La Metodología de la Ciencia Moderna
Por: Claudia Elena Tamariz y Ana Cecilia Espinosa Martínez
“La pérdida del sujeto es el precio que hemos pagado por la objetividad del conocimiento”
( II Congreso Mundial de Transdisciplinariedad)
Apreciable lector, el punto de vista interno de la ciencia, su paradigma epistémico, objeto de varios de nuestros artículos anteriores, no puede estar completo sin un análisis de su método y, en particular, de los elementos que han hecho que éste enfoque a la realidad como un conjunto de fragmentos que pueden, tras su manipulación y comprensión, acomodarse para armar una totalidad.
Con el análisis del paradigma epistémico que ha dominado a la ciencia moderna y ha producido su famoso método hemos emprendido un acercamiento a éste último, a sus elementos constitutivos, por lo que nuestro interés en las siguientes líneas no será un recuento de estos elementos, sino un análisis de los rasgos que hacen de este método un bisturí para disectar la realidad en fragmentos.
Estos rasgos tienen todos algo en común: la presencia del pensamiento racional del hombre occidental, que no percibe totalidades sino fragmentos.
Por ello, analizaremos las características del pensamiento racional de Occidente al mismo tiempo que las vamos detectando en el modo de conocer científico y, más concretamente, en su método de trabajo.
El pensamiento racional y la importancia de la racionalidad en la ciencia.
La aparición del racionalismo se remonta a la cultura clásica griega, responsable, según vimos, del desarrollo del modo filosófico de conocer; empero, a partir de la modernidad la preeminencia o privilegio de la razón por el mundo occidental obedece a la importancia que ésta tiene para la ciencia, pues al ser la ciencia considerada como modo de conocimiento valioso, la forma racional de pensamiento, patente en su método, es igualmente privilegiada y fomentada por los occidentales.
Pues bien, en este apartado aclararemos en qué consiste la racionalidad científica para comprender por qué la ciencia pondera la forma racional de pensamiento. Igualmente, a la par de dicha explicación, procuraremos aclarar cómo se caracteriza el pensamiento racional.
Una característica presente en el modo científico y su método es su tendencia al racionalismo, pues el conocimiento es en última instancia una construcción racional que debe satisfacer las demandas del pensamiento en el sentido de brindarle significados a la realidad que rodea al hombre. El conocimiento científico no está desligado de esa tendencia ni puede evadir esas demandas, especialmente cuando pretende erigirse como conocimiento válido y útil a la humanidad. Pero tampoco puede ser el resultado de cualquier construcción mental -ordenada o no, con fundamento o no- sino que debe reunir argumentos que justifiquen coherentemente las aportaciones que hace, esta coherencia deberá iniciar desde sus fundamentos, pues en ello va en juego su validez.
Así, el uso del método científico significa también la concepción del conocimiento a partir de las construcciones lógicas de los procesos de la razón.
Según el diccionario de las ciencias de la educación, la racionalización es el resultado de la elaboración de argumentos que justifican coherentemente un hecho, fenómeno o comportamiento de acuerdo con las leyes de la lógica. Es también un proceso de obtención de inferencias o la capacidad, manifestación y resultado de la argumentación válida. Un proceso de formación de conceptos y de descubrimientos de las relaciones correctas entre las ideas.
Así mismo se trata de un “ Proceso formal mental por el que se pasa de hechos, proposiciones, juicios o verdades ya reconocidas a otras distintas de ellas, pero coherentes con las primeras” (Diccionario de las Ciencias de la Educación. 1996 :1412). Este proceso es característico del pensamiento racional.
La forma racional de pensamiento constituye una de las facultades superiores del ser humano y es una propiedad del cerebro capaz de reproducir los objetos de conocimiento mediante imágenes que transforma en conceptos, juicios y razonamientos que exterioriza por medio de palabras. De hecho, la fase racional del conocimiento está compuesta por esta serie de ideas, conceptos, juicios y razonamientos que integran la unidad indisoluble del pensamiento.
