El conocimiento como parte del Mecanismo de Evolución

(2ª Parte)

Claudia Tamariz García y Ana Cecilia Espinosa Martínez

 

En el artículo anterior apuntamos nuestro interés por reflexionar en torno a concebir al conocimiento como parte del mecanismo de evolución y de concebirlo como unificado, de ahí que esta idea dé nombre a nuestros escritos. En esa ocasión abordamos como temáticas:

La evolución Biológica y

El proceso de hominización

como parte de un análisis mayor que se encamina a demostrar que el conocimiento tiene una finalidad adaptativa y que es esa finalidad precisamente quien da al conocimiento su carácter unitario o integral. En otras palabras, nuestra tesis apunta que el conocimiento en sus orígenes surgió como una unidad en tanto se constituyó como un mecanismo de evolución de la especie humana gracias al cual ésta consiguió sobrevivir y desarrollarse.

Dicha tesis ha sido hasta ahora parcialmente demostrada a través del tratamiento de estas dos primeras temáticas y será ahora complementada y esperamos finalmente demostrada, con el tratamiento de dos nuevos apartados, a saber:

La evolución cultural y

El carácter originario del conocimiento.

¡Continuemos!

4. La Evolución Cultural

  Debido a las muy peculiares características del desarrollo humano a partir de la hominización cultural podemos decir que ésta constituyó una nueva etapa en el desarrollo evolutivo del hombre que corre paralela a la evolución genética y la presupone, una nueva etapa que con justicia podemos llamar evolución cultural.

•  Definición de Cultura

Theodosius Dobzhansky nos dice:

“El atributo sobresaliente y distintivo de la humanidad es la cultura” (Dobzhansky, 1986:449).

Y la define como:

“...El almacén de información y de patrones de comportamiento que son transmitidos mediante la formación y el aprendizaje, mediante el ejemplo y la imitación” (Dobzhansky, op.cit. :449).

Bernard Campbell la considera como:

“El sistema de conocimientos, comportamientos y utensilios mediante el cual los seres humanos se comunican con el mundo externo” (Campbell, 1985:13).

E. B. Tylor llama cultura al conjunto complejo que incluye conocimientos, creencias, arte, moral, ley, costumbres y otras capacidades y hábitos adquiridos por el hombre como miembro de la sociedad (Citado por McNall, 1976).

Melville J. Herskovitz dice: “Cultura es la parte del ambiente hecha por el hombre” (Herskovitz, op.cit. :29).

Para Edward McNall Burns la cultura es el complejo conjunto de ideas, tradiciones y caracteres de una nación o de un imperio en un momento particular (McNall, 1976).

Todas estas definiciones nos aportan varios elementos característicos de lo que llamamos cultura. Así vemos:

•  En primer lugar, la cultura es acumulativa pues constituye un almacén de información.

•  Esta información, a diferencia de la genética, no es hereditaria sino adquirida mediante el aprendizaje y la formación.

•  Además, esta información está concentrada en un sistema de conocimientos , patrones de conducta e incluso objetos materiales.

•  Este sistema que constituye la cultura se da en sociedad.

•  Mediante la cultura el hombre establece una nueva forma de comunicación con su medio.

•  En esta nueva relación con su ambiente el ser humano logra transformarlo para crear, a partir de él, un nuevo ambiente.

•  La cultura varía en espacio y tiempo.

Tomando en cuenta las características anteriores, nosotras la definimos como:

El conjunto de producciones humanas elaboradas a partir de información adquirida por aprendizaje, que son de carácter acumulativo y a través de las cuales el hombre actúa sobre su ambiente, transformándolo para facilitar su adaptación al mismo y su desarrollo.

 

Esta definición conlleva varias implicaciones. En primer lugar, la cultura, como un conjunto de producciones humanas empleadas por el hombre para comunicarse con su medio, constituye todo un acervo de información que, a semejanza de la contenida en los genes, es utilizada por éste para adaptarse al entorno.

Es decir que con la hominización cultural el hombre desarrolla un tipo de información no genética, la cultura, que incrementa sus posibilidades de reaccionar con flexibilidad a las situaciones que le presenta su entorno. Así, a partir de la creación de cultura, las generaciones humanas van a recibir un cúmulo de información genética y otro tanto de información cultural no codificada en los genes que les servirá, al igual que aquella, para sobrevivir y desarrollarse.

Además, siendo un tipo de información no genética se transmite de forma diferente a ésta, ya que no es hereditaria, transmitida por generaciones sólo de padres a hijos, sino que se adquiere por aprendizaje especialmente mediante el lenguaje y se transmite a todos los miembros del grupo independientemente del parentesco.

