El conocimiento como parte del Mecanismo de Evolución
Claudia Tamariz García y Ana Cecilia Espinosa Martínez
Que el intelecto no fue construido para comprender los átomos o aún para comprenderse a sí mismo sino para fomentar la supervivencia de los genes humanos . (Edward O. Willson)
Este artículo es sólo parte de un ensayo mayor en torno a la problemática de la unidad del conocimiento, situación que es en la actualidad objeto de reflexión de la ciencia y también del espectro educativo, pues ambas comienzan a reconocer la necesidad de que el conocimiento humano tienda hacia una visión integrada de la realidad versus una visión disgregada de la misma. En esta primera parte del trabajo, buscaremos sentar las bases que intentarán demostrar que: en sus orígenes el conocimiento surgió como una unidad en tanto se constituyó como un mecanismo de evolución de la especie humana gracias al cual ésta consiguió sobrevivir y desarrollarse. Es decir, que la finalidad para la cual surgió el conocimiento le atribuyó su carácter unitario . La demostración de esta consideración se expondrá a lo largo de cuatro apartados:
La evolución Biológica
El proceso de hominización
La evolución cultural
El carácter originario del conocimiento.
En el presente artículo, abordaremos los primeros dos apartados, dejando los dos últimos para posterior ocasión. ¡Comencemos!
En primer lugar analizaremos la aparición del conocimiento en la historia evolutiva humana como el producto del desarrollo de la inteligencia del hombre y de su capacidad de aprendizaje del medio externo surgido, en principio, con la finalidad concreta de comprender su mundo para facilitar su adaptación al mismo y, posteriormente, empleado como sustento de una actividad transformadora del entorno que favorece el desarrollo de los individuos dentro de un medio social.
Para ello nos adentraremos a analizar el proceso de evolución, tanto biológica como cultural, del hombre destacando el desarrollo de su inteligencia y capacidad de aprendizaje como el mecanismo de evolución más sofisticado de los seres vivos. Esto implica el adentrarse en el estudio de la evolución biológica o genética que afecta a todo organismo y, particularmente, en el proceso evolutivo que definió los rasgos que caracterizan al ser humano y que se denomina Hominización y abarca tres áreas: la hominización morfológica, psíquica y cultural.
Dentro de la hominización morfológica y psíquica encontramos los rasgos característicos de la especie humana: el desarrollo del cerebro y de la mente, cuya función principal es la inteligencia, gracias a la cual el hombre aprende y genera conocimiento.
A partir de aquí analizamos también a la hominización cultural como un rasgo distintivo de la especie, producto de la evolución de la inteligencia, que le ha permitido avanzar en progresión geométrica con respecto a la evolución biológica y le ha colocado en una posición de privilegio entre los seres vivos, convirtiéndose en una forma distinta de evolución , que se ha denominado evolución cultural.
Esta forma de evolución ha permitido al hombre disminuir su dependencia del medio natural y en cambio le ha conferido cierto grado de control sobre éste, para transformarlo a partir de conocerlo, generando un nuevo ambiente artificial en donde se desenvuelve para continuar evolucionando: el medio social. Dentro de éste, el conocimiento debe seguir desempeñando su papel de favorecer la supervivencia del género humano, aunque la cultura le confiere un nuevo sentido al término supervivencia , como lo veremos más adelante.
Dentro del contexto cultural es importante destacar el papel del conocimiento científico como una forma de conocimiento profundo del comportamiento del medio que, a posteriori , permite ejercer un grado de control sobre el mismo y la posibilidad de modificarlo, y el de la educación como el mecanismo que posibilita la divulgación de este conocimiento y por tanto la continuidad de la cultura y su evolución.
1. La Evolución Biológica
La evolución biológica o genética constituye el proceso fundamental de origen y desarrollo de todas las especies de este pequeño planeta. El hombre es un organismo vivo y como tal está sujeto al proceso de evolución.
“El hombre como animal, como primate, es el resultado de la evolución biológica y del mecanismo de ésta: la selección natural” ( Césarman y Estañol, 1994: 75).
Todos los seres vivos tienen una historia evolutiva, sea que sus transformaciones a lo largo de millones de años sean casi nulas o sean radicales, llegando a constituir nuevas especies o incluso que su curso evolutivo las haya llevado a la extinción, pero ninguna especie mantiene constantes sus características genéticas y físicas a lo largo del tiempo.
En tanto los organismos se desarrollan en un medio ambiente al cual deben adaptarse, interactuando con él, existe evolución. Bernard Campbell define el medio ambiente como:
“... todos aquellos objetos y fuerzas externos con los que (el organismo) se relaciona o por los que resulta afectado...” (Campbell, 1985: 14).
Esto significa que el medio ambiente lo constituyen los diversos factores físicos y biológicos –otros organismos– que rodean al ser vivo.
En la relación con el medio ambiente cualquier organismo busca adaptarse a las condiciones que éste le presenta, sea que éstas se mantengan estables o varíen, en cuyo caso el organismo debe variar también algunas características – o todas – para adaptarse a las nuevas condiciones y sobrevivir. Esto es la evolución a grandes rasgos. Así, el disparador de la evolución son las variaciones parciales o totales que sufre el medio porque obligan a las poblaciones de organismos a variar sus características para adaptarse a la nueva situación. Al respecto, Campbell nos dice:
“La clave de las transformaciones es la mutua acción entre el ámbito y los organismos que lo ocupan” (Campbell, op.cit. :8).
