Por: M.C.E. Claudia Tamariz
y M.C.E. Ana Cecilia Espinosa Martínez
“Estamos avanzando hacia una nueva síntesis,
hacia un nuevo naturalismo, que combinaría la tradición
occidental, con su énfasis en la formulación
experimental y cuantitativa, con la tradición china
dirigida hacia una imagen del mundo auto-organizándose
espontáneamente”
(PRIGOGINE Y STENGERS)
En contraposición al paradigma clásico de la
ciencia, en la edición pasada hemos analizado algunas
de las directrices que rigen la nueva concepción de
la ciencia, el nuevo paradigma, entre ellos: El papel activo
del sujeto en el conocimiento científico; la asunción
de la realidad como una totalidad sistémica; la complejidad
y el caos, la relatividad, incompletud y provisionalidad de
toda interpretación.
En este artículo, revisaremos tres características
más del nuevo paradigma: el enfoque dialéctico,
el abordaje de la realidad desde una perspectiva holística,
la interdisciplinariedad y la nueva relación hombre-naturaleza
y con ello, amable lector, terminamos de presentar parte del
sustento, que desde nuestro punto de vista, debe guiar a una
nueva educación que supere la fragmentación
y permita trascender los enfoques disciplinares en la búsqueda
de una perspectiva más holista, integradora, que capte
dinamismo, re-ligue contrarios, relacione fragmentos y entregue
al hombre un mapa del mundo más coherente para moverse
en él.
EL ENFOQUE DIALÉCTICO.
Mientras la ciencia clásica hacía énfasis
en la permanencia, el nuevo paradigma encuentra cambio y evolución:
partículas elementales que se transforman unas en otras,
colisionan, nacen y se descomponen y galaxias que explotan
para formar agujeros negros. Así, el tiempo se ha introducido
en la Biología, la Geología, las ciencias de
la sociedad y aún en el Universo, y no podemos seguir
viendo estos fenómenos desde un esquema de leyes inmutables
que han funcionado en el pasado y continuarán funcionando
hasta el fin de los tiempos.
En tanto la realidad es percibida por el nuevo paradigma
como una, dinámica y compleja, varios autores coinciden
en proponer un enfoque dialéctico como método
de acercamiento a la misma.
Autores como Martínez cuestionan a la matemática
como posibilidad metodológica para analizar una realidad
compleja y sistémica, pues ya no sólo deben
destacarse los aspectos cuantitativos sino, ante todo, los
cualitativos.
Para Martínez lo cualitativo se identifica con la
manera de ser de una cosa, aquello que hace a un ser o cosa
tal cual es (Martínez,1999). Por tanto una investigación
cualitativa tratará de identificar la naturaleza profunda
de las realidades, su sistema de relaciones, su estructura
dinámica, esto es, aquello que da razón plena
de su comportamiento y manifestaciones.
Pero además lo cualitativo no se opone a lo cuantitativo,
sino que lo implica, pues lo cuantitativo es sólo un
aspecto de lo cualitativo. Es por ello que las matemáticas
como método se ocupan sólo de un aspecto de
la realidad que debe conocer la ciencia.
Si aceptamos a la realidad como un todo sistémico
y dinámico donde cada elemento o subsistema está
íntimamente relacionado con los demás, si todo
es función de todo y si cada elemento es necesario
para definir a los otros, no podrá ser entendido “en
sí”, es decir, en forma aislada, sino por medio
de la posición y de la función que desempeña
en la estructura.
Por ello las matemáticas, propias de la ciencia tradicional,
que han desarrollado un método ligado a un alto nivel
de abstracción, cuya característica esencial
es la propiedad aditiva y cuyo objeto es la extensión
como propiedad principal de los seres, da resultado cuando
se trata de analizar realidades aisladas que no tienen relación
con otras y cuya descripción es lineal (causa-efecto),
esto es, cuando se trata de entes estáticos y no dinámicos.
Pero resulta poco efectiva si se concibe a la naturaleza como
partes en relación para conformar un todo.
En otras palabras, si la matemática todo lo reduce
esencialmente a una relación aditiva, entonces no funciona
para interpretar una realidad de relación: sistémica.
