¿Es posible la unidad del conocimiento?

Claudia Tamariz García y Ana Cecilia Espinosa Martínez

•  El Proceso de Conocimiento.

  En artículos anteriores ( “El conocimiento como mecanismo de evolución 1ª y 2ª parte” ), afirmamos que serían dos los argumentos para demostrar la necesidad de una unidad del conocimiento.

El primero de ellos atiende a los orígenes de éste, cuya característica primigenia era su unidad en tanto respondía a un objetivo de adaptación y supervivencia del género humano.

El segundo, que desarrollaremos en este apartado, pretende demostrar que el conocimiento en función de la realidad que atiende debe responder a su carácter integral y dinámico evitando parcelarse y estatizarse.

Para ello analizaremos qué es el conocimiento y cómo se produce, qué papel juegan el sujeto y el objeto en el proceso de conocimiento, qué es la objetividad y cómo puede alcanzarse, para tratar de determinar si es posible al ser humano conocer la realidad tal como es y, por tanto, captar su unicidad y dinamismo.

  A lo largo de nuestros artículos anteriores hemos venido reiterando que en la historia evolutiva del planeta la inteligencia surgió como el mecanismo más sofisticado de adaptación de un organismo al ambiente y que es gracias a ella que el hombre pudo flexibilizar e incrementar sus respuestas a los estímulos del entorno, pues la inteligencia trajo consigo la capacidad de aprendizaje, la de generación de conocimiento y, en consecuencia, la de creación de cultura.

El conocimiento tiene entonces un fin específico: auxiliar en la adaptación de nuestra especie y lo hace permitiendo una comunicación entre nosotros y nuestro medio, es una forma de acercarnos a la realidad circundante y comprenderla para movernos adecuadamente en ella. Mientras nuestro conocimiento de la realidad sea más adecuado, nuestras posibilidades de adaptación, y aún de manejo del entorno tanto natural como social, serán mayores.

Pero, como veremos, este acercamiento a la realidad en ocasiones resulta erróneo si partimos de concebir y conocer al mundo fragmentándolo en un conjunto de entidades separadas y estáticas, pues tal concepción no se ajusta a la naturaleza del objeto de conocimiento, que es integral y dinámico.

A lo largo del siguiente apartado veremos cuál es la naturaleza de esta relación cognoscitiva con nuestro mundo, qué es el conocimiento, cómo se genera y si es posible conocer la realidad integral y dinámica de la que participamos.

    •  ¿Qué es el conocimiento?

  Antes que nada habría que distinguir entre el conocimiento como proceso mental, que es el que nos ocupa en esta definición, y el conocimiento como producto de tal proceso.

En este último caso hablaríamos de conocimientos en tanto se trata de producciones varias pero que, si nos entregan una visión integral y holística del mundo y son guiados por un objetivo común, pueden considerarse como una unidad.

Ahora bien, respecto al conocimiento como proceso, Gabriel Gutiérrez Pantoja nos dice:

“El conocimiento es la forma por la que el ser humano adecúa ( sic ) las condiciones para vivir de manera consecuente con el medio que le rodea (...) A través del conocimiento el ser humano logra entender, convivir y, en algunas ocasiones, dominar a la naturaleza” (Gutiérrez, 1996: 3).

Para Héctor Vázquez el conocimiento implica la intervención de un sujeto que conoce, el objeto que es conocido y las categorías , cuadros o “formas generales” con las cuales es posible el conocimiento al organizar todo pensamiento, entre estos señala: espacio, tiempo, cualidad, cantidad, necesidad...

Así, para él: “...el conocimiento es una interrelación entre sujeto-objeto mediada por las categorías. Tal relación no es estática sino supone un proceso” (Vázquez, 1984: 13).

Por su parte, Adam Schaff nos dice:

“...por proceso de conocimiento, entendemos una interacción específica entre el sujeto cognoscente y el objeto de conocimiento, que tiene como resultado productos mentales que denominamos conocimientos...” (Schaff, 1974:83).

Miguel Martínez Miguélez asegura que:

“...conocer es siempre aprehender un dato en una cierta función bajo una cierta relación en tanto significa algo dentro de una determinada estructura ” (Martínez, 1999: 23).

Para Nicolas Ursua: “El conocimiento es una relación triádica compuesta por el sujeto cognoscente S, el objeto cognoscible O y el elemento A, que expresa cómo se reconoce un objeto. Se puede decir (...) <<S experimenta O>>, pero de ninguna manera se puede decir <<S conoce O>>, sino <<S conoce O como A>>” (Ursua, 1993:46).

Y su definición de conocimiento es la siguiente:

El conocimiento de la realidad es una reconstrucción (interna) adecuada y una identificación de los objetos externos en el sujeto cognoscente” (Ursua, op.cit. :58).