Aunque el detonador del proceso son las variaciones en el entorno, para que el cambio evolutivo se dé resultan indispensables tres factores:
Las mutaciones,
La recombinación genética; y
La selección natural.
Existen interacciones muy complejas entre los organismos y su medio ambiente, pero sean cuales sean las formas que adoptan, el común denominador de todas ellas es la búsqueda de los primeros para adaptarse al segundo y sobrevivir.
En vías de lograr la supervivencia de la especie, las poblaciones de organismos producen muchos más descendientes de los necesarios para mantenerla estable, de hecho si sobrevivieran las crías de todos los organismos el planeta se sobrepoblaría, pero no es así dado que existe un alto índice de mortandad.
Este hecho lo describe Nicanor Ursua como uno de los principios constitutivos de la teoría de la evolución biológica, el: “ Principio de sobreproducción: Todo organismo produce más descendientes de los que pueden posiblemente sobrevivir para crecer y reproducirse” (Ursua, 1993:32).
Efectivamente, los individuos que no poseen las características adecuadas para adaptarse, mueren. Pero otros sobreviven gracias a un mecanismo extraordinario por el que la naturaleza selecciona a los individuos más aptos para adaptarse al medio, la llamada Selección Natural descubierta por Charles Darwin. Así pues, gracias a su potencialidad de reproducción las poblaciones sobreviven en equilibrio con el medio permitiéndose sacrificar a los individuos no aptos, pero garantizando que aquellos que por medio del mecanismo de Selección Natural sobreviven, poseen las características que favorecen su adaptación al entorno y que además podrán heredar a sus descendientes.
Se trata del principio de la herencia y de el de la selección natural, descritos por Ursua:
“- Principio de la herencia : (las características del organismo que son adecuadas para sobrevivir en el medio imperante) se heredan (al menos en parte), esto es, se transmiten genéticamente a la siguiente generación.
- Principio de Selección Natural: Por lo general, los supervivientes darán prueba de las variaciones heredadas que aumentan su adaptación al entorno local” (Ursua, op.cit. :32)
El factor hereditario es esencial, en efecto, pues los cambios ambientales y la selección natural no producirían ningún cambio evolutivo en las poblaciones si las características seleccionadas no pudieran heredarse de padres a hijos. De ahí que la selección natural no actúe tanto sobre los individuos como sobre los genes, que son los responsables de los rasgos morfológicos y fisiológicos de aquellos y que se heredan a sus descendientes.
“Los individuos de cualquier especie dejan un gran número de descendientes que quedan sometidos a la selección, pero son más bien los genes los que son seleccionados, puesto que aparecerán con mucha más frecuencia en las sucesivas generaciones” (Barash, 1987: 11).
Las características morfológicas y fisiológicas de los individuos están determinadas por la información genética contenida en las moléculas de ácido desoxirribonucleico (ADN) de los genes que constituyen los cromosomas que se encuentran en el núcleo de las células, especialmente de las reproductoras o gametos. Esta información es susceptible de heredarse combinándose además con la de otros genes en la reproducción de tipo sexual.
Así, a nivel poblacional la información genética de una especie es muy rica y esta riqueza depende de dos factores:
Por un lado, de la combinación de genes entre individuos en la reproducción sexual, que ya mencionamos, y que recibe el nombre de recombinación genética.
Por otro lado, de las mutaciones que se producen en los genes de los individuos y que representan la posibilidad de cambios radicales en la información genética.
Las mutaciones son modificaciones en la disposición específica de las bases nitrogenadas de los aminoácidos que configuran el ADN. Esta disposición es diferente para cada especie y cuando las células se reproducen, especialmente para dar lugar a otro ser, el ADN debe ser copiado con exactitud, pero puede ocurrir que la copia sea ligeramente diferente, esto es lo que recibe el nombre mutación.
Las mutaciones pueden ser desfavorables y muchas veces llevan a la destrucción del individuo. Pero en ocasiones ocurren mutaciones favorables, generalmente muy pequeñas, que enriquecidas con la combinación de genes entre individuos aumentan el acervo genético del grupo.
Debido a la recombinación genética en las poblaciones y a las pequeñas mutaciones en el contenido hereditario de los genes de los individuos, sumado a la enorme capacidad reproductiva del grupo que produce más individuos de los que pueden sobrevivir, la reserva de variabilidad genética de las poblaciones es enorme, lo que aumenta sus posibilidades de supervivencia ya que esta gran cantidad de información es la fuente potencial de nuevas características fenotípicas que permiten al grupo adaptarse a los cambios del medio ambiente.
Cuando se da una variación en el medio la naturaleza escoge, entre las múltiples posibilidades genéticas de las poblaciones, a los individuos cuyas características fenotípicas y genotípicas los hacen más aptos para sobrevivir al nuevo estado del medio y que serán heredadas a las nuevas generaciones.
De esta manera se produce un cambio en las características de la población que será determinante mientras el medio permanezca estable.
Así, debido a las variaciones en el ambiente y gracias a las selección natural, las mutaciones y la recombinación genética se da un cambio en la naturaleza de la población. Este cambio es la evolución orgánica, biológica o genética.