“La limitante principal de la matemática se
debe a su carácter abstracto, a su incapacidad de captar
la entidad relacional” (Martínez, 1999:84).
Y citando a Einstein, agrega: “En la medida en que
las leyes de la matemática se refieren a la realidad
no son ciertas, y en la medida en que son ciertas no se refieren
a la realidad” (Ibid. :84).
Los procesos implicados en una totalidad sistémica
son de tal complejidad que todo modelo matemático o
formalización resulta en una sobresimplificación
de lo que representa y empobrece enormemente su contenido.
Debe sustituirse entonces la “precisión cuantificable”
por una “precisión sistémica” y
la “objetividad objetivable” por una objetividad
que incluye al sujeto y que representa más íntegramente
a la realidad.
Por ello, la comprensión de una entidad que sea un
sistema o una estructura dinámica requiere el empleo
de un pensamiento o lógica dialéctica, no basta
la relación cuantitativo aditiva, pues aparece una
nueva realidad emergente: la relación.
En la medida en que se concibe a la realidad no como una
configuración física de elementos sino como
la organización de esos elementos con su dinámica
y significado, debe ser estudiada desde una perspectiva dialéctica
que analice, ante todo, totalidad y relaciones.
“...la lógica dialéctica supera la causación
lineal, unidireccional, explicando los sistemas auto correctivos,
de retroalimentación y proalimentación, los
circuitos recurrentes y aún ciertas argumentaciones
que parecieran ser “circulares” (Ibid.:140).
Las razones que justifican el empleo del método dialéctico
para abordar realidades concebidas como totalidades interrelacionadas
y dinámicas se encuentran en los postulados fundamentales
del mismo, y que son:
• La afirmación de que todo cuanto existe se
encuentra en movimiento y cambio incesantes. Movimiento y
transformación son condiciones necesarias e inherentes
de la realidad y la dialéctica concibe a objetos, seres
vivos y acontecimientos como procesos.
• Los diferentes procesos no son realidades aisladas
sino que se encuentran relacionados unos con otros por influencias
o interacciones recíprocas. Por lo que para emprender
el estudio de un proceso se deben tomar en cuenta las relaciones
que éste guarda con el contexto que le rodea, contexto
integrado por otros procesos que lo modifican y determinan,
a la vez que éste determina a aquellos.
• De estos dos postulados se desprende una categoría
fundamental del método: la Totalidad. La Totalidad
Dialéctica no es un simple agregado o suma de procesos
existentes sino el conjunto de procesos y de relaciones establecidas
entre ellos, en un momento dado de su desarrollo. La totalidad
es el horizonte dado por la interacción entre los procesos
durante su desenvolvimiento propio. Es el conjunto de procesos
que se hallan directamente vinculados y que se desarrollan
en paralelo, determinándose de forma recíproca.
Así, al estudiar un proceso particular hace falta identificarlo
en función del lugar que ocupa en la totalidad e identificar
sus nexos con esa totalidad y el grado de influencia recíproca
entre el proceso estudiado y su contexto (relación
dialéctica).
• En tanto se constituye por procesos en interacción
que la influyen y que se ven influidos por ella, la Totalidad
también es concebida como un proceso dialéctico
(Cortés, 1977).
Por otro lado, los principios de la dialéctica son
también compatibles con una realidad compleja que hace
convivir elementos contrarios: azar y determinación;
orden y desorden; unidad y multiplicidad; complejidad y simplicidad;
en tanto una de sus leyes fundamentales es la de la contradicción
como causa esencial del movimiento y del cambio.
Para la dialéctica, la causa del movimiento no proviene
del exterior del sistema o proceso (explicación mecanicista)
sino de su interior, de sus contradicciones internas (ya vimos
cómo el orden surge del desorden y lo uno de lo múltiple).
Por otra parte, la evolución de la ciencia por un
proceso de rupturas y revoluciones debido a sus contradicciones
es también susceptible de analizarse por un método
dialéctico que incluye en sus leyes el principio de
los cambios cualitativos, como transformaciones bruscas que
afectan propiedades esenciales.