Otro elemento importante para la aparición de la cultura y su transmisión son las sociedades humanas, que son condición de posibilidad de la cultura y, al mismo tiempo, están condicionadas por ella.

Es común que se tienda a confundir sociedad y cultura pero aunque éstas van de la mano en el caso del hombre, existen muchas agrupaciones de tipo social en el mundo animal que ni remotamente han desarrollado formas culturales.

Los hombres, como animales sociales, comparten con otras sociedades animales muchas características: la delimitación del grupo; la identificación de sus miembros y el rechazo a quienes no pertenecen a la comunidad; la cooperación dentro del agregado social; las diferencias internas basándose en sexo, edad y otras características; la existencia de funciones concretas como el cuidado de las crías, la protección de la comunidad y la integración de los nuevos miembros a la vida del grupo; entre otras. Tomando en cuenta estas características comunes podemos definir la sociedad como lo hace Herskovitz, como un “agregado organizado de individuos” (Herskovitz, op.cit. : 42).

Mientras que la cultura sería el modo de vida de esa sociedad, el conjunto de conductas y conocimientos aprendidos de acuerdo al cual el agregado organizado de hombres vive su vida (Ibidem. :51).

El hombre es un animal social, característica adquirida tal vez por su condición de primate, y es precisamente la vida en sociedad la que favoreció el desarrollo de la cultura pues facilitó su difusión entre los miembros de un grupo. Así, las técnicas y conocimientos descubiertos por algunos individuos eran transmitidos al resto del grupo que los aprendía, los practicaba y los incrementaba con nuevos descubrimientos, propiciando el desarrollo de la sociedad en su conjunto.

El hecho de que el hombre sea un animal social favoreció que sus aprendizajes fueran socializados al resto de los integrantes del grupo con independencia del parentesco y en el curso de una sola generación, ello hace a la evolución cultural, basada en la transmisión de información aprendida, más veloz que la biológica que depende de la transmisión de información genética.

Por otra parte, el carácter social de la especie humana contribuyó a hacer de la información cultural una información acumulativa, pues a diferencia de los aprendizajes animales, basados en estímulos inmediatos que no tienen que ver con los aprendizajes de sus ancestros, la conducta del hombre se basa en un cúmulo de otras conductas y conocimientos desarrollados por individuos que vivieron antes.

Así, la información cultural es acumulativa y el lugar donde se acumula es la sociedad humana. En este sentido, la sociedad constituye también un factor decisivo para el impulso de la evolución cultural, pues gracias a que los conocimientos se han ido sumando y guardando en el seno de la sociedad las generaciones nuevas no han tenido que volver a descubrir la agricultura o inventar la rueda, esa información la obtienen por aprendizaje de la sociedad y, a partir de ella, pueden avanzar.

El carácter acumulativo de la cultura permite una mayor riqueza de respuestas de la especie a las condiciones de su medio ambiente, es decir, una mayor flexibilidad en las reacciones a los estímulos externos. Estas respuestas son en gran parte producto de las vidas de hombres que vivieron antes y que son transmitidas a las nuevas generaciones gracias al lenguaje, a la sociedad y a la educación.

Por ello, cultura y sociedad están íntimamente relacionadas, la vida en sociedad favoreció la aparición de cultura y, por su parte, las características que adopta ésta y que son determinadas por la forma en que el hombre modifica el medio circundante, constituye el modo de vida de esta sociedad y que la particularizan, distinguiéndola de otras sociedades humanas en tiempo y espacio.

En otras palabras, la cultura no puede darse, conservarse y desarrollarse sino en sociedad, sólo a través de un agregado social donde las generaciones aprenden ese cúmulo de información que constituye la cultura, la practican, la incrementan y enseñan a su vez a nuevas generaciones puede ésta tener continuidad y desarrollo. A su vez, la sociedad, como el agregado organizado de individuos, adopta características que la distinguen de otras gracias a la cultura como el modo de vida de sus integrantes.

La razón de ser de esta relación cultura-sociedad es, en primera instancia, la adaptación del grupo humano a un medio ambiente natural.

Finalmente, un elemento importante dentro de la definición de cultura es que ésta se concentra en un sistema de productos, creación del hombre, entre los que se encuentra el conocimiento.

El conocimiento como producto del aprendizaje del hombre es parte de la cultura y, como tal, surgió con la finalidad original de contribuir a la adaptación de la especie a su entorno y garantizar así su supervivencia.

