, de analizar sus características originales, de destacar sus puntos débiles y la forma como se ha defendido de las críticas que le han formulado y, finalmente, esbozaremos los rasgos del nuevo paradigma que se viene imponiendo en la ciencia y que busca suplir las deficiencias que el viejo no ha sabido saldar.
El Paradigma Positivista
En vista de que ha sido la ciencia física la rectora de la epistemología y la metodología científicas, es desde ésta que los filósofos de la ciencia analizan el paradigma que sentó sus reales a partir de la aparición de la ciencia moderna.
El marco teórico dominante que se conformó a lo largo de los más de doscientos años de Revolución Científica es también llamado Newtoniano-cartesiano, pues fueron Newton, desde la física, y Descartes, desde la filosofía, quienes le confirieron sus rasgos esenciales.
Newton desarrolló una teoría, sintetizada en una fórmula matemática, que estableció un concepto mecanicista de la naturaleza con la que englobó las explicaciones de Copérnico, Kepler, Bacon, Galileo y Descartes. La clave de su teoría fue comprender que la misma fuerza que atrae a una manzana a la tierra atrae a los planetas al sol, esto es, supuso que las leyes a las que obedecen los cuerpos de tamaño medianamente grande son las mismas que rigen a cada partícula de materia, sea cual sea su tamaño.
Dentro del universo mecanicista de Newton se establecen como conceptos básicos que:
El espacio es tridimensional a la manera euclidiana. Es también absoluto, constante y siempre está en estado de reposo.
El tiempo es absoluto, autónomo e independiente del mundo material y se manifiesta como un flujo constante del pasado al futuro.
El universo se maneja como un gigantesco mecanismo de relojería completamente determinista y todo el universo material se explica a través de cadenas interdependientes de causas-efectos.
Este modelo será posteriormente trasladado a la biología y la sociedad humana por los empiristas ingleses.
Descartes , por su parte, estableció un dualismo absoluto entre la mente y la materia que llevó a la creencia de que el mundo material puede ser descrito objetivamente, sin referencia alguna al sujeto observador.
Por otro lado, estableció la idea rectora de fragmentar todo problema en tantos elementos simples y separados como sea posible para conocerlos mejor.
“Las leyes newtonianas de mecánica celeste y las coordenadas cartesianas (...) crearon la impresión de que todo se podía describir en términos matemáticos o mecánicos” (Briggs y Peat, 1994:21).
De estos dos personajes que proveyeron los cimientos del edificio teórico de la ciencia obtuvo ésta rasgos tales como su concepción de que el mundo es determinista porque se comporta de manera mecánica; su tendencia a buscar, no el por qué de las cosas (la búsqueda de sus causas últimas y de su esencia, como lo pretendían en la Antigua Grecia o en la Edad Media) sino el cómo , el rastreo de sus causas próximas (a través de cadenas causa-efecto); una concepción empirista de conocimiento que estima como posibilidad real el conocer al objeto tal como éste es, sin intervención del sujeto: la objetividad, lo que implica dar un peso decisivo a la experiencia sensible en el conocimiento; el recurso a la matemática y a la lógica como garantía de sistematización y rigor en los procesos mentales y la idea de que la mejor manera de conocer el mundo es fragmentarlo en tantas partes como sea necesario, pues el estudio de las partes nos reporta las características del todo, principio que dará sustento a la especialización dentro de la ciencia.
“Si tuviéramos que sintetizar en pocos conceptos el modelo o paradigma newtoniano-cartesiano, señalaríamos que valora, privilegia, defiende y propugna la objetividad del conocimiento, el determinismo de los fenómenos, la experiencia sensible, la cuantificación aleatoria de las medidas, la lógica formal y la verificación empírica” (Martínez, 98: 76).
Y en opinión de otro autor el positivismo se caracteriza por: “la seguridad en la validez absoluta de la ciencia; la admisión de leyes naturales absolutamente constantes y necesarias; la uniformidad de las estructuras de la realidad; la continuidad en el tránsito de una ciencia a otra y la tendencia a la matematización y al mecanicismo” ( Guzmán, 1983 :238 ).