A. La realidad debe ser abordada en forma holista.
Los enfoques hasta ahora descritos para abordar el objeto
de estudio de la nueva ciencia (sistémico o dialéctico),
se caracterizan por su visión totalizadora, en contraposición
a la visión atomista y reduccionista de la ciencia
clásica.
Para los autores del nuevo paradigma el gran responsable
de esta visión limitada y fragmentaria de la realidad
es el peso excesivo que se ha concedido al pensamiento racional
en Occidente, aspecto que ya hemos analizado al abordar la
cuestión del método de las ciencias.
Esta inclinación del hombre occidental por el pensamiento
racional implica una ponderación mayor del uso del
hemisferio izquierdo del cerebro, que es el encargado de los
procesos mentales racionales, en detrimento del empleo del
hemisferio derecho que se encarga de la visión de conjunto
y del pensamiento intuitivo.
Analizando brevemente cuáles son las funciones generales
que distinguen a los dos hemisferios que conforman el cerebro,
veremos cómo el moderno paradigma establece una distinción
entre una visión radicalmente racional de las cosas
(el empleo casi exclusivo del hemisferio izquierdo) que favorece
la parcelación del conocimiento, propia de la ciencia
clásica, y un uso más equitativo de las capacidades
de ambos hemisferios que favorece una visión más
sintética e integral del conocimiento, intención
del moderno paradigma. Trataremos de ser más claras.
El cerebro está conformado por dos hemisferios cerebrales
unidos por un sólido puente de tejido: el cuerpo duro
o calloso, que representa la principal conexión entre
los hemisferios izquierdo y derecho de la corteza cerebral.
A primera vista los dos hemisferios cerebrales son casi simétricos,
por lo que tal vez se esperaría que tuvieran funciones
equivalentes; sin embargo, todo parece indicar que varias
funciones, y de las más especializadas, pertenecen
exclusivamente a uno u otro de los hemisferios. Con todo,
el cerebro trabaja como una unidad, y la contribución
de cada uno de los dos hemisferios es importante. Lo anterior
significa que hay una separación y especialización
de funciones para cada hemisferio, pero que ambos realizan
una labor complementaria.
Guy Lazorthes nos aclara: “Cada hemisferio tiene su
propia memoria, sus propios archivos; (...pero) cuando los
dos mecanismos (...) están conectados, los fenómenos
quedan captados por completo” (Lazorthes, 1987: 89).
El hemisferio izquierdo es quien procesa el lenguaje. Se
encarga también de procesar la información de
manera analítica y racional. Es, pues, la sede de la
capacidad lingüística y del pensamiento racional
abstracto.
El cerebro izquierdo tiene también como tareas el pensamiento
elementalista y atomista; su modo de pensar permite conocer
una parte a la vez y no todas ni el todo. Opera de manera
lineal, sucesiva y secuencial en el tiempo, pues va paso a
paso y recibe la información dato a dato. Además
es causal, todas sus decisiones dependen de la anterior. Es
un procesador de información lógico-sistemático
y razona verbal y matemáticamente. Es, digamos, la
mente consciente.
Se trata de un hemisferio “...predominantemente simbólico,
abstracto y proposicional en su función, poseyendo
una especialización y un control casi completo de la
expresión del habla, la escritura, la aritmética
y el cálculo, con las capacidades verbales e ideativas,
semánticas, sintácticas, lógicas y numéricas”
(Martínez, 1997:32).
El lado derecho, en cambio, controla el pensamiento concreto
y práctico así como la imaginación mental.
Trata la información de forma más globalizante
e intuitiva y también se relaciona con melodías,
visualización y con tareas que impliquen comparación
y cambio gradual.
“Buena parte de las facultades musicales se regulan
en el hemisferio derecho. La memorización y captación
de la música presupone el reconocimiento de ciertas
configuraciones auditivas y una disposición de tipo
holístico más que analítico” (Sagan,
1987:208).
De este modo, sus funciones requieren de un pensamiento o
visión intelectual, sintética, compleja, holista-asociativa.