Según la definición de Theodosius Dobzhansky:
“...la evolución orgánica constituye una serie de transformaciones parciales o completas e irreversibles de la composición genética de las poblaciones, basadas principalmente en interacciones alteradas con el ambiente. Consiste principalmente en radiaciones adaptativas a nuevos ambientes, ajustes a cambios ambientales que se producen en un hábitat determinado y el origen de nuevas formas de explotar hábitats ya existentes. Estos cambios adaptativos dan lugar ocasionalmente a una mayor complejidad en el patrón de desarrollo...” (Dobzhansky, 1986:10).
En la supervivencia y evolución de los organismos la información genética juega un papel trascendental. Todo ser vivo nace con un cúmulo de información genética heredado de sus padres que determina sus características físicas y gran parte de su conducta para reaccionar ante un medio ambiente dado y adaptarse a él. La conducta programada genéticamente constituye un conjunto de respuestas automáticas a determinados estímulos del medio, respuestas unilaterales que pueden limitar sus posibilidades de adaptación a nuevas condiciones ambientales.
En los animales superiores el legado genético incluye el desarrollo de un cerebro y un sistema nervioso que amplía las capacidades del organismo para reaccionar a su medio, estableciéndose nuevos modelos de conducta independientes del código genético –que aunque resulten independientes, no serían posibles sin éste-, adquiridos mediante aprendizaje de la experiencia y que multiplican las posibilidades de respuesta a los estímulos del entorno.
Así, el desarrollo -en los animales superiores y en particular en el hombre- del cerebro y de la inteligencia como parte del proceso evolutivo se debe a que éstos constituyen mecanismos animales de supervivencia de la especie. Así nos lo aclaran Estañol y Césarman cuando dicen:
“Queremos proponer, sobre la línea de las teorías holísticas, que una de las principales funciones del cerebro del hombre y de los animales es promover la supervivencia del individuo y de la especie. (...) Todo este complejo que integra la mente o el espíritu (...), tiene la función de proteger y promover la vida. Vivir es primero sobrevivir” (Césarman y Estañol, op.cit. :58).
Como veremos, es en el ser humano donde el desarrollo cerebral ha alcanzado una complejidad mayor gracias a la cual ha adquirido una especial flexibilidad para adaptarse. Este hecho le ha permitido dar el paso a un tipo de evolución cultural que se desarrolla con una velocidad superior a la genética y que ha sido la causa directa de la posición actual del hombre entre los organismos vivos.
Para analizar esto con mayor detenimiento, a continuación revisaremos brevemente el llamado proceso de Hominización.
El Proceso de Hominización
Definición
Como ser vivo el hombre está y ha estado sujeto a una evolución orgánica. Hace 5 millones de años los australopithecus , considerados el puente entre las formas simioides y las humanas, no poseían el grado de complejidad cerebral que tiene el hombre en la actualidad ni su grado de desarrollo cultural. Se necesitaron muchos millones de años de evolución biológica para que estos homínidos alcanzaran la condición de homo sapiens y empezaran a crear cultura. A este recorrido evolutivo se le da el nombre de proceso de hominización.
Se le llama proceso de hominización al surgimiento lento y gradual de ciertos rasgos peculiares que fueron caracterizando la aparición morfológica, fisiológica y cultural del hombre.
El proceso de hominización se puede considerar en tres áreas básicas:
Hominización de los caracteres morfológicos
Hominización psíquica
Hominización cultural
Hominización de los caracteres morfológicos
Todas las características morfológicas que nos conforman las hemos heredado de nuestros antepasados. Como dice Anthony Smith en su libro “La mente”:
“Los seres humanos son una amalgama del pasado” (Smith, 1986: 9).
Lo que nos legaron ancestros tan remotos como los peces lo compartimos con la mayor parte de los vertebrados que evolucionaron de ellos, características tales como poseer dos ojos, un corazón, una médula espinal dentro de una columna vertebral... De los anfibios, reptiles y mamíferos obtuvimos una serie de rasgos que taxonómicamente nos individualizan cada vez más, pues se trata de caracteres que compartimos con menos criaturas. Así, conforme avanzamos en la escala evolutiva hasta llegar a los primates y, aún más, a los homínidos hemos heredado rasgos muy particulares que sólo compartimos con los prehumanos y que nos distinguen de los demás organismos.
A la adquisición por vía evolutiva de esa serie de rasgos peculiares de la familia de los homínidos (prehumanos y Homo Sapiens ) se le llama hominización de los caracteres morfológicos. Estos caracteres son:
La locomoción bípeda como forma de desplazamiento natural y la posición erecta. Y como consecuencia de éstas:
La liberación de la mano que dejó su estructura locomotora por una estructura manipuladora, sustituyendo a la mandíbula como órgano prensil y táctil. A ello contribuyó el desarrollo del pulgar oponible. “Para el desarrollo del hombre ha tenido una gran importancia el uso exclusivo de las piernas para andar, y de los brazos y manos para otros fines” (Barnett, 1992:129).
El desarrollo de la estructura del pie en plataforma, con el pulgar no oponible, para sostener al individuo erguido “El dedo gordo del pie humano no es oponible, es decir no lo podemos usar para coger objetos, como el de la mano, en tanto que los simios utilizan los pies de manos” (Barnett, op.cit:129).