Finalmente, el diccionario de las Ciencias de la Educación registra:

“EL conocimiento se concibe como un proceso , que recibe el nombre de cognición o proceso cognitivo, que es todo aquel que transforma el material sensible que recibe del entorno, codificándolo, almacenándolo y recuperándolo en posteriores comportamientos adaptativos” (Diccionario de las ciencias de la educación, 1996: 308).

De estas definiciones podemos rescatar los siguientes elementos:

•  Que el conocimiento tiene un sentido adaptativo.

•  Que el conocimiento auxilia al hombre a entender, convivir e incluso dominar a la naturaleza.

•  Que se trata de un proceso, por tanto es dinámico, y en él se relacionan un sujeto que conoce y un objeto por conocer.

•  Que en esta relación el sujeto hace una reconstrucción e identificación interna del objeto, reconstrucción a través de la cual el sujeto le confiere un significado al objeto mediante su contextualización dentro de categorías o estructuras mentales, por lo que el conocimiento, como resultado de la relación sujeto-objeto es un producto mental.

•  Que este producto mental se almacena y se recupera para emplearse en nuevas situaciones adaptativas.

Recuperando estos elementos, nosotras definiríamos al conocimiento como:

Un proceso dialéctico, en el que se relacionan un sujeto cognoscente y un objeto cognoscible, en donde el primero confiere significado al segundo a partir de una estructura mental teórica determinada culturalmente, y que este proceso de conocimiento tiene una finalidad adaptativa.

  Se trata de un proceso con dos elementos intervinientes: un sujeto y un objeto. El sujeto es definido por Rosental y Ludín como: aquél “... que obra y conoce activamente, está dotado de conciencia y voluntad” (Rosental y Ludín, 1976: 22). Y Ursua lo identifica con el hombre: “Como sujeto cognoscente consideraremos, por regla general, al ser humano ... ” (Ursua, op.cit:45).

Por su parte el objeto es visto como “... lo dado en el conocimiento o aquello hacia lo que está orientada la actividad cognoscente...”(Rosental y Ludín, op. cit. :22).

Así, no se trata del sujeto y el objeto en sí sino en función de la relación de conocimiento, hablamos, entonces, de un sujeto cognoscente y un objeto cognoscible.

En el conocimiento, el sujeto, aunque se encuentra en relación con los objetos y recibe innumerables estímulos procedentes de ellos, ejerce su acción cognoscente de manera selectiva en función de sus intereses, necesidades, valores, actitudes, creencias, miedos o ideales, elementos todos determinados por la cultura en la que se mueve.

Como proceso que es, el conocimiento constituye una interacción dinámica pero a la vez dialéctica, pues es un encuentro entre una tesis, el sujeto, y una antítesis, el objeto, para dar como resultado una síntesis, el conocimiento.

Esta síntesis engloba elementos de ambas partes y las supera en algo nuevo pero, a la vez, el choque dialéctico supone la transformación de sujeto y objeto, convirtiendo a uno en sujeto conocedor y al otro en objeto conocido.

Ahora bien, el conocimiento como síntesis supone necesariamente un componente objetivo o externo y uno subjetivo o interno.

Al respecto Martínez Miguélez nos dice que: “(lo) externo (...) se revela en la tendencia que tiene toda realidad exterior a imponernos su forma (simetría, continuidad, proximidad, semejanza, cierre, regularidad, dependencia, etc.), (...) (y lo) interno, se manifiesta en el hecho de que nuestra mente no es virgen como la de un niño, sino que está ya estructurada con una serie de presupuestos, aceptados tácitamente, convive con una filosofía implícita, posee un marco de referencia y una estructura teórica para muchas cosas, alberga una gran variedad de necesidades, intereses, valores, miedos, deseos, fines y propósitos” (Martínez, 1998: 65).

Por su parte, Nicanor Ursua nos dice: “El proceso cognitivo se desarrolla entre un sujeto cognoscente y un objeto cognoscible. En este sentido, las estructuras del conocimiento pueden estar condicionadas tanto por el objeto cuanto por el sujeto, o sea, tanto por las estructuras del mundo exterior cuanto por nuestras estructuras cognoscitivas” (Ursua, op.cit. :44)

Cuando hacemos referencia a que la parte subjetiva o interna en el conocimiento consiste en una mente estructurada de acuerdo a una serie de presupuestos ello implica que conocemos a partir de estructuras mentales previas, a lo que Vázquez llama categorías , Martínez Miguélez “factores estructurantes del pensamiento” o “realidad mental fundante” y Piaget “esquemas”, y con las cuales contextualizamos el “dato” proveniente del “exterior”.