Por otra parte, este hemisferio trabaja de manera simultánea,
captando muchas cosas a la vez. Es acausal y predominantemente
inconsciente. Otras funciones del hemisferio derecho son la
imaginación, el reconocimiento de configuraciones y
la creatividad en sentido genérico.
El cerebro derecho está dotado de un pensamiento intuitivo,
capaz de percepciones estructurales y geométricas.
Puede comparar esquemas en forma no verbal, analógica,
metafórica, alegórica e integral. Esto le permite
orientarse en el espacio y lo habilita para la apreciación
de formas espaciales, el reconocimiento de rostros, la comprensión
pictórica, la de estructuras musicales y todo lo que
requiere de un pensamiento visual, de imaginación o
que está ligado a la percepción artística.
A este respecto Anthony Smith, en su obra La mente, reporta:
“La corteza derecha es dominante en diversos aspectos
de música, en el reconocimiento de modelos visuales
difíciles y en la expresión y recepción
de emociones. En realidad, es el hemisferio para virtualmente
cualquier forma de capacidad espacial. Cualquier cosa no verbal,
es la especialidad de la derecha” (Smith, 1986: 168).
Entonces, en lo esencial, el hemisferio izquierdo es más
lógico y verbal y el derecho más intuitivo y
creativo. El izquierdo trata con palabras y el derecho con
imágenes. El izquierdo con partes y detalles, el derecho
con totalidades y con la relación entre las partes.
El izquierdo analiza, lo que supone dividir y fragmentar,
el derecho sintetiza, lo que significa unir. El izquierdo
piensa secuencialmente, el derecho piensa de modo simultáneo
y holístico. El izquierdo está ligado al tiempo,
el derecho está exento de tiempo.
Para Carl Sagan, en suma, las funciones que llamamos racionales
se localizan principalmente en el hemisferio izquierdo y las
que consideramos intuitivas lo están en el derecho.
Por su parte, Marshal Mc Luhan (citado por Lazorthes, 1982)
resume esta división de funciones diciendo que el hemisferio
izquierdo es el cuantitativo y el derecho el cualitativo.
A la izquierda el carácter de la información
es lineal, continuo y estático; a la derecha, las percepciones
tienen un carácter global y simultáneo. El cerebro
izquierdo resulta así ser crítico, analista;
mientras que el derecho viene a ser el de la simultaneidad,
la comunidad, la aprehensión global por los medios
audiovisuales y no ya lineales.
Así, las diferencias que existen entre las funciones
de ambos hemisferios indican que ocurre un procesamiento más
detallado en el hemisferio izquierdo que en el derecho y que
este último constituye un procesador más configurativo.
Tenemos pues que un hemisferio (el derecho), percibe el mundo
en su riqueza y diversidad, mientras que al otro (izquierdo)
corresponde su análisis.
En el mundo occidental ocurre el fenómeno que hemos
venido reiterando: la ponderación del conocimiento
racional por sobre cualquier otro. Esta actitud ha llevado
a privilegiar las formas de pensamiento racionales, distintivas
del hemisferio izquierdo del cerebro, en detrimento del razonamiento
holístico e intuitivo, propio del hemisferio derecho
de nuestra mente.
La preferencia por el desarrollo de las habilidades racionales,
estructura básica de la naturaleza de la mentalidad
lógica occidental, se fundamenta en el paradigma racionalista
que recibimos de los griegos pero se ve fuertemente influida
por el éxito y expansión de la ciencia en la
modernidad.
Esto se traducirá en la educación occidental
en una formación que privilegia el desarrollo de las
operaciones lógico-matemático-lingüísticas
y la capacidad racional-analítica del individuo, en
menoscabo del desarrollo de la capacidad lúdico-emocional,
relacional, integradora y sintetizadora de la mente.
Por otra parte, la cosmovisión racional favorece la
atomización de los conocimientos en tanto que opera
dividiendo para conocer y en tanto que procede de forma lineal
y secuencial, por lo que conoce una parte a la vez, no todas
ni el todo. Por otro lado, produce una visión de causación
lineal, unidireccional de los fenómenos, que no caracteriza
a muchas de nuestras realidades. En cambio, a nuestro hemisferio
cerebral derecho, dotado del pensamiento intuitivo, le es
propio el razonamiento holístico que subraya la relación
orgánica y funcional de las partes con el todo y opera
de manera simultánea captando muchas cosas a la vez.