Pelvis ancha y tórax más aplanado.
Modificaciones en el esqueleto y los músculos.
Cambios en forma y posición de algunas vísceras.
Además, la posición vertical permitió que el cráneo reposara en la columna vertebral y ya no en los músculos de la nuca, lo que hizo que el cerebro se desarrollara preferentemente hacia el frente y por arriba de la cara favoreciendo el desarrollo de los lóbulos frontales, pero también la modificación de la cavidad bucal y de la garganta que posibilitaron el desarrollo de la voz y, por tanto, del lenguaje.
Por otra parte hubo también un crecimiento del tamaño del cerebro como consecuencia de la posición erguida, pues aumentó a 1400 centímetros cúbicos, lo que ocurrió aproximadamente hace 100 mil años (Lazorthes, 1987).
Pero el rasgo más importante de este tipo de hominización, consecuencia de todo lo anterior, es el desarrollo del cerebro que anatómica y funcionalmente alcanza una enorme complejidad.
Según Paul McLean, Director del Laboratorio de Evolución Cerebral y Conducta del Instituto Nacional de Salud Pública de los Estados Unidos, el desarrollo del cerebro pasó por tres etapas (Sagan, 1982):
La primera corresponde al desarrollo de las estructuras del tronco cerebral por encima de la médula espinal, esa estructura es el Arquencéfalo o cerebro reptiliano, llamado así porque los reptiles no pasaron de esta forma de desarrollo.
El Arquencéfalo regula las funciones vitales y se encarga del comportamiento instintivo (conducta agresiva, territorialidad, actos rituales, sexualidad y establecimiento de jerarquías sociales).
“En el cerebro primitivo se encuentran los mecanismos de agresión, el miedo, la alimentación, la huida y el sexo. Es decir, los instintos” (Césarman y Estañol, op.cit. :63).
La segunda corresponde al desarrollo del Palencéfalo o cerebro límbico que se superpone al anterior. Es una corteza cerebral rudimentaria en la que se estancan los mamíferos inferiores. En ella se alojan la memoria y la emoción.
Esta región determina ya no sólo la reacción instintiva al medio ambiente, sino que permite respuestas variadas al mismo, esto es, una mayor flexibilidad para responder a los estímulos del exterior.
La tercera fase corresponde al desarrollo del Neoencéfalo, constituido por la corteza cerebral o neocortex. Esta estructura fue aumentando de extensión y se fue especializando conforme fueron evolucionando los mamíferos superiores hasta el hombre. Ella se encarga de las funciones cognoscitivas, la conciencia, el sentido de previsión del futuro y, además, se alojan ahí las estructuras del leguaje que permiten un mayor desarrollo de la abstracción y la conciencia.
“En la neocorteza cerebral se encuentran, por otro lado, los mecanismos más elaborados de supervivencia, como lo son la inteligencia, la capacidad de aprender y la plasticidad cerebral, entendidos todos ellos como métodos de adaptación ante situaciones nuevas” (Ibidem. :63).
Estas tres estructuras se han ido superponiendo de tal forma que la evolución ha sido de dentro hacia fuera, por lo que la estructura más evolucionada, la corteza cerebral, es también la más externa.
Por otra parte cada nueva fase en el proceso de cerebración ha acarreado modificaciones en la fisiología de las estructuras anteriores, o sea que han variado algunas de sus funciones, aunque en esencia siguen siendo las mismas. Así:
“En el cerebro del hombre las nuevas estructuras se han superpuesto a las antiguas, que subsisten conservando cierta autonomía pero situadas bajo la autoridad de las nuevas. El arquencéfalo (...), llamado todavía cerebro reptiliano, preside los mecanismos instintivos y los comportamientos (casi siempre innatos) cuya finalidad parece ser la preservación del individuo y de la especie. El paleoencéfalo (sistema límbico) que se encuentra en todos los mamíferos, participa en la vida emotiva. El neoencéfalo representa, por sus funciones perceptivas e intelectuales, un papel dominante en la conciencia reflexiva y el pensamiento constructivo y simbólico” (Lazorthes, op.cit. :18).
A partir de la aparición del primer Homo Sapiens (el hombre de Neanderthal), la evolución morfológica del cerebro pareció estabilizarse y no se ha modificado en el hombre actual.
“...es seguro que el cerebro del primate que se autodenomina homo sapiens no ha cambiado en los últimos 100 mil años. La evolución biológica del cerebro humano parece haberse detenido hace tiempo y, sin embargo, el cerebro humano ha realizado logros cada vez mayores” (Césarman y Estañol, op.cit. :75).
Ello se explica porque su evolución ha sido más bien fisiológica, como veremos más adelante.
El cerebro del Homo Sapiens se define por su complejidad. La evolución lo ha conducido a integrar una estructura compleja cuyos rasgos distintivos son:
Su enorme volumen.
El desarrollo de la corteza cerebral, tanto por su extensión como por la aparición de ciertas zonas no especializadas.
El desarrollo de las células asociativas y la posibilidad de establecer múltiples conexiones sinápticas entre ellas.