Volviendo a la cuestión de la racionalidad científica, este paso de los hechos a proposiciones, juicios y “verdades” del proceso mental formal que representa el razonamiento, se ve plasmado en la ciencia y su método -siguiendo el esquema del estado positivo descrito en el apartado anterior-, en la construcción de un sistema conformado por leyes , teoremas y postulados que se derivan de ciertos conceptos básicos: los axiomas.
Este sistema en general y sus elementos pretende, en última instancia, permitir el reflejo de la realidad del comportamiento de los hechos o fenómenos. No obstante, como describiremos, el sistema tiene en sí un carácter ideal abstracto, es decir, racional.
Para nosotras, la presencia de la racionalidad en la construcción de leyes se hace patente en su tendencia a abstraer la esencia de los fenómenos; la propensión misma de las leyes a extenderse como explicación de un número indeterminado de eventos de la misma naturaleza; y en el carácter ideal ulterior que las leyes tienen, en tanto que se fundamentan en sistemas axiomáticos, convencionales. Veamos.
Las leyes, como comentamos, son para la ciencia positiva un elemento fundamental pues representan la explicación de los acontecimientos de la naturaleza. Esta explicación que la ley da supone la abstracción de la esencia de los fenómenos y su comportamiento. Empero, como bien señala Mario Bunge, las leyes no son objetos sensibles sino inteligibles, no son los objetos en sí, sino su representación, por lo que suponen una construcción propiamente racional:
“...no percibimos las leyes, sino que las inferimos a partir de fenómenos, tal como inferimos todo otro universal fáctico” (Bunge, 1979 :76).
Por otra parte, como vimos, los hechos generales son de gran importancia para la ciencia. Representan leyes establecidas a partir de hechos particulares que más tarde serán interpretados en términos de esos esquemas generales. Una vez postuladas como tales, las leyes extienden su explicación a todos los eventos (presentes y futuros) del mismo tipo y se consideran válidas mientras no se encuentre un suceso que pruebe lo contrario. (Así por ejemplo, la ley de la gravitación universal de Newton presupone que las leyes de la gravitación que rigen la Tierra son las que mantienen el sistema del mundo, es decir, dicha ley extiende su explicación a todo el universo).
Tenemos hasta aquí, según Mario Bunge, dos casos de ley. En el primer caso asignamos prioridad a los hechos, pues de ellos hacemos inteligibles las leyes, pero en el segundo caso, ”...razonamos como si las leyes planearan por encima de los hechos...” (Bunge, op. cit. :77).
En este segundo caso estamos hablando de leyes producto de un trabajo de ensayo de reconstrucción por medio de conceptos teóricos más elaborados. Se trata de reconstrucciones cambiantes de las leyes objetivas en el nivel del pensamiento racional.
Pero además, los hechos generales para erigirse en leyes deben cumplir el requisito de verificabilidad en la experiencia, que es lo que a la vez determina su adherencia a ciertas regularidades (leyes), pues la posibilidad de verificación del fenómeno radica en su repetitividad.
De hecho, verificabilidad y sujeción a leyes naturales invariables son las características que distinguen a los hechos positivos:
”Si un hecho es positivo por ser verificable también es verificable porque se presenta de manera repetida, es decir, que está sujeto a leyes naturales invariables” (Defilippe, op. cit. : 48 ).
De este modo la verificabilidad en la experiencia es también importante para la postulación de leyes, pues representa el sustento de “paridad” con la realidad que interpretan.
Luego: si las leyes intentan abstraer el comportamiento de los fenómenos, se establecen a partir de casos particulares que a continuación podrán ser interpretados en términos de los esquemas generales (leyes), o sea, extienden su explicación a futuros eventos de la misma naturaleza: entonces la racionalidad está presente en su construcción. Igualmente, en la tendencia a la verificación en la experiencia vemos una característica del racionalismo: la sistematicidad.