Para la filosofía del siglo XIX, particularmente para el pensador francés Augusto Comte, una vez que este nuevo modo de conocimiento humano adopta como parte de su método el modelo de abstraer en leyes el comportamiento de la naturaleza, el hombre ha llegado al Estado Positivo y ha dejado atrás las fases teológica y metafísica. Pues en el primer caso, o etapa teológica, el “espíritu humano (...) dirige esencialmente sus búsquedas a la naturaleza íntima de los seres, a las causas primeras y finales de todos los efectos, (...representando) los fenómenos como si fueran producidos por la acción directa de agentes sobrenaturales, más o menos numerosos, cuya intervención arbitraria explica todas las anomalías aparentes del universo” (Defilippe, 1977 :48). En el segundo caso, o etapa metafísica, se sustituyen los agentes sobrenaturales por fuerzas arbitrarias (el alma, el éter...). En cambio, la tercera etapa, capaz de lograr la felicidad de sus miembros, es racional, experimental y científica.
“En el tercer estado -positivo- por fin dominarán las ciencias, la experiencia y una visión racional del mundo” (Defilippe, op. cit :48).
De este modo: “El estado positivo se caracteriza porque el hombre se atiene a los hechos e intenta explicarlos conociendo sus leyes. En él se desarrollan las ciencias y se produce el desenvolvimiento industrial” (Guzmán, op.cit. :239).
Así, el conocimiento positivo es el que proviene de la ciencia, es útil y práctico y sirve para mejorar a la humanidad. Por eso para Comte, como para el mundo Occidental, es el conocimiento valioso.
La ciencia es pues positiva, atiende a la experiencia, a las leyes que rigen el acontecer de los hechos y las relaciones entre ellos y mantiene una visión empírica que hace derivar todas las verdades de la observación del mundo físico.
Retomando a autores como Hernández Rojas, Martínez, Thuillier, Geymonat y otros, podemos sintetizar las características del paradigma positivista de la siguiente manera:
La objetividad del conocimiento
La experiencia sensible como fuente de saber.
La posibilidad de verificación en la experiencia
El determinismo de los fenómenos
La lógica formal como garantía de un procedimiento correcto
La posibilidad de separar el todo en partes para su estudio
En este artículo abordaremos el primer punto, dejando el resto para una ocasión posterior.
La objetividad del conocimiento y el recurso a la experiencia sensible
La idea central del paradigma es que fuera de nosotros existe una realidad acabada y plenamente externa y objetiva que nuestro aparato cognoscitivo puede reflejar dentro de sí, como un espejo. El paradigma se fundamenta entonces en el modelo empirista o materialista del conocimiento.
Partiendo de que tal realidad existe y podemos conocerla fielmente, el paradigma establece que el objeto de conocimiento de la ciencia moderna es la Naturaleza, entendida, como afirma Ruy Pérez Tamayo (1989), como aquello cuya existencia puede verificarse objetivamente, sea en forma directa o indirecta.
Pérez Tamayo afirma que dentro de esta condición se encuentran fenómenos no materiales como las sensaciones, pero hay otros que escapan a tal posibilidad de verificación objetiva, como las emociones o los aspectos metafísicos, que por ello no son campo de estudio para la ciencia.
El objetivo de la ciencia es, entonces, conocer a la Naturaleza sin deformarla y la verdad consiste en la fidelidad de nuestras imágenes interiores a la realidad que representan. Esto es posible porque la estructura del pensamiento racional y la estructura de la realidad representada son análogas (idea que proviene del pensamiento griego), por lo que la manipulación de las palabras y conceptos permite la manipulación de la realidad, y esta idea fue respaldada por el pensamiento de Ludwig Wittgenstein en su obra el Tractatus , con el que proporcionó las bases filosóficas al pensamiento del Positivismo Lógico.
Para alcanzar la objetividad los positivistas de los últimos siglos -Hume, Locke, J.S. Mill, Comte, entre otros- recurrieron al análisis de la sensación como base segura, estableciendo un fundamento sensorial para el conocimiento científico.
Partiendo de la experiencia sensible, la postura empiricista, iniciada por John Locke, sostiene que la mente del científico es una tábula rasa donde éste registra todo lo que hay en su entorno y de esta acumulación de datos saldrán principios generales para explicar las experiencias registradas, hasta formar teorías o leyes.
Esta es la postura que también hemos llamado “inductivista” y según la cual el investigador, libre de cualquier prejuicio teórico, es capaz de acercarse a la realidad a través del recurso metodológico de la observación y registrar los datos que ésta le entrega en forma de sensaciones, a partir de los cuales, mediante el razonamiento inductivo, puede erigir leyes generales del comportamiento del mundo. Por ello, nos dice Hernández Rojas:
“El objetivo de la ciencia es establecer leyes universales o generalizaciones. Esas <<verdades>> universales se establecen por medio de estudios observacionales de los hechos. Una vez que las verdades son establecidas, generan nuevas hipótesis que serán comprobadas en posteriores estudios observacionales” (Hernández, 1998:84).