La existencia de engramas o módulos de información
Explicaremos brevemente cada uno de estos rasgos:
El volumen del cerebro
Parece ser aceptado que un cerebro voluminoso corresponde a un nivel superior de inteligencia.
El cerebro humano tiene un volumen de 1400 centímetros cúbicos y un peso promedio de 1350 a 1400 gramos en el hombre adulto, probablemente mucho menos pesado que el de muchos mamíferos; sin embargo, el peso absoluto del cerebro no es tan importante como su relación con el peso del cuerpo. Un cerebro inteligente es aquel cuyo peso constituye una parte importante del peso total del cuerpo. Así, vemos que en el ser humano adulto el peso del cerebro representa, en promedio, 1/50 parte del peso total (1400 gramos x 70 kilogramos), en cambio en algunos monos antropoides, como el gorila y el orangután, el peso del cerebro corresponde a 1/200 parte de su peso total.
El desarrollo de la corteza cerebral
La superficie de la corteza cerebral humana es mayor que la de los demás animales. En 1910 se calculó el promedio de toda la superficie de la corteza humana en 2,200 centímetros cuadrados. Además:
“El cerebro del hombre difiere del mono antropoide, no solamente por la extensión de la corteza cerebral, sino también por el desarrollo de ciertas zonas corticales” (Lazorthes, op.cit. :43).
En el hombre las zonas de la corteza cerebral o corticales se dividen en cuatro tipos:
Las zonas corticales primaria y secundaria a las que competen las funciones sensitivas y motrices, en contacto con el mundo exterior. Existe una localización precisa en estas zonas de los puntos exactos del cuerpo (somatotopía), esto es, que a cada región del organismo corresponde una zona de la corteza cerebral e incluso a regiones con funciones sensitivas o motoras mucho mayores corresponde una superficie mayor de estas áreas corticales.
Así por ejemplo, a la zona sensitiva de las yemas de los dedos le corresponde una región muy amplia de la corteza.
Las zonas corticales terciarias son también especializadas y su función es reconocer y sintetizar la información procedente de las sensaciones y programar los movimientos.
Las últimas son las zonas superiores, éstas no poseen funciones específicas, por tanto no son especializadas, simplemente asocian las zonas que sí tienen funciones concretas por eso también se llaman asociativas . Estas zonas se distribuyen en diferentes regiones de ambos hemisferios del cerebro y permiten una gran variedad de actividades adquiridas por aprendizaje, y es que en ellas reside la actividad mental superior donde se registran experiencias pasadas y se programan acciones.
Estas zonas aparecieron tarde en el proceso de evolución y tienen la posibilidad de aumentar su extensión conforme aumenta la capacidad de aprendizaje y de respuestas variadas a los estímulos externos.
c) El desarrollo de las conexiones entre neuronas
Los elementos básicos que conforman el cerebro y el sistema nervioso son las neuronas y en los 1400 gramos de cerebro humano existen aproximadamente 100 mil millones de neuronas.
Estructuralmente, la neurona posee tres regiones celulares: el cuerpo celular, las dendritas y el axón.
El cuerpo de la célula contiene el núcleo de la misma y la estructura bioquímica para sintetizar las moléculas esenciales para su supervivencia.
Las dendritas son ramificaciones tubulares que se extienden alrededor del cuerpo de la célula, formando un intrincado arbusto. El axón es una prolongación mucho mayor que se extiende lejos del cuerpo celular para conectarse con otras partes del cerebro y el sistema nervioso. Sus ramificaciones nacen generalmente al final de la fibra.
Estas ramificaciones del axón y las dendritas son las que reciben y envían señales a otras neuronas haciendo funcionar el cerebro.
“En términos generales, las dendritas y el cuerpo celular reciben señales de entrada; el cuerpo celular las combina y las integra (... las promedia) y emite señales de salida; a él le cumple también el mantenimiento general de la célula. El axón transporta las señales de salida a los terminales axónicos, que distribuyen la información en un nuevo conjunto de neuronas” (Hubel, 1979:10).
Así, la información pasa de una neurona a otra a través de puntos de conexión llamados sinapsis, de esta forma:
“El funcionamiento del cerebro depende del flujo de información a través de elaborados circuitos consistentes en redes de neuronas” (Stevens, 1979:23).
El flujo de información entre una neurona y otra se produce por impulsos eléctricos y químicos. La señal generada por la célula y enviada a través del axón es un impulso eléctrico que libera en la terminal del axón moléculas de transmisor químico que pasan por la sinapsis a la otra célula.
“Algunas sinapsis son excitadoras, por cuanto tienden a provocar la puesta en marcha (de otra neurona), mientras que otras son inhibidoras, siendo capaces de cancelar señales que de otra manera excitarían a una neurona para su puesta en marcha.” (Stevens, op.cit. :23)
En una célula nerviosa hay de mil a 10 mil conexiones sinápticas y éstas tienen la posibilidad de multiplicarse y conectarse de infinitas maneras con cualquier otra neurona del sistema. Esta capacidad la poseen igualmente las células nerviosas de las zonas “asociativas” de la corteza cerebral, lo que les permite programar las acciones de otras zonas.