Es, pues, más integral y unificador.
Este fomento de una sola parte del cerebro en Occidente nos
ha llevado, según los autores de la nueva ciencia,
no sólo a reforzar la atomización de los saberes,
sino a dejar de experimentar formas alternativas de conocimiento
que, por lo que podemos deducir, tenderían a ser más
integrales si se estimulara también al hemisferio derecho.
Pero además estamos, de alguna manera, desaprovechando
la capacidad fisiológicamente determinada del cerebro
humano para conocer, aprehender y construir la realidad de
manera holística e integral. Es pues necesario un estímulo
más igualitario de la mente.
Este cultivo más equitativo de la mente humana supondría,
por supuesto, aceptar la tesis de que el conocimiento no es
ni puramente objetivo ni solamente subjetivo, sino objetivo-subjetivo,
y que lo que conocemos posee ambas características,
en tanto que el conocimiento no sólo se construye a
partir de lo que proviene de los objetos sino que también
está determinado por el sujeto que los conoce y ambos
conforman la realidad. También implicaría revalorar
los procesos creativos e intuitivos del pensamiento.
Igualmente, un estímulo más uniforme de las
capacidades de ambos hemisferios permitiría al hombre
conocer la realidad de una manera más rica e integral.
Pues quien accede al conocimiento desde niveles ontoepistémicos
o de conocimiento más complejos puede no sólo
comprender cada vez mejor a la realidad en su creciente complejidad,
sino que puede comprender más realidad.
“El mundo es una función de nivel ontoepistémico
de las entidades que lo viven, literalmente hay más
mundo disponible en las entidades ubicadas en niveles ontoepistémicos
superiores que en aquellas de niveles inferiores” (De
Pryck, 1996:48).
En conclusión, la posibilidad de conocer la realidad
de manera más integral existe, pues los seres humanos
poseemos un aparato neurofisiológico apto para ello
que aún no ha sido explotado en toda su capacidad y
complejidad.
De hecho otras culturas distintas a la occidental como las
culturas tradicionales de la China, la India o las indoamericanas
intentan un cultivo más equilibrado de las facultades
del cerebro otorgando también prioridad a las capacidades
del hemisferio derecho, valorando la importancia de procesos
distintos a la pura razón lógica como la intuición,
la imaginación, los sentimientos, el razonamiento holístico
y el pensamiento creativo; aceptando la participación
del sujeto como fundamental en la construcción del
conocimiento; incluyéndolo con sus valores e intereses
en la apreciación del mundo exterior y en la construcción
de la imagen de ese mundo. Esto les permite tener una visión
más holística de la realidad.
“...existen muchos ejemplos de otras comunidades humanas,
en las que la experiencia vivencial no ha sido necesariamente
interpretada bajo la prevalencia de la razón (...)
Para nuestro propósito bastará citar a la milenaria
cultura china (...) (en la que) el sentido de totalidad (...)
subyace en el modo de concebir la relación que guarda
el ser humano con los hechos y las cosas del entorno. (...)
la interpretación china no se trata únicamente
de un postulado lógico, es un modo completo de interpretar
la experiencia de vivir, de concebirse en el universo y, por
tanto de pensar (...)
En el caso oriental, chino o hindú, así como
en el caso indoamericano, el modo en que se concibe el ser
humano no descansa en un postulado racional, más bien
se trata de una intuición por la que el ser humano
se integra a la naturaleza, sin establecer con ella un conflicto
irresoluble por cotradictoriedad.
Al privilegiar Occidente a la función racional, como
árbitro único en el otorgamiento de realidad
a todo aquello que, bajo sus parámetros existe, deja
fuera todo lo que el sentimiento y la intuición perciben,
tanto del entorno, como del propio ser humano. En esta reducción
sensoracionalista, el Occidente basa su eficacia, aunque con
ella destruya el entorno y, en última instancia, al
mismo ser que realiza la acción judicativa. En este
mismo principio, el Occidente basó su división
de las ciencias y la extendió tanto, que afecto el
modo de ver al entorno y al ser humano ” (Muredu, 1996:11,12).