Y afirma también: “Para la teoría positivista los hechos o datos están libres de teoría y no tienen influencia de los prejuicios políticos, raciales o morales. Pueden ser descritos en un lenguaje observacional, el cual está exento de supuestos teóricos y presuposiciones de cualquier clase” (Hernández, op.cit. :84).
Así pues, la objetividad implica no sólo el sustento puro en la experiencia sensible sino también un estado privilegiado de neutralidad teórica y cultural, por parte del científico, para no prejuzgar el producto de sus observaciones y la capacidad lógica de desprender, de un cúmulo de datos sin aparente organización, un patrón común que le permita encontrar cuáles son las leyes a las que obedecen los fenómenos naturales.
Se concibe entonces al científico como un contemplador de la naturaleza, un observador paciente y atento, por lo que: “...el verdadero científico no tiene necesidad de inventar, el verdadero científico no es subjetivo” (Thuillier, 1990:21).
En cambio, posee una especie de genialidad que le permite leer entre líneas a través de los hechos, echando una mirada objetiva para radiografiar la naturaleza en un estado de total neutralidad. Al respecto afirma Thuillier:
“...el hombre de ciencia se comporta como si no tuviese un perfil psicológico singular; como si no tuviese una afectividad, pasiones, cultura, convicciones personales heredadas de su ambiente y su educación, como si no tuviese historia y, por supuesto, inconsciente” (Thuillier, op.cit. :21).
En una palabra, para este paradigma el científico es imparcial.
Para Pierre Thuillier tal neutralidad científica ha sido exaltada por la sociedad moderna como parte de una imagen mítica de la ciencia como actividad asceptizada de ideología y prejuicios: el sabio (científico) es un espíritu puro, frío, neutro y objetivo que se mueve en un vacío cultural e ideológico perfecto, que se vale un poco de su imaginación y de un don especial para formular con éxito geniales hipótesis.
Para algunos antropólogos culturales esta imagen es parte de una idealización de la ciencia a la que en algunas épocas (siglos XVIII y XIX) se la revistió, incluso, de un carácter trascendente.
Thuillier asegura que se trata de una larga tradición que invita a los profanos a adorar a la ciencia y que continúa hasta nuestros días, pero con un estilo más sobrio cuya finalidad, es exaltar el valor de quien posee el conocimiento para justificar su influencia o su poder.
Con respecto a la neutralidad científica Ludovico Geymonat maneja otra idea en torno a este concepto, que es también totalmente aplicable al paradigma positivista y que le llama Neutralidad teorética, refiriéndose con ello al total desinterés de los científicos por cuestiones filosóficas, que surge especialmente a partir de que la ciencia se fragmenta en disciplinas y especialidades desde las cuales los especialistas rehuyen enfrentar problemas globales, generales (que sí toca la filosofía), cuando su campo de acción es muy específico.
Volveremos a tocar este punto cuando abordemos el tema de la especialización científica.
Muchos de los principios fundamentales de este paradigma han sido cuestionados por los filósofos de la ciencia a partir de los avances y descubrimientos más novedosos en las diferentes disciplinas (especialmente la física que, como ya mencionamos, es la ciencia que marca los derroteros de la epistemología), particularmente en el siglo XX.
En artículos anteriores revisamos algunas de estas críticas, en particular al método inductivo y al principio de objetividad en la observación científica que permite una adecuación total de las teorías, erigidas a partir de la experiencia sensible y de la lógica inductiva, a la realidad, y llegamos con Thuillier a la conclusión de que:
“Si la historia de la ciencia ha podido sacar a la luz un hecho importante, es sin duda éste: ¡jamás existe una adecuación perfecta entre las teorías y los hechos!” (Ibidem. :9)
Las objeciones principales al empirismo y la objetividad en la ciencia son las siguientes:
La observación está cargada de teoría.
Para las posturas filosóficas modernas en torno a la ciencia la observación neutral y objetiva es imposible pues la observación está cargada de teoría y. en función de la teoría de que se trate, un hecho o dato se destacará en primer plano mientras otro se ignorará por completo.
Esto significa que todos los conceptos con los que entendemos a la naturaleza no son rasgos de la realidad sino creaciones nuestras, como dice Martínez: son mapas del territorio, pero no son el territorio
Los científicos no registran pasivamente datos sensoriales sino que elaboran un marco teórico mediante principios y conceptos que ellos eligen. Según Thuillier esta concepción se denomina constructivista y no sólo tolera la subjetividad sino que admite que es inevitable y legítima (modelo piagetiano del conocimiento y de la génesis de la ciencia).