  •  La evolución cultural y la evolución genética

Es evidente que: “En todo individuo se conjugan dos herencias: una genética y una cultural” (Césarman y Estañol, 1992: 75) y que una característica que distingue a la evolución cultural de la genética es que la cultura permite al hombre ejercer un control sobre su medio ambiente y con ello desarrollarse más rápidamente que los demás organismos, sujetos sólo a la evolución biológica.

Podemos afirmar que a partir de la hominización cultural el desarrollo humano se acelera porque la cultura marca una ruptura en las características de la interrelación hombre-medio. Gracias a la información cultural el ser humano deja de hacer depender totalmente sus respuestas de los estímulos del ambiente y empieza a ejercer una acción sobre el mismo.

Hemos venido reiterando que las posibilidades que le brinda la evolución biológica a la especie humana le han permitido programar sus acciones con información aprendida de la experiencia. En el momento en que este tipo de información se vuelve social, esto es, que se comparte, emplea y acumula en sociedad entonces permite al hombre cambiar su relación con el ambiente, de tal manera que ya no necesita adaptarse a él, sino que puede transformarlo para que éste se adapte a sus necesidades.

Al respecto dice Dobzhansky: “Mientras que todos los organismos se adaptan a su ambiente cambiando sus genes, sólo el hombre se adapta (...) creando el ambiente adecuado para sus genes” (Dobzhansky, op.cit. :450).

La transformación social de su mundo permitió al ser humano crear un medio artificial, la sociedad, intermediario entre él y el medio natural. A partir de ese momento empieza a moverse y a ser determinado por dos escenarios: un medio natural o hábitat y un medio social. En otras palabras, su ambiente se compone de su hábitat, definido como el tipo de lugar ocupado por la especie, y el medio social caracterizado por la cultura como la parte del ambiente hecha por el hombre, es decir, la forma de vida de una sociedad creada a partir de la transformación del medio natural. Ambos constituyen el ecosistema humano.

Bernard Campbell en su obra Ecología Humana define ecosistema como: “...cualquier asociación natural compuesta por organismos vivos y sustancias inorgánicas que actúan entre sí para intercambiar materia” (Campbell, op.cit. :10).

En otras palabras, la interrelación del hombre con otros organismos vivos –incluyendo a otros hombres- y con todas las demás fuerzas y objetos inanimados que pueblan su hábitat, interrelación que cobra la forma de una relación mutua cultura-ambiente natural y cultura-cultura, constituye el ecosistema del hombre.

Dentro de este ecosistema hábitat-sociedad la especie humana ha continuado su evolución pero con rasgos muy diferentes a los de la evolución genética.

Según varios autores la diferencia entre el ritmo de avance de la evolución genética y la cultural radica en sus mecanismos de progreso

“Mientras que es sabido que la evolución biológica funciona principalmente mediante la selección natural (darwinismo) la evolución cultural progresa por lamarckismo: Herencia de caracteres adquiridos” (Barash, 1987: 31).

Al respecto Michael Ruse opina: “Del mecanismo lamarckiano de la herencia de los caracteres adquiridos se suele decir que, aunque hoy día está desacreditado como mecanismo biológico, sí consntituye, en cambio, una buena descripción de la evolución cultural” (Wagensberg, 1998:74).

La teoría de Jean Baptiste Lamarck acerca de la evolución de las especies biológicas está basada en la herencia de caracteres que se adquieren por ser útiles a la especie y la pérdida de aquellos que caen en desuso. Su teoría, como afirma Ruse, está muy lejos de explicar el mecanismo de evolución biológica pero esa es la clave de la evolución cultural: el grupo humano selecciona voluntariamente los caracteres culturales que le convienen y, al utilizarlos en beneficio de la comunidad, los desarrolla. En cambio, los caracteres que no utiliza se atrofian.

De esa forma, la cultura puede avanzar a saltos pues le es posible cambiar, eliminar o adoptar componentes importantes en menos de una generación, acumularlos en la sociedad y transmitirlos a todos los miembros de la comunidad.

Y también le es factible transmitir dichos componentes a otras culturas, lo que acelera las transformaciones de ambas.

Según Barash: “El ritmo de los cambios culturales se ajusta a un patrón general que, si bien puede diferir en algunos detalles, suele cumplirse en la mayoría de los sistemas: los cambios culturales siguen un ritmo exponencial, es decir, que el propio ritmo del cambio ha ido incrementándose, como un objeto al caer va siendo acelerado por la gravedad o –más parecido aún- como un cohete que despega. La evolución cultural humana es, por tanto, un proceso en continua aceleración, y su representación gráfica toma la forma de una curva cuya pendiente se acentúa a medida que nos aproximamos a los tiempos modernos” (Barash, op.cit. :45).