Por otro lado, encontramos evidencia de la racionalidad en la ciencia en su tendencia a construir teorías científicas como un cálculo axiomático, del que se deducen las partes que componen a la teoría completa. Se trata de la construcción de un sistema cuya base son axiomas, postulados o juicios a priori en los que la experimentación no ocupa necesariamente el primer lugar, sino que provienen de la intuición de la mente humana. Una vez establecidos esos postulados pueden deducirse todos los teoremas, respetando las leyes de la lógica.
L os axiomas o postulados, como ya lo vimos, son en realidad convenciones, un conjunto de enunciados elegidos arbitrariamente y considerados verdades tan evidentes por si mismas que no son susceptibles de demostración. Por ejemplo: “el todo es mayor que las partes”.
“Todo el sistema se apoya en unos axiomas o postulados que parecen ser evidentes y que como tales, por definición son sólo convencionales, gratuitos o arbitrarios. (...) los cuales sólo se definen implícitamente dentro del sistema...” (Martínez, 1999 : 100).
Así las cosas, un sistema o modelo axiomático valdrá tanto y será tan sólido como lo sean las intuiciones básicas de los axiomas en que se apoya.
Un ejemplo ilustrativo de esta construcción de teorías mediante un modelo axiomático y que emplea procesos puramente racionales y deductivos lo constituye la obra Los principios de la mecánica de Hertz, considerada prototipo para todas las disciplinas – este mismo modelo lo sigue la geometría con Euclides y la aritmética y la matemática en general con Peano y Rusell.
En esta obra, el autor parte de una sola ley fundamental y de los conceptos básicos (de la mecánica, en este caso tiempo, espacio y masa), y conforma con ellos, con sus definiciones, proposiciones, demostraciones y conclusiones que de esa ley se derivan, una estructura. Otros conceptos (como fuerza, energía, movimiento, velocidad, aceleración, por ejemplo), se originan por deducción de los primeros, e igual sucede con todo el sistema completo y conectado que crea. De esta manera todas las leyes de la mecánica pueden inferirse de modo perfectamente lógico de una sola ley fundamental.
En la primera parte de su trabajo Hertz define los conceptos base, lo cual hace sin apelar a la experiencia:
“El contenido del primer libro es independiente de la experiencia. Todas las aseveraciones que se hacen son juicios a priori en el sentido de Kant. Se basan en leyes de la intuición interna de la persona y sobre las formas lógicas que ella sigue (...) estas afirmaciones no tienen ninguna otra conexión con la experiencia externa que las que tienen estas intuiciones y formas. (...) El tiempo (...) es el tiempo de nuestra intuición interna” (...) el espacio es el espacio como lo concebimos; por lo tanto, el espacio de la geometría de Euclídes, con todas las propiedades que esta geometría le adscribe (...) (Y sobre la masa:) una partícula material es la característica por cuyo medio asociamos sin ambigüedad un punto dado en el espacio en cualquier otro tiempo” (Martínez, op. cit. :104).
Así, en el primer libro Hertz se asegura de que el armazón lógico de su sistema es perfecto. Vendrá luego el segundo libro o segunda parte de la obra en la que pone como cimiento la ley fundamental, apoyada en la experiencia, y que servirá de sostén a todo el edificio conceptual trazado; de ahí en adelante todo se obtiene deductivamente y sin necesidad de apelar nuevamente a la experiencia.
“En este segundo libro entenderemos los tiempos, espacios y masas como símbolos de los objetos de la experiencia externa; (pero) consistentes con las propiedades que hemos asignado previamente (...) ya sea por medio de definiciones o como formas de nuestra intuición interna. Nuestras proposiciones referentes a las relaciones entre tiempos, espacios y masas deben de satisfacer (...) no sólo las demandas del pensamiento, sino también estar en concordancia con las experiencias posibles y, en particular futuras. (...) La parte que depende (de la experiencia) (...) deberá estar comprendida en una proposición única y general (...) (:) nuestra Ley fundamental . No se hace ninguna otra apelación a la experiencia..” (Ibidem. :105).