Por otra parte, las conexiones sinápticas que se establecen en esta zona dependen en gran parte de la información que recibimos del exterior pues el aprendizaje y la memorización residen en esas interconexiones neuronales y ellas permiten infinidad de combinaciones de respuestas al entorno. De tal suerte que mientras más información del exterior obtengamos, más conexiones sinápticas se establecen en estas zonas que programan las acciones al resto del cerebro, lo que incrementa la posibilidad de respuestas y la flexibilidad para adaptarse al medio circundante.
La existencia de engramas o módulos de información.
J. Szentágothai, en 1975, desarrolló la idea de que, tanto en la estructura como en la función de todas las áreas de la corteza cerebral, existen unidades básicas denominadas columnas, módulos o engramas.
Se trata de agrupaciones celulares, cada una compuesta de unas 10 mil neuronas de diferentes tipos, entre excitadoras e inhibidoras. Estas agrupaciones están dispuestas verticalmente con respecto a la superficie y en la corteza cerebral existen de uno a dos millones de estos engramas.
Constituyen bloques de información o de conocimiento que funcionan como microcircuitos electrónicos, pero mucho más complejos pues son capaces de generar energía interna y de actuar sobre cientos de otros módulos y de recibir información de ellos.
Así, cuando el sujeto recibe un dato o señal procedente de un objeto físico, de las palabras de un interlocutor o de su memoria, se activa un bloque de información o engrama compuesto de ideas, recuerdos, imágenes, expresiones..., que permite adscribir el dato en un determinado contexto intelectual, para producir conocimiento.
Podemos entonces concluir que morfológicamente la complejidad del cerebro está dada por el incremento de su volumen, el desarrollo de la corteza cerebral y, sobre todo, de ciertas zonas no especializadas de la misma donde se aloja el pensamiento abstracto, la expresión verbal, gráfica y gestual y donde se utilizan los recuerdos para programar acciones; es por tanto la zona capaz del mayor aprendizaje, posible gracias a su capacidad de establecer múltiples conexiones sinápticas con otras neuronas, basándose en la información obtenida del medio.
Esto permite que cualquier acción sea programada por las zonas superiores de la corteza de acuerdo a decisiones tomadas con base en lo aprendido.
Además, a lo anterior es necesario agregar la existencia de engramas, módulos o bloques de información que adscriben los datos provenientes de la experiencia a todo un contexto intelectual de ideas, recuerdos, imágenes y demás, que son fundamentales para que se produzca el conocimiento.
Para concluir podemos decir con Vandel:
“El cerebro humano se distingue (...) no solamente por su volumen, sino sobre todo, por su complejidad...” (Vandel, 1969:28).
Hominización Psíquica.
El alto grado de complejidad en la morfología del cerebro se traduce en una mayor capacidad funcional del mismo, en una mayor evolución de la mente.
La mente es el conjunto de las facultades del cerebro y si la característica de éste es la complejidad, la de la mente humana es la maleabilidad. De hecho este es el segundo renglón básico del proceso de hominización: el desarrollo de las funciones del cerebro, la hominización psíquica o mental.
En términos generales, la mente posee dos tipos de manifestaciones que se complementan:
Los instintos , que son reacciones automáticas e inconscientes, comunes en el comportamiento de todos los individuos de una misma especie, de ahí que también se le conozca con el nombre de mente específica. Estas reacciones son innatas, impresas en la información genética y programadas en los circuitos nerviosos. Esto significa que el programa genético o genotipo no sólo condiciona la morfología y fisiología de un organismo, sino también las aptitudes y comportamientos propios de la especie.
Estos comportamientos se programan en el sistema nervioso (células sensitivas, interneuronas y células motoras) según cierta gradación de estímulos, de tal manera que se produce una respuesta automática en el momento en que se llega al tipo de estimulación y al nivel que la dispara.
La inteligencia , que Guy Lazorthes define como:
“...el conjunto de facultades que permiten la adaptación a un medio ambiente” (Lazorthes, op.cit. :29).
La inteligencia no está condicionada por el programa genético, al contrario, las manifestaciones de la inteligencia son voluntarias y resultan de influencias exteriores tales como la experiencia y la educación, lo que la hace maleable y permite que las respuestas a los estímulos del medio ambiente sean mucho más variadas, por tanto, que haya más posibilidades de adaptarse a diversos ambientes. En una palabra, lo que hace a la mente maleable es el desarrollo de la inteligencia.
La inteligencia depende de la abundancia de células asociativas y sus interconexiones. Mientras más neuronas de este tipo existan y más conexiones tengan habrá mayor posibilidad de respuestas del organismo al medio, pues el aprendizaje será mayor.
En el hombre, como vimos, las células asociativas se encuentran en gran cantidad, por ello es en éste donde la inteligencia está más desarrollada, lo que permite a la mente una enorme plasticidad para ser programada por información del medio.
“A lo largo de la evolución la selección natural favoreció la ampliación de la capacidad de registro del cerebro y fomentó la flexibilidad de las reacciones de forma que cada vez fueron más los factores externos a tener en cuenta en procesos cerebrales cada vez más complejos” (Bresch, 1986:162).