La especie humana es la única que presenta en su desarrollo dos etapas cuyas características las hacen muy diferentes entre sí y que, sin embargo, se complementan y retroalimentan: la evolución genética y la evolución cultural.

La evolución cultural y la biológica, “la liebre y la tortuga” como las llama David Barash, la una la liebre que avanza a paso galopante, la otra la tortuga de caminar lento, muchas veces en conflicto una con otra, otras complementándose, pero siempre unidas.

“En el mundo real, la cultura y la biología corren a velocidad diferente, pero son igualmente atolondradas e igualmente perseverantes y, lo que es más importante, cruzarán la línea de meta juntas, puesto que, a pesar de sus diferencias, están inextricablemente vinculadas una a la otra” (Barash, Ibidem. :4).

Así pues, como mecanismo de evolución, la cultura, y dentro de ella el conocimiento humano, responde a un fin inmediato de adaptación del hombre al ambiente pero también al fin último de garantizar la supervivencia de la especie.

Sin embargo, esta supervivencia adquiere una connotación distinta en el marco de la cultura.

Para la evolución biológica, la supervivencia de una especie implica la selección de los individuos más aptos para sobrevivir y preservarla, una selección que en el fondo es de genes. Esto explica que la enorme capacidad reproductiva de una especie se vea limitada por la cantidad de individuos que mueren porque sus genes no resultan seleccionados.

Pero cuando el hombre empieza a moverse en dos ambientes –el natural y el social- la cultura empieza a tener un peso mayor sobre sus conductas, que son ahora condicionadas culturalmente, de forma tal que los seres humanos aprenden a comportarse de diversas maneras que dependen de la cultura en donde se desarrollan. De hecho, la relación del hombre con la naturaleza empieza a revestirse de un carácter cultural y el ser humano ya no podrá ser concebido como un ser determinado únicamente por su biología, sino también por su cultura: se convertirá en un ser social.

A partir de este momento todo individuo se insertará en una historia que no será personal, sino social, se adscribirá en una determinada corriente de pensamiento, en una tradición, en un idioma que condicionarán su manera de pensar y de actuar.

“Igualmente, y a diferencia del animal, el hombre ya no pertenece de manera inmediata a la realidad, sino que vive inmerso en un universo simbólico: nada puede experimentar o discernir que no sea por intermedio de formas lingüísticas, símbolos científicos, obras de arte, símbolos míticos, ritos religiosos, ...” (Martínez, 1998: 46).

Así, las respuestas socialmente aprendidas van a ser respuestas a impulsos, como lo son las instintivas, pero aquellas ya no son sólo naturales, esto es, necesidades primarias de carácter biológico sino ahora también secundarias, con una fisonomía cultural. Estos impulsos para actuar los llamamos “motivos” y tanto los primarios como los secundarios están condicionados culturalmente, como lo están los métodos para satisfacerlos (Taba, 1976).

De esta manera, el impulso básico natural de supervivencia empezó a revestirse de un ropaje cultural que modificó su significado y la forma en que se busca satisfacerlo. Este significado depende del contexto cultural en que se dé, varía en las diferentes sociedades tanto en tiempo como en espacio.

Así, ha habido culturas que siguen considerando selectiva la supervivencia, pero ellas imponen los criterios para elegir quién sobrevive (el nazismo, por ejemplo), han existido otras que imponen diferentes condiciones de supervivencia estableciendo distinciones sociales y económicas entre grupos (las sociedades esclavistas o la sociedad feudal), y entre éstas están las que, pretendiendo un apego a nuestra condición natural, postulan la supervivencia del más fuerte pero dotan al término supervivencia de un carácter económico (el capitalismo es un ejemplo).

 

Sin embargo, hay otras para las que la supervivencia, culturalmente determinada, no pretende un carácter selectivo de los individuos, sino que busca la adaptación y la posibilidad de desarrollo de la Humanidad entera, en el sentido genérico y totalizador que supone el término.

Para éstas, la evolución biológica es egoísta, restringe la posibilidad de supervivencia sólo a algunos miembros de la especie; la cultural, en cambio, contraponiendo a este egoísmo biológico un altruismo, la extiende a todos los miembros, permitiendo con ello el desarrollo del hombre como género.

Este es el ideal humanista de Occidente, difícilmente materializado en la historia de las sociedades que lo han integrado.