Por otro lado, y para fundamentar el último punto respecto a la racionalidad presente en las leyes, diremos que éstas poseen un carácter ideal ulterior en tanto que, como parte del sistema científico de una disciplina, tienen su base última en esa serie de juicios a priori y de postulados que se establecen por convención: los axiomas. Pues si las disciplinas, al menos las formales, construyen sus sistemas teóricos empleando el modelo axiomático (ya sea desarrollando sistemas axiomáticos propios o retomando los establecidos por otras disciplinas), los axiomas sientan o constituyen la base para todo el cuerpo disciplinar, incluyendo a las leyes, leyes que podrán no derivarse directamente de esos sistemas de axiomas pero que sí están condenadas a respetar los parámetros que ellos marcan. En otras palabras, ninguna ley puede contradecir los sistemas axiomáticos en que se basa la disciplina en la que se inscribe esa ley o los que retoma de otras disciplinas como la matemática y la lógica.
Concluimos, pues, que las leyes tienen también un carácter ideal, abstracto ulterior -característico del pensamiento racional- en tanto que su sustento último son sistemas axiomáticos que se construyen a partir de convenciones, respetando las leyes de la lógica, es decir, son construcciones ideales.
Consideramos que todos los rasgos antes mencionados para identificar la racionalidad en las leyes científicas son válidos para caracterizar al pensamiento racional. Nos referimos al empleo de los procesos lógicos del pensamiento, a la tendencia al análisis, a la sistematicidad y a la propensión a la idealización o abstracción.
Pero la importancia de la racionalidad en la ciencia (positiva) no se manifiesta sólo en la postulación de leyes , en la teoría verificacionista y la construcción lógica de sistemas axiomáticos ; sino también en su fundamentación matemática y la visión cuantitativa, analítica y abstracta que ella genera. Igualmente está presente en la búsqueda de la objetividad en el conocimiento.
Esta visión cuantitativa, analítica y abstracta que la matemática fomenta se inscribe en las características que como método de tratamiento de la realidad posee, definidas éstas por las particularidades de su objeto de estudio y por el objetivo que persigue.
La matemática para D'Alembert es la ciencia que tiene por objeto las propiedades de la dimensión, cuando puede ésta calcularse y medirse. Descartes, por su parte, considera que el objeto último de la matemática es la extensión o res extensa , pues constituye el ser de la res corpórea o material. Según él, la extensión es la estructura de la materia que presupone todas las demás determinaciones de la sustancia, principalmente la división, la figura y el movimiento , por lo que no reconoce ninguna otra materia de las cosas corporales que aquella que no sea divisible, configurable y móvil, (la cantidad). Lo cuantificable representa entonces para él, el objeto de estudio de la matemática, por lo que coincide con D'Alembert.
Por otra parte, recordemos que fue el propio Descartes quien propuso como método de conocimiento, no sólo el racionalismo a ultranza con su duda metódica, sino también el estudio analítico de los fenómenos, es decir su división en partes hasta conocer sus principios y elementos.
El estudio de este objeto ha de realizarlo de un modo abstracto, mediante la representación simbólica o la traducción de la esencia de los fenómenos o sus relaciones a un lenguaje numérico y de signos. Tales representaciones pueden o no ser “de algo” concreto, pues como afirma Martínez :
“Se trata de creaciones del pensamiento, por lo que no es esencial que podamos representarnos intuitivamente con estas creaciones algo determinado, sino sólo que sean conceptos entre los que se puedan postular determinadas relaciones. Sin duda la matemática puede ser concebida como un puro sistema formal de conceptos” (Martínez , 1999: 137).
De hecho, para descubrir una nueva propiedad, el matemático acude a su intuición. Esta puede ser sensible, provocada por un problema concreto, o puede no evocar ninguna representación concreta.