En otras palabras, el mundo occidental y su cosmovisión
fragmentaria de la realidad no son lo único posible.
Existen muchos mundos y por tanto hay posibilidades distintas
de considerar a la realidad y de abordarla para conocerla.
G. Interdisciplinariedad y nueva relación hombre-naturaleza.
De acuerdo al nuevo paradigma: “Postulamos la posibilidad
y, al mismo tiempo, la necesidad de una unidad de la ciencia.
Una unidad tal es evidentemente imposible e incomprensible
dentro del marco actual en el cual miríadas de datos
se acumulan en los alvéolos disciplinarios cada vez
más estrechos y taponados” (Morin, op.cit. :77).
La disciplinariedad ha partido de la visión paradigmática
de una ciencia reduccionista que busca simplificar la naturaleza
para comprenderla, de esa manera establece un método
de conocimiento dividido en celdas donde ha de ubicarse cada
tramo de la realidad, pero desde esta perspectiva la disciplinariedad
responde al principio de adecuar el objeto de conocimiento
al instrumento, para conocerlo, y no al revés. Por
el contrario, un enfoque interdisciplinario busca comprender
al objeto de estudio en lo que tiene de complejo, dinámico
y aún contradictorio, es decir, trata de adecuarse
a él.
Así, mientras la disciplinariedad defiende el método,
la interdisciplinariedad le es fiel al objeto de conocimiento.
La realidad no se presenta en paquetes clasificados y listos
para ser encajonados en un archivero disciplinario, por el
contrario, la realidad es compleja, polifacética y
sistémica (relacional) y por ello resulta inoperante
la separación de saberes para resolver los problemas
básicos y reales de la vida: producir suficiente alimento
para la población, asegurar la salud de la misma, resolver
las desigualdades e incluso proporcionar al hombre una visión
del universo.
Las disciplinas han resultado conveniencias administrativas
que se acoplan a las necesidades de instituciones académicas
y así se perpetúan como organizaciones sociales,
pero no responden a las necesidades de la vida humana.
“... hay un hecho innegable y una lógica inexorable:
los problemas desafiantes que nos presenta la vida real cotidiana
no vienen confeccionados en bloques disciplinarios, sino que
sobrepasan ordinariamente los métodos, las técnicas,
las estrategias y las teorías que hemos elaborado dentro
del recinto (...) de nuestras disciplinas académicas...”
(Martínez, 1997:162).
Para la ciencia nueva, la resolución de los problemas
sociales y científicos es insoluble por la vía
de los saberes disciplinarios aislados. La toma de decisiones
que afectan la vida social y científica implica conocimientos
en el dominio de diversas disciplinas.
Por ello la nueva ciencia rechaza la disciplinariedad y la
especialización de las ciencias y se inclina por aplicar
el principio de complementariedad de Niels Bohr, según
el cual una realidad puede ser explicada desde varios ángulos
que resultan complementarios. Esta complementariedad es el
principio de la interdisciplinariedad, que es inherente a
la naturaleza misma de la realidad.
“Por ello, si la universidad desea enfrentar con seriedad
y autenticidad los problemas reales de la sociedad, debe crear
verdaderos centros interdisciplinarios...” (Martínez,
op.cit. :164).
El nuevo paradigma se inclina por el conocimiento interdisciplinario,
debido a tres razones:
• Porque facilita la búsqueda de la unidad del
conocimiento. Si la nueva ciencia ve a la realidad como una,
imposible de disolverse en fragmentos, entonces debe buscar
un conocimiento unificado y el camino para ello no puede ser
la disciplinariedad.
• Porque la interdisciplinariedad es parte de la evolución
general del conocimiento, que ya ha pasado por un proceso
de diferenciación y ha de transitar ahora hacia la
fusión de las diferentes especialidades.
• Porque permite solucionar mejor los problemas prácticos
de la sociedad.