La posibilidad de programar acciones a partir de información externa se debe a la memoria, que registra y almacena las experiencias del organismo para tomarlas en cuenta en futuras respuestas a nuevos estímulos. Gracias a esta facultad y, con ella, a la posibilidad de almacenar un tipo de información distinta a la genética programada en algunas células nerviosas se desarrollan, en las regiones superiores del cerebro humano, las facultades de la inteligencia: el sentido de previsión de futuro, la conciencia, la abstracción, la conceptualización, el pensamiento lógico y demás operaciones mentales superiores. Y a este desarrollo contribuyó también otra peculiaridad de la inteligencia humana: el lenguaje, que le permite al hombre comunicar sus experiencias individuales al resto del grupo.
Esta evolución de la mente y, en particular, de la inteligencia se dio a la par que la del cerebro: a mayor complejidad del cerebro mayor plasticidad de la mente. Al respecto nos dice Vandel:
“...no se puede dudar que la inteligencia del hombre sea la traducción al plano funcional de la complejidad de su corteza cerebral” (Vandel, op.cit. :28).
En la línea evolutiva, desde los invertebrados hasta el hombre, el desarrollo de la mente va marcando un dominio cada vez mayor de la inteligencia sobre los instintos.
“Los animales dotados de sistemas nerviosos muy sencillos tienen una conducta que no consiste en mucho más que reflejos y otras respuestas inmediatas a estímulos externos (instintos)” (Barnett, op.cit:140).
Así, en los batracios, peces y reptiles la mayor parte de su conducta sigue siendo genéticamente programada. En las aves y los mamíferos llamados inferiores, además de los comportamientos innatos, aparecen otros que dependen del aprendizaje; sin embargo, la mente específica sigue dominando. En este nivel evolutivo la adaptación del organismo depende aún de la información genética.
Este estado de cosas cambia con los mamíferos superiores –primates, delfines y cetáceos- donde la inteligencia empieza a dominar al instinto, haciendo que los comportamientos dependan más de la experiencia que de la programación genética. Sin embargo, en la mayoría de ellos, aunque muchos de sus comportamientos dependen del aprendizaje –donde el animal elige entre varias posibilidades la respuesta a un estímulo dado-, éstos sólo se dan como respuesta a estímulos concretos, Es decir que la inteligencia sólo se manifiesta en presencia de un estímulo al que hay que responder.
En cambio en el hombre, donde la inteligencia está más desarrollada, sus manifestaciones no dependen necesariamente de estímulos, se dan muchas veces sin necesidad de ellos. Gracias a esto la inteligencia humana ha conseguido no sólo adaptarse al medio, sino aprovecharlo.
El ser humano se define por el predominio de su inteligencia; sin embargo, esto no significa que los impulsos instintivos hayan desaparecido, estos la complementan aunque aquella los domina, de tal manera que muchos instintos o predisposiciones hereditarias llegan a convertirse, por educación, en reacciones reflexionadas.
Desde que apareció el homo sapiens ha sido más evidente la evolución de la mente y, en particular, la de la inteligencia, que la del cerebro, ya no merced a una evolución morfológica dependiente de la información genética sino a la información externa, a la cultura.
Hominización Cultural
El proceso de hominización psíquica dotó al ser humano de la capacidad de reaccionar con flexibilidad a las condiciones ambientales y esta capacidad se incrementó cuando el hombre empieza a crear cultura, pues con ella consigue mucho más que simplemente adaptarse al medio, logra aprovecharlo y modificarlo para iniciar con ello otra etapa en su proceso de evolución: la evolución cultural.
Gracias a la hominización cultural: “ la capacidad para percibir el ambiente y para integrar, coordinar y reaccionar flexiblemente a lo que se percibe, ha alcanzado su grado máximo de desarrollo en el hombre” (Dobzhansky, 1986: 513).
Situar la hominización cultural en el tiempo es tarea difícil, pero podemos asegurar que su inicio coincide con dos creaciones humanas que pueden considerarse las primeras manifestaciones de cultura: el lenguaje hablado y la habilitación y empleo de utensilios.
Aunque en un momento dado de su desarrollo biológico el hombre pudo sustituir los comportamientos programados genéticamente por acciones inteligentes aprendidas de la experiencia, esa riqueza de experiencias sólo le beneficiaban a él pues no podía transmitirlas, ni siquiera por vía genética, a sus descendientes.
La única forma de transmitir de cerebro a cerebro las experiencias individuales fue mediante la creación de un lenguaje que le permitió comunicar sus experiencias a todos los miembros del grupo, independientemente del parentesco.
El desarrollo del lenguaje fue posible gracias a la naturaleza social del hombre, a su estructura morfológica y a su capacidad psíquica (inteligencia).
Las especies animales que poseen lenguajes son generalmente aquellas que viven en grupos y que tienen, por tanto, la necesidad de comunicarse, bien para anunciar un peligro, bien para relacionarse con sus congéneres.
La especie humana es social por naturaleza y no sería raro que al principio su comunicación se limitara a este tipo de mensajes, y los gestos y la voz debieron ser utilizados para ello, aunque entonces únicamente expresaran emociones (cólera, miedo, alegría...) pero después fue necesario comunicar algo más que simples manifestaciones emotivas, había que transmitir experiencias aprendidas.
Entonces el recurso para ello lo proporcionó la mente específica:
“La solución fue utilizar un instrumento que ya estaba gravado en la información genética: el instinto de imitación” (Bresch, 1986:166).