Evidentemente, esta connotación del término supervivencia está moldeada por una serie de valores, modelos e ideales, como los de igualdad, justicia, bienestar, que son también creaciones culturales.

Para nosotras será esta connotación humanista la que empleemos al pretender que la cultura, la ciencia y la educación sean medios que favorezcan la supervivencia de la especie.

Igualmente, una necesidad “adquirida” por nuestra especie y que complementa a la de supervivencia , es la de desarrollo. En términos biológicos la supervivencia conlleva un desarrollo de la especie como la aparición de mecanismos más adecuados para responder al entorno, se trata de un desarrollo entendido como la formación de estructuras más complejas que, para los científicos, implica una evolución de las especies.

En el contexto de la cultura igualmente se buscará la evolución del grupo, su desarrollo, entendido como crecimiento y mejora en el ámbito personal y social, y en este último referido a distintos terrenos: el económico, el político, el social...

Nuevamente se trata de un revestimiento cultural del término biológico y nuevamente dependerá de cada cultura en su espacio y momento históricos concretos.

Dentro del ideal humanista con el que nosotras nos sentimos comprometidas, el desarrollo deberá alcanzar a individuos y grupos humanos por igual y deberá involucrar el crecimiento de la persona en su ámbito espiritual y en el material.

5. El carácter originario del conocimiento.

  Hemos analizado la aparición de la inteligencia humana como un producto de la evolución biológica del hombre, producto que sustituyó en éste otros mecanismos de adaptación al entorno, concretamente a la mente específica que genera conductas programadas genéticamente. La inteligencia, pues, es un medio de adaptación.

Gracias a ésta la mente humana adquiere la capacidad de aprender de la experiencia y generar respuestas variadas y flexibles a los estímulos del medio y, aún más, producir comportamientos que no responden a estos.

El aprendizaje, como capacidad de adquirir información del exterior, y el resto de las facultades de la inteligencia (que se desarrollan gracias a aquél), producen conocimientos , entendidos como productos, con los cuales el hombre comprende su mundo y que forman parte de la cultura.

Al ser, pues, la inteligencia el mecanismo de adaptación humana al entorno los productos de ésta, los conocimientos entre ellos, tienen la misma finalidad: su adaptación y supervivencia, este objetivo les da unidad, no importa qué tan complejos y diversos puedan ser.

Y los conocimientos también, como parte del mecanismo humano de adaptación y transformación del entorno llamado cultura, constituyen una unidad con la que se construye un medio social donde el hombre evoluciona.

En consecuencia, en función de su objetivo, comprender la realidad para auxiliar al hombre a manejarse en ella y a construir un medio social donde desarrollarse, el conocimiento humano constituye una unidad.

Bibliografía

•  Barash, David P. (1987). La Liebre y la Tortuga. Biblioteca Científica Salvat #92. Barcelona. 290 pp.

•  Campbell, Bernard. (1985) Ecología Humana . Biblioteca Científica Salvat #15. Barcelona. 275 pp.

•  Dobzhansky, Theodosius. (1986) Evolución. Omega. Barcelona. 345 pp.

•  Estañol, Bruno y Eduardo Césarman. (1994) El Telar Encantado. El enigma de la relación mente-cerebro. Edit. Porrúa. México. 103 pp.

•  Herskovitz, Melville J. (1981) El Hombre y sus Obras. La ciencia de la antropología cultural. Fondo de Cultura Económica. México. 213 pp.

•  Martínez Miguélez, Miguel. (1997) El Paradigma Emergente. Hacia una nueva teoría de la racionalidad científica. Trillas. 2a. Edición, México. 263 pp.

•  Martínez Miguélez, Miguel. (1999) La Nueva Ciencia. Su desafío, lógica y método. Trillas, México. 271 pp.

•  McNall Burns, Edward. (1976) Civilizaciones de Occidente. Su historia y su cultura. Tomo I . Edit. Siglo XX. 11va edición Buenos Aires. 493 pp.

•  Ruse, Michael. (1998). “Evolución y progreso: crónica de dos conceptos”, en: Wagensberg, Jorge, Jordi Agustí et.al. El Progreso. ¿Un concepto acabado o emergente? Editorial TusQuets y Fundació “La Caixa”, Museu de la Ciencia. Colección Metatemas #52. Barcelona. pp. 69-100.

  •  Ta ba, Hilda. (1993) “Aprendizaje Social y Cultural” en: Teorías del Aprendizaje. Antología UPN. pp. 177-197. G

 


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NO. 5