También es importante señalar que la matemática busca el rigor de la exactitud y precisión entre las representaciones simbólicas que logra y entre todas aquellas representaciones que se deriven de las primeras.
De esta manera, concluimos que aún cuando el campo de estudio de las matemáticas pretende abarcar todo ente que pueda ser abstraído, tal abstracción tiene que sujetarse principalmente a los aspectos cuantitativos de la naturaleza corpórea (cantidad, dimensión, extensión...). La matemática tiende, entonces, a la cuantificación de los fenómenos para su análisis e interpretación, dicha cuantificación es una traducción-representación simbólico-abstracta de las realidades que estudia. Las formas matemáticas son, pues, de naturaleza ideal.
Por otra parte y como ya analizamos, a la matemática aplica también el modelo de la axiomatización, ya que constituye un sistema formal conformado por elementos ideales de los que se derivan o formulan proposiciones, con las que las relaciones establecidas entre los objetos son en sí mismas de índole puramente formal.
Las matemáticas son, entonces, una disciplina racional, abstracta y axiomática.
“La matemática (...) prescinde de la naturaleza de los entes que utiliza (...) al no especificarse la naturaleza de los entes con que se construyen las teorías generales, hay que comenzar por dar las relaciones que, por hipótesis, se suponen que esos entes guardan entre sí, hipótesis que se llaman axiomas de la teoría y a partir de los cuales se construye ésta. Por eso es aceptado que desde 1950, la matemática moderna se caracteriza por ser abstracta, polivalente y axiomática” (López, en Diccionario de las ciencias de la educación, 1996 : 911).
Aquí es necesario aclarar que no es propósito de este trabajo, al menos no de esta sección, refutar o no el nivel de adecuación y el grado de precisión que las matemáticas ofrecen, sin embargo, sí apuntar que consideramos que no todas las realidades pueden reducirse a las propiedades cuantitativas con que la matemática opera.
Por último, respecto a la racionalidad presente en la demanda de objetividad en la ciencia, diremos que esta demanda reside ulteriormente en la búsqueda de un fundamento que dé seguridad a la vida al garantizar que nuestro conocimiento del mundo es confiable. Fundamento que la ciencia busca poseer a través de su carácter racional, verificable, lógico-analítico, sistemático y riguroso, exento de emotividad (es decir racional y no visceral). El conocimiento científico tendrá que ser en este sentido objetivo, y su objetividad estará dada por esas mismas características (racionalidad, verificabilidad, sistematicidad, rigurosidad,...)
De hecho, según señala Martínez, fue esta actitud de búsqueda de un conocimiento confiable y objetivo la que llevó a muchos autores posteriores a Descartes a caer en un objetivismo radical, seguros de que debe haber un marco de referencia permanente y ahistórico al cual se puede apelar para determinar la racionalidad del conocimiento.
La racionalidad científica se sustenta, bajo la lente positivista (objetivista radical) -con la que no comulgamos- en la posibilidad de conocer el objeto tal como es, por lo que el conocimiento se vuelve algo estable, certero y permanente, y no depende de condicionamientos históricos. El papel del sujeto en el proceso de conocimiento es entonces pasivo, su ecuación personal queda relegada a un segundo plano en beneficio de un conocimiento “objetivo” al que se llega por procesos lógicos y sistemáticos y por tanto confiables, y no a través de procesos meramente intuitivos o viscerales.
Sobre el tema de la objetividad científica Jesús Arias opina que ésta juega en realidad un papel ambiguo en la ciencia, pues: “Por un lado limita y controla las distorsiones individuales en el conocimiento, pero por otro reduce al conocimiento al ámbito de lo externo, soslayando lo que es esencial al sujeto” (Arias, 1996 :24).
