PONENCIA: TECNOLOGÍAS EN LA EDUCACIÓN

Por: Carlos Scheel Martín

Fue Giovanni Sartori el que señaló el nacimiento de lo que él llamó ‘la nueva generación de videoniños', refiriéndose a todos aquellos que hemos sido criados y educados por nuestras niñeras electrónicas, la televisión y la computadora.

Sabemos que un niño promedio puede pasar hasta 8 horas frente a la televisión, y que dicho adiestramiento audiovisual comienza años antes de que el niño se enfrente por primera vez a la institución escolar. De tal manera que cuando finalmente ingresa a la escuela preescolar, cuenta ya en su ‘currículum' con un gran número de ‘horas tele', que de alguna manera han influido en la conformación de su personalidad. Desde esta perspectiva, el maestro tradicional llega a su encuentro con el estudiante en una situación de franca desventaja, ya que no cuenta en su haber mas que con un reducido número de herramientas pedagógicas, entre las que destaca la utilización del lenguaje oral, mismo que en la formación previa del niño, se ha visto siempre acompañado de imágenes, que acaparan la atención por encima del texto o del mensaje oral transmitido. Por ello, el docente se ve ante una disyuntiva: o compite en condiciones de inferioridad con el mundo multimedia al que el niño pertenece, con muchas posibilidades de fracasar o de tener serias dificultades o se adapta a la ‘nueva cultura', incorporando en su catálogo de medios y herramientas pedagógicas la utilización de estas tecnologías, lo cual es visto por muchos como una capitulación, una especie de ‘rendición frente al enemigo'. Esto debido a que en muchas ocasiones, la televisión como medio educativo, se utiliza únicamente como medida para captar la atención del estudiante, y no tanto por su valor educativo intrínseco. Por lo tanto, hay quien dice que al ceder ante dichas tecnologías, el docente está eliminando las posibilidades de que el estudiante ingrese al ‘mundo de la cultura escrita', aceptando el hecho de que está condenado a vivir en un mundo de imágenes, teniendo vedado el acceso al mundo de ‘los libros sin monitos', al cual calificará de ‘aburrido', así como a cualquier maestro que utilice la palabra como el medio de su enseñanza. Con esto, estamos echando a la basura más de 20 siglos de cultura verbal, que encuentran en los grandes maestros orales de la humanidad, Sócrates y Jesús, a sus más significativos exponentes. ¿Tendríamos que decir que si Sócrates viviera en la actualidad se vería relegado por los alumnos a no ser que presentara sus argumentos acompañados de vistosas animaciones en video? ¿Las parábolas de Jesús tendrían que mostrarse como archivos multimedia? Podemos ver que, desde la perspectiva de esta nueva cultura, la palabra que no va acompañada de imágenes se pierde en el limbo de la incomprensión. Para los profesores, no será raro evocar las expresiones de aburrimiento y auténtico vacío en los rostros de muchos de sus estudiantes, incapaces en muchos casos de seguir una argumentación verbal que se extienda por más de 3 minutos, llegando incluso al punto de calificar de ‘aburrida' una película por el simple hecho de que no esté doblada al español, sino subtitulada, lo cual genera la penosa necesidad de leer ‘letritas'.

¿Tiene razón Sartori al señalar que esta cultura audiovisual, lejos de constituir un avance cultural, constituye un retroceso que nos lleva casi directamente de regreso a la época de las cavernas, o peor aun, a un nuevo oscurantismo regido por la omnipotencia de la imagen?

¿Cómo podemos generar en los jóvenes el gusto por la lectura, cuando nos enfrentamos a la desleal competencia ejercida por los medios audiovisuales –¿para qué leer el libro si ya vi la película?

¿Cómo generar un criterio que permita a los jóvenes juzgar los mensajes que reciben a través de la ‘t.v', de tal manera que ésta, en vez de impedirles pensar, ayude a generar conocimientos y una actitud crítica?


El profesor Carlos Scheel en la exposición de su ponencia

Puedo mencionar que, a pesar de lo que pudiera parecer por las palabras anteriores, soy un docente que utiliza con mucha frecuencia las herramientas de audio y video para fines didácticos, lo cual en muchos casos ha enfrentado críticas o comentarios negativos como ‘ver películas es perder el tiempo', como si tuviéramos que negar la realidad en vez de adaptarnos a ella y utilizar los medios que nos ofrece. Una posibilidad es negarnos a aceptar la tajante división entre medios audiovisuales y medios escritos, señalando que las películas están basadas en obras literarias, e intentando, a partir de la utilización de medios visuales, aproximar al estudiante a la cultura escrita. Esto es, tampoco debemos quedarnos cerrados en el pasado como si la revolución tecnológica no hubiera tenido lugar, sino simplemente, utilizarla para nuestros fines, en vez de estar a su servicio. No hay que negar tampoco que durante años la educación escolar se cerró en conceptos teóricos ‘escritos', que al paso de los años perdieron significado, convirtiéndose tan solo en palabras huecas, carentes de sentido, útiles para ser memorizadas con el fin de aprobar un examen, para ser relegadas inmediatamente al olvido, a donde van todas esas palabras que no nos remiten a ninguna realidad vivencial.

Para finalizar, quisiera señalar que vivimos en una época que se enriquece con elementos de ambos mundos, y que no tenemos porque negar alguno de ellos. El reto consiste entonces en encontrar los métodos para que en la formación del estudiante confluyan, armónicamente el gusto por la lectura y por el pensamiento abstracto, junto con la formación audiovisual y multimedia que exigen los tiempos actuales. G

 


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NO. 25