Para ella no existe un puente lógico entre los fenómenos y los principios que los deben explicar.
Pero estos principios si no son sacados de la experiencia tampoco son productos a priori de la “Razón” sino que son resultado de la actividad intelectual humana, condicionada psicológica y socialmente. Así, la génesis de las teorías científicas no proviene sólo de la epistemología y la lógica sino también de la psicología, la sociología y la antropología cultural.
Así pues, en la actividad científica real el investigador corre riesgos pues se decide a apoyar determinada concepción de la naturaleza, a postular relaciones quizá inexistentes e incluso a manipular hechos.
El mismo Einstein admitía el papel del sujeto en el conocimiento científico al afirmar: “Es necesario (...) que el científico ponga sus conceptos en relación con el mundo de la experiencia de la forma más directa y necesaria posible. Pero la teoría no puede deducirse lógicamente de la experiencia, se inventa libremente. En este sentido el científico es también un racionalista : debe dar pruebas de una imaginación especulativa, forjar unos principios y unos conceptos que se anticipen a la experiencia(...) me parece inevitable (...) una oscilación entre estos dos extremos” (Thuillier, op.cit. :504).
Ya hemos mencionado que la moderna postura positivista admite la inexistencia de la observación pura y de la posibilidad de deducir de ella las leyes de la naturaleza (inducción): “... los principios que regulan el decurso de un grupo cualquiera de fenómenos no podrán ser otra cosa que principios hipotéticos, sugeridos por la experiencia y no ya deducidos de ella...” (Geymonat, op.cit.:36).
Aunque aún defiende la objetividad del conocimiento en algunos momentos, así lo testimonia Pérez Tamayo en la siguiente cita:
“...muchas veces (en especial cuando se inicia la investigación en un campo nuevo) la actividad científica es la de un observador de lo que ocurre en la naturaleza, por lo que su “creatividad” es mínima; en otras ocasiones, el hombre de ciencia se tropieza con fenómenos más o menos inesperados (es decir, no incorporados a las posibilidades consideradas en su marco teórico) y entonces actúa una vez más como observador de la realidad. Pero el científico invierte la mayor parte de su tiempo profesional en averiguar hasta dónde los esquemas teóricos que ha construido para explicar los fenómenos reales que percibe, coinciden con la naturaleza” (Pérez, 1989:13).
Y para Thuillier la labor científica se realiza en dos pasos:
Uno que corresponde a la invención de las hipótesis y que, como vimos, parte de un paradigma que rige los conceptos, la cosmovisión y los métodos de trabajo del investigador.
El otro posterior, que implica acercarse a la realidad en busca de su confirmación en la experiencia.
Así el moderno paradigma positivista admite que la actividad de los científicos en su mayor parte consiste en la verificación empírica de hipótesis establecidas previamente; no obstante, aunque admite la subjetividad en la elaboración de hipótesis, continua abogando por la objetividad del conocimiento científico en tanto la verificación de éstas implica dejar “hablar” a la experiencia.
Igualmente aún defiende la pureza de la observación en ciertos casos, particularmente en los inicios de una ciencia novedosa y en la llamada serendipia (descubrimientos casuales), aunque para pensadores como Thuillier estos descubrimientos tienen significado sólo si el investigador ha hecho una reflexión anterior que le permite leer las señales de la naturaleza y convertir un hecho nuevo, que en otros casos pasaría inadvertido, en un “hecho científico”.
La Teoría de la Relatividad.
Quizá el argumento más demoledor contra el objetivismo en la ciencia lo constituye uno de los descubrimientos físicos más importantes del siglo XX: la Teoría de la Relatividad , que elimina la posición de privilegio del sujeto observador (el investigador) al considerar que lo observado depende del punto de referencia desde el que se observe. Más adelante analizaremos con mayor detalle las aportaciones de esta teoría al cambio de visión en la física.
El consenso de la comunidad científica.
Otro elemento que apoya el aspecto subjetivo dentro de la labor científica es la necesidad del consenso de la comunidad para aceptar una nueva teoría o descubrimiento.
Vimos ya como Kuhn fundamenta el dominio de un paradigma en un momento histórico concreto en este consenso de los científicos, lo que demuestra la importancia del factor sociológico y psicológico en el progreso científico, tal vez más que el factor “objetivo”.
Igualmente la subjetividad se manifiesta en el carácter convencional de los axiomas de que parten las teorías científicas. Sobre el particular abundaremos más adelante.