El planteamiento del nuevo paradigma no es desechar la acumulación
de conocimientos que la humanidad ha logrado a través
de la disciplinariedad, sino crear nuevos sistemas para codificar
e integrar estos conocimientos en un todo que los acerque
a la realidad y los haga útiles y prácticos.
Para el autor de la Teoría de la Complejidad esta
unificación de las ciencias: “...no tendría
ningún sentido, si fuera únicamente reduccionista,
reduciendo al nivel más simple de organización
los fenómenos de organización compleja; sería
insípida si se hiciera efectiva envolviéndose
en una generalidad omnipresente, como la palabra sistema.
Sólo tiene sentido si es capaz de aprehender, al mismo
tiempo, unidad y diversidad, continuidad y rupturas”
(Morin, op.cit. :77).
Según este autor las diferentes ciencias (Física,
Biología, Sociología) deben dejar de ser entidades
cerradas pero no perderán su identidad.
“La unidad de la ciencia respeta a la Física,
a la Biología, a la Antropolgía, pero golpea
al fisicismo, al biologismo, al antropologismo” (Ibid.
:78).
Así como el nuevo paradigma busca la integración
de las disciplinas para unificar el conocimiento científico,
igualmente busca su acercamiento a otra forma de conocimiento
que ha sido, por tradición, su enemiga acérrima:
las humanidades. Y lo hace en tanto ciencias y humanidades
son manifestaciones de la misma realidad, la cultura humana,
y en tanto ambos tipos de disciplinas son influidos por ésta
a la vez que la influyen.
La ciencia actual no puede separar al científico de
la sociedad, no puede aislarlo sino integrar la actividad
científica a la sociedad y establecer una mayor comunicación
entre ciencia y humanidades.
Así la nueva ciencia se acerca a la cultura: al mito,
a la religión, a la filosofía, esto es, a los
problemas propios de las ciencias humanas y sociales
Pero no sólo eso, la ciencia actual ha iniciado un
nuevo diálogo entre hombre y naturaleza en función
de la nueva percepción holista de la realidad:
“Estamos avanzando hacia una nueva síntesis,
hacia un nuevo naturalismo, que combinaría la tradición
occidental, con su énfasis en la formulación
experimental y cuantitativa, con la tradición china
dirigida hacia una imagen del mundo autoorganizándose
espontáneamente” (Prigogine y Stengers, op,cit.
:28).
La ciencia no debe ser ya vista como una oposición
hombre-naturaleza, sino que debemos verla como una comunicación
entre ambos.
Para sintetizar esta exposición de las líneas
generales que caracterizan al nuevo paradigma de la ciencia,
diremos con Prigogine y Stengers, que cada periodo de la ciencia
ha llevado a algún modelo de la naturaleza: para la
ciencia clásica fue el reloj; para la ciencia del siglo
XIX, la máquina térmica que tarde o temprano
se agotaría; y el modelo de la ciencia actual, afirman,
tal vez debiera ser una obra de arte (Prigogyne y Stengers,
op.cit.).
CONCLUSIÓN: EL PARADIGMA EPISTÉMICO, FACTOR
QUE FAVORECE LA ATOMIZACIÓN
DEL CONOCIMIENTO.
Nuestros últimos artículos han tenido un objeto
de estudio y un objetivo.
El objeto ha sido la ciencia como modo de conocer dominante
del mundo moderno, pero desde un punto de vista interno, desde
su paradigma epistémico: el conjunto de conceptos y
teorías que rigen su forma de trabajo y los instrumentos
de que se sirve.
El objetivo: demostrar que ambos elementos del paradigma (el
teórico y el práctico), son pilares fundamentales
que han conducido a la pulverización del conocimiento
humano.
Para emprender este análisis hemos partido de un concepto
de ciencia derivado de nuestra visión del conocimiento
humano como actividad que permite al hombre dar un significado
a su mundo -tomando las características que le provee
el objeto pero contextualizándolas desde la estructura
mental teórica del sujeto, estructura mental o esquemas
condicionados por sus circunstancias personales y su entorno
cultural y social-, significado que con la ciencia cobró
una forma racional, pero sustentada en la empiria.
