Por: Ángel
Armando Martínez
Ahí, ceñida a la piel del muro
tatuada en su firme pecho
emerge floreciente el capullo
de carmesí uniforme terso.
Tus ojos en morena noche
que disfraza el arrullo facial
refulgentes cortejan el borde
del retrato de perenne faz.
Adorada en blanquecino altar
por coloridas doncellas de jardín
en las entrañas de un vaso están,
acalladas gimen tristeza febril.
Una familia de veladoras agoniza,
inmóviles formaron una cruz
sus níveos cuerpos se fugan aprisa
dando cálidas lágrimas de luz.
Llantos adoloridos desfilan
por las anchas calles del viento,
llueven desvalidas las pupilas
azotadas por cruel sufrimiento.
Tu madre sollozante murmura:
¡Es mi hija, y se ha marchado!
Desconsolados por pena tan dura
decaídos lloran tus hermanos.
La muerte te llegó sin aviso alguno
y llevóse la estela vital de ti,
sombrío final el del sino tuyo
que deja dolor y congoja al partir.
Tu herencia la repartiste antes;
brillante cariño y emociones tibias,
lingotes dorados de instantes,
el recuerdo de tenórica risa.
¡Exijo se abra el cielo a tu paso!
La gloria te abrigue en la lejanía,
fuiste día que llegó a su ocaso
serás memoria eterna, prima mía.
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