Pero esta estructura mental teórica no es innata, se trata de un producto cultural, aprendido socialmente, que depende de la cultura en la que estamos insertos pero también de nuestra historia personal. De forma que pueden asignársele distintos significados a un mismo objeto en función de la cultura y características del sujeto. De este elemento de subjetividad en el conocimiento hablaremos más adelante.

Ahora bien, al contextualizar el dato que le ofrece el objeto de conocimiento, el sujeto le confiere a éste un significado con el cual hace suyo el objeto, lo comprende, lo que le permite convivir con él, facilitando su desenvolvimiento en el medio e incluso la posibilidad de dominarlo.

Este hacerlo suyo implica también la capacidad de retenerlo y aplicarlo a nuevas situaciones ambientales.

Por todo ello el conocimiento es también un mecanismo de adaptación al entorno .

Gutiérrez Pantoja afirma que “Los elementos que se combinan (en el proceso de conocimiento) (...) son los sentidos, en algunas ocasiones el instinto y la razón” (Gutiérrez, op.cit. :69).

Y según Carrillo Landeros, el proceso de conocimiento supone dos fases: una sensorial y la otra racional. Ambas partes de un todo indisoluble que no es factible separar (Carrillo,1989).

Dentro de la fase sensorial encontraríamos fenómenos como las sensaciones, las percepciones y las representaciones. La fase racional, por su parte, incluye la formación de conceptos, juicios y razonamientos. Todos ellos integran, según este autor, la unidad indisoluble del pensamiento.

Siguiendo estas afirmaciones no podemos considerar que haya conocimiento si la relación sujeto-objeto no alcanza la fase racional, al menos en el nivel de conceptualización.

En caso contrario, el producto de la relación se queda en el nivel de percepciones, sensaciones, reacciones o instintos...

Podemos afirmar también que en los seres vivos superiores existen diferentes niveles de conocimiento. Así, los mamíferos superiores como los monos antropoides son capaces de llegar a la conceptualización pero sólo el hombre eleva sus conocimientos a la categoría de razonamientos.

1.1.2 ¿Cómo se produce el conocimiento?

Los modelos de conocimiento.

  Para explicar cómo se produce el conocimiento, las diferentes corrientes filosóficas en el ámbito de la teoría del conocimiento o gnoseología han establecido distintos modelos de conocimiento, esto es, modelos que explican cómo se da la relación de conocimiento entre los factores que intervienen en ella. Modelos que se distinguen según se privilegie el papel del sujeto, del objeto o de ambos en el proceso de conocer.

Aunque existen ligeras diferencias en cuanto a la forma de nombrarlos, los distintos autores coinciden en afirmar que existen tres diferentes modelos de conocimiento:

•  El modelo mecanicista o materialista

•  El modelo Idealista o subjetivo

•  El modelo de interacción histórica o de interacción sujeto-objeto.

•  Modelo mecanicista o materialista

  Este modelo considera al objeto existiendo independientemente del sujeto, postula la existencia de un mundo objetivo que se erige en objeto de cognición.

Este modelo se fundamenta en la concepción mecanicista de la teoría del reflejo, pues, como nos dice Schaff:

“De acuerdo con esta concepción, el objeto de conocimiento actúa sobre el aparato perceptivo del sujeto que es un agente pasivo, contemplativo y perceptivo; el producto de este proceso (el conocimiento) es un reflejo o copia del objeto, reflejo cuya génesis está en relación con la acción mecánica del objeto sobre el sujeto. A eso se debe que califiquemos de mecanicista este modelo” (Schaff, 1997: 83).

Así, esta postura ve al conocimiento como una acción mecánica donde sujeto y objeto se vinculan por una impresión que provoca el objeto en los sentidos del sujeto.

Afirma Schaff que si existen diferencias entre las imágenes que perciben los sujetos, siendo que se trata del mismo objeto, esto se debe a diferencias individuales en el aparato perceptivo de los sujetos.

Entre los antecedentes de este modelo encontramos a Demócrito, y las escuelas filosóficas que lo han defendido son el empirismo y el sensualismo así como las corrientes del pensamiento materialista, particularmente premarxista, como lo aclaran Rosental y Ludín (Rosental y Ludín, op. cit.).

Es interesante aclarar que este modelo está asociado a la definición clásica de verdad, que se fundamenta en la teoría del reflejo y que considera que un juicio es verdadero cuando lo que enuncia concuerda con su objeto.

•  Modelo idealista o subjetivo

    Este modelo se opone al anterior pues es el sujeto el que predomina en la relación de conocimiento considerándosele, incluso, como creador de la realidad.

“Este modelo ha sido identificado como idealista, ya que lo preponderante en el proceso es que el sujeto tiene una capacidad que le permite