Pero en este punto también nos referimos a la necesidad de cierto poder de persuasión del investigador para “mostrar la evidencia” de sus descubrimientos.
“La ciencia es una empresa esencialmente social” (Pérez, op.cit. :39) nos dice Ruy Pérez Tamayo refiriéndose a la necesidad de que las teorías y observaciones de un científico deben ser discutidas y aceptadas, primero por sus colegas más cercanos, luego por el sector científico interesado de su país y, posteriormente, por la comunidad científica internacional.
Y para convencer a sus colegas, nos dice Thuillier, el investigador necesita “vestir” los resultados, pues se requiere persuadir a los expertos y no sólo mostrarles una “evidencia”. He aquí una prueba más de que la experiencia sensible no habla por sí sola, pues para convencer de sus teorías el científico debe presentar “los hechos” bajo una luz seductora y minimizar o delimitar las objeciones, para lo cual hay que organizar la exposición de modo conveniente.
Así, aunque la investigación científica parte de un marco teórico general a partir del cual efectuar observaciones, cuando se llega a resultados palpables el científico debe atenerse a ciertas reglas para que éstos, no parezcan especulaciones sin fundamento y que obtenga el respaldo anhelado. Estas reglas para la presentación de resultados responden al paradigma positivista, pues:
“De forma general, en las condiciones actuales, el <<modelo>> ideal parece ser éste: el primer plano lo ocupan los <<hechos>> establecidos neutral y desinteresadamente, y las consideraciones teóricas deben ser tan sobrias y <<económicas>> como sea posible” (Thuillier, op.cit.:529).
En pocas palabras, para que resulte convincente, el científico debe argumentar que su punto de partida lo constituyen los hechos y no revelar ninguna preferencia o compromiso teórico a la hora de analizarlos y extraer conclusiones, aunque justamente su proceder sea el contrario.
Así, se continúa recurriendo a una postura netamente empirista para “convencer” de la objetividad de las investigaciones, aunque el procedimiento real y la forma de obtener el consenso apele más a un factor subjetivo. G
Fuentes consultadas:
Briggs, John y F. David Peat (1994) Espejo y Reflejo. Del caos al Orden. Guía ilustrada de la Teoría del Caos y la Ciencia de la Totalidad Edit. Gedisa. Grupo ciencias naturales y del hombre. Subgrupo Divulgación científica Vol. 10 2ª. Edición. Barcelona. 222 pp.
Deffilipe, Mercedes. (1977) Alianza entre Ciencia, Tecnología e Industria . Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior. ANUIES. México. 128 pp.
Gutiérrez Pantoja, Gabriel. (1996) Metodología de las Ciencias Sociales. T. I Colección Textos Universitarios en Ciencias Sociales. Harla. 2a. Edición. México. 268 pp.
Hernández Rojas, Gerardo (1998) Paradigmas en Psicología de la Educación. Editorial Paidos educador. México. 267 pp.
Martínez, Miguélez, Miguel (1998) La Investigación Cualitativa Etnográfica en Educación. Manual teórico-práctico Editorial Trillas. 3ª edición. México. 175 pp.
Geymonat, Ludovico (1993) Límites Actuales de la Filosofía de las Ciencias Edit. Gedisa. Colección Límites de la Ciencia #9 2ª edición. Barcelona. 181 pp.
Pérez Tamayo, Ruy. (1989) Cómo Acercarse a la Ciencia. Consejo nacional para la Cultura y las Artes/ Edit. Limusa y Noriega. Gobierno del Estado de Querétaro. México. 150 pp.
Thuillier, Pierre (1990) De Arquímedes a Einstein. Las Caras Ocultas de la Invención Científica. Alianza editorial/ Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. México. 538 pp.
Aún no vamos a tomar en cuenta la perspectiva externa, esto es, su relación con el sistema social y su papel como proveedora de una cosmovisión filosófica.
El filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein sentó las bases epitemológicas del Positivismo Lógico cuando en su obra el Tractatus Lógico-Philosophicus de 1921-22, analiza las relaciones entre las palabras y las cosas y al respecto postula, como idea central de su filosofía, que una proposición es una imagen, figura o pintura de la realidad, lo que significa que la naturaleza esencial de las proposiciones es describir la realidad, así la proposición puede representar o estar en lugar del hecho al que representa y esta es la tesis fundamental de Wittgenstein en esta obra.
El gran valor de esta filosofía para el Positivismo Lógico es que en ella se afirma que el lenguaje representa casi físicamente la realidad, por lo que, manejando el lenguaje podían manipular directamente a la realidad. |