En síntesis: la racionalidad en la ciencia queda manifiesta en la postulación de leyes como exégesis del comportamiento de los fenómenos, en la construcción de sistemas lógico axiomáticos, en su visión abstracta, sistemática, analítica y cuantitativa, producto en gran parte de su tendencia a la matematización, y en la búsqueda de un conocimiento objetivo. Particularidades todas que distinguen a la visión científica positivista.
El hecho de que la ciencia sea el modo de conocer predominante en el mundo moderno y que la racionalidad constituya una de sus principales características ha convertido a ésta en un paradigma del pensar del hombre común, en la forma de pensar aceptada y válida para alcanzar la verdad.
Así, concluimos que, aunque la tendencia al racionalismo aparece desde la época de los helenos, es en el mundo moderno donde recobra especial fuerza bajo el influjo del modo científico. Esta visión racionalista será fomentada y difundida entre la cultura occidental, productora de ambas: ciencia y racionalidad, tanto por la importancia que la razón tiene para la ciencia como por considerar que son las funciones propias del pensamiento racional y sus productos – la ciencia entre ellos- las que han elevado al hombre a su posición dominante.
El privilegio de estos paradigmas (ciencia y racionalidad) conlleva una percepción del mundo como cosificable, ordenable, divisible, fragmentable, de ahí que para conocerlo se haga necesario un proceder analítico, lógico, sistematizador y objetivo y de ahí, también, que el conocimiento tienda a atomizarse, al pretender reflejar esas mismas características.
Este privilegiar, por parte de los occidentales, la forma racional de pensamiento, caracterizada por todos los rasgos antes mencionados, tiende a promover una visión fraccionaria del mundo y los conocimientos.
“La imagen del mundo Occidental es una imagen desintegrada y el conocimiento de ese mundo refleja tal situación. (...) La división del conocimiento y su separación en diferentes clases, así como su alejamiento de la sabiduría (sic), es un rasgo cultural del Occidente, producto de su desarrollo específico...” (Arias, op. cit. :23) G
Bibliografía consultada
Arias, García, Jesús (1996) “Ciencia y hermenéutica : una panorámica mexicana” en Revista Reencuentro #16 . UAM Xochimilco, México. pp. 23-29.
Bunge, Mario. (1979) La Ciencia , su Método y su Filosofía . Ediciones Quinto Sol. Argentina. 111 pp.
Deffilipe, Mercedes. (1977) Alianza entre Ciencia, Tecnología e Industria . ANUIES. México. 128 pp.
Diccionario de las ciencias de la Educación . (1996) Edit. Aula Santillana 3ra reimpresión. México.
Espinosa Martínez, Ana Cecilia y Claudia Elena Tamariz (2001) Un Modelo Transdisciplinario para la Universidad . Tesis de Maestría. Universidad del Valle de México. Campus Juriquilla. 506 pp.
Martínez, Miguélez, Miguel (1999) La Nueva Ciencia . Su desafío, lógica y método. Edit. Trillas. México. 271 pp.
Claudia Tamariz García es Maestra en Ciencias de la Educación por la Universidad del Valle de México y Licenciada en Ciencias Humanas con especialidad en Historia por el Clausto de Sor Juana. Es profesora del área de humanidades en la Universidad del Valle de México, Campus Juriquilla. Difunde trabajo sobre transdisciplinariedad en educación.
Ana Cecilia Espinosa Martínez es Maestra en Ciencias de la Educación Superior con especialidad en Docencia e Investigación por la Universidad del Valle de México y Licenciada en Contaduría por el Centro de Estudios Universitarios Arkos de Puerto Vallarta, donde funge como Subdirector Académico. Difunde trabajo sobre transdisciplinariedad en educación.
La Ley fundamental a la que se refiere Hertz –“Todo sistema libre persiste en su estado de reposo o de movimiento uniforme y rectísimo” - es en esencia la primera ley de Newton, mejor conocida como ley de la inercia.
Recordemos que la ciencia está en constante revisión de las aportaciones que hace, por lo que tiende a verificar los postulados, leyes, descubrimientos, explicaciones,... a que llega.
|