Para el hombre del siglo XV y las épocas subsecuentes
estos esquemas mentales se caracterizaron por el valor concedido
a las estructuras racionalistas del pensamiento, pero también
se dio capital importancia al papel de la experiencia sensible.
Ambos aspectos dieron por resultado la aparición de
un modo de conocer que buscaba desentrañar “la
verdad objetiva” del mundo, convencido de que su comportamiento
es racional, como lo es la mente humana; un modo de conocer
que penetrara de manera profunda en las “razones”
de las cosas, que buscara el cómo de las mismas, encontrando
patrones repetitivos de comportamiento de los fenómenos
que le hablaban de la claridad, orden y simplicidad del Universo,
en una palabra: un conocimiento que descubriera las leyes
racionales que rigen al mundo y que permiten al hombre dominarlo.
Este conocimiento se llama ciencia, existía desde
que el hombre se hizo hombre, pero para este momento se convierte
en el modo dominante de asignar significados al mundo y adquiere
los rasgos, “paradójicamente”, racionalistas
y empiristas , que le llevarán a parcelar el conocimiento
humano de una forma sin precedentes.
Los rasgos que hacen que el paradigma epistémico de
la ciencia moderna fragmente el saber son:
• Su visión mecanicista del mundo, que la lleva
a visualizarlo como un máquina, no sólo por
su comportamiento repetitivo y predecible (determinismo),
sino también porque, a semejanza de los mecanismos
de relojería y posteriormente de la maquinaria industrial
del siglo XIX, se trata de un ente aparentemente complejo
pero que en realidad está compuesto de engranes, palancas
y tornillos que pueden extraerse para ser analizados y comprendidos
en profundidad, con la finalidad de encontrar las leyes que
rigen el funcionamiento de toda la maquinaria. Esta perspectiva
le permite echar mano del razonamiento inductivo-deductivo
y del análisis como recurso racional que descompone
totalidades para facilitar su comprensión.
• Su recurso racionalista a las matemáticas para
dar rigor y sistematicidad a sus construcciones teóricas,
ya que ello le lleva a trabajar con aspectos cuantitativos
de la realidad y concebirla como una adición de partes
(el todo es igual a la suma de sus partes), olvidándose
del aspecto cualitativo y despojándola de la riqueza
de su complejidad, como un todo que no equivale a la suma
de sus componentes.
• Su carácter reduccionista, ya que su afán
de racionalizar el mundo lleva al saber científico
a encontrar el orden tras el aparente caos en las estructuras
complejas de la realidad, lo que hace a través de buscar
la simplificación, desmenuzando la totalidad compleja
en sus componentes más simples. Y mientras más
meticulosamente profundice en los fragmentos, el velo de complejidad
y desorden que cubre el mundo desaparecerá y el conocimiento
del todo será más claro, es por ello que la
ciencia propicia la aparición de estructuras de conocimiento
especializadas, con principios axiomáticos, cuerpos
teóricos y lenguajes propios.
Así, para conocer un mundo que debe ser pulverizado
para clarificarlo, qué mejor que pulverizar también
el instrumento de conocimiento, la ciencia, en ciencias, cada
vez más numerosas y cada vez más aisladas e
incomunicadas entre sí.
Pero esta visión está siendo superada ante
los nuevos y revolucionarios descubrimientos del saber científico
y está siendo sustituida por un paradigma que ve azar
donde el anterior veía determinismo, que ve complejidad
donde había simplicidad, que ve dinamismo y evolución
donde había estaticidad, que ve emergencia de novedad
donde había comportamientos inmutables, en una palabra:
que ve totalidad donde antes sólo se percibían
fragmentos.
Y es importante acotar, que para nosotras, es este nuevo
paradigma, que aún no acaba de dominar, el que debe
guiar a una educación nueva y más acorde con
un objeto de conocimiento unificado: una educación
que supere las barreras de la disciplinariedad.G
BIBLIOGRAFÍA
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del conocimiento” en Revista Reencuentro #16. UAM Xochimilco,
México. pp. 30-34.
• Cortés del Moral, Rodolfo. (1977) El Método
Dialéctico. ANUIES. México.
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