En los animales superiores, sobre todo en los primates, observamos que el instinto de imitación aunado a otro que lo complementa, el de la curiosidad, se encuentra muy arraigado, y ambos les permiten aprender lo que otros hacen. Estos mismos instintos los poseemos los hombres y es gracias a ellos que los niños aprenden, incluso a hablar.
Así, no es raro que ese haya sido el procedimiento original con el que nuestros ancestros transmitían a los demás miembros del grupo descubrimientos casuales.
Esta capacidad de aprendizaje de la especie fue convirtiéndose en un factor importante de selección que impulsaba su evolución.
A esta etapa de imitación, gestos, sonidos inarticulados y mímica, siguió el lenguaje hablado. Es imposible saber en qué momento se inició. Anatómicamente la estructura cerebral, el desarrollo de la lengua, laringe y paladar aptos para la articulación de palabras es una adquisición de hace cientos de miles de años (Smith, 1986), no obstante, lo más probable es que su aparición haya coincidido con el desarrollo de cultura puesto que es uno de sus disparadores, ya que permitió transmitir y consolidar experiencias aprendidas, lograr que éstas se fueran acumulando en el seno del grupo para comunicarlas a las siguientes generaciones y construir así un legado cultural que asegurara la supervivencia de la comunidad.
Es evidente, además, que la creación del lenguaje desarrolló muchas de las capacidades intelectuales del ser humano pues hablar requiere el empleo de sonidos que sinteticen una realidad compleja, es decir, de símbolos abstractos que generalicen y esto implica la necesidad de conceptualizar los elementos de la realidad antes de “llamarlos” de alguna manera. Así pues, el lenguaje permitió el desarrollo de facultades como la abstracción, la conceptualización, el pensamiento lógico, entre otros, que, a su vez, permitieron construcciones mentales superiores: el pensamiento simbólico, que es en sí un medio de transformación superior del mundo.
Decimos que el pensamiento simbólico es un medio de transformación superior, no en un sentido material, sino en un nivel intelectual, pues en el momento en que el hombre se apropia del mundo al conocerlo y lo convierte en símbolos, abstrayendo su esencia, puede manipularlo y modificarlo a escala racional, lo que será el primer paso para una transformación material de la naturaleza, a través de la cultura.
Por otra parte, el lenguaje como medio de transmisión de experiencias individuales representó el momento en que el hombre dejó de hacer depender su evolución del comportamiento instintivo, basándola ahora en pautas de comportamiento flexibles derivadas del aprendizaje.
Junto con el lenguaje hablado, la habilitación y fabricación de utensilios constituye también un elemento esencial en la hominización cultural. No estamos hablando del empleo casual de una piedra o de un palo para arrojar o golpear, -de hecho la utilización de objetos con un fin inmediato y efímero se observa en las comunidades de primates antropomorfos e incluso entre delfines- para que podamos hablar de una manifestación exclusivamente humana que pueda llamarse cultural fue necesario que el hombre tuviera una concepción previa del uso que podía darle a ciertos objetos de la naturaleza, seguido de la búsqueda deliberada de los mismos, su habilitación como utensilios y la construcción de herramientas que facilitaran la tarea. En este momento surge la capacidad técnica del ser humano, con la cual puede actuar sobre su entorno. Este fenómeno, al igual que el lenguaje, fue posible gracias a la naturaleza social del hombre.
La fabricación de utensilios y herramientas marca el principio de la transformación material de la naturaleza como el lenguaje marca el principio de su transformación simbólica.
Esta transformación del mundo conlleva un control sobre el mismo, pero no se trata de un control absoluto pues aún hoy día existen fenómenos y ámbitos de la naturaleza que escapan al dominio humano.
Por otro lado, podemos hablar de diferentes niveles de transformación del entorno, que van desde el aprovechamiento de fenómenos naturales -como lo fue la agricultura y el pastoreo al principio de las sociedades neolíticas- hasta la modificación total de ambientes y geografías -como la transformación de un desierto en un vergel o la desecación de zonas ocupadas por el mar.
En conclusión podemos afirmar que tanto el pensamiento simbólico, cristalizado en el lenguaje, como la capacidad técnica, ambos elementos culturales desarrollados en sociedad, constituyen herramientas únicas para la adaptación del ser humano a su medio pues le permiten ya no sólo responder a él sino ejercer cierto control sobre el mismo, transformándolo para su beneficio.
Bibliografía
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Distinta a la biológica pero que sienta sus bases en ésta, al grado de que en gran parte está condicionada por ella.
Aunque en ocasiones se contrapongan, es indiscutible que van unidas y sin la evolución de tipo biológico habría sido imposible la cultural.
Para autores como Anthony Barnett “...el promedio de la capacidad craneana masculina oscila entre los 1300 y 1500 centímetros cúbicos, y los individuos normales se sitúan entre los 1050 y 1800 centímetros cúbicos” (Barnett, op.cit. :138)
Las formas que puede cobrar esta transformación material son, por ejemplo: la elaboración de instrumentos y herramientas, el aprovechamiento de fenómenos físicos (como el del crecimiento de las plantas con la agricultura, el de la reproducción de los animales con el pastoreo, el del agua de lluvia con la construcción de acueductos, diques o presas...), la modificación ambiental de zonas geográficas, la alteración en los ecosistemas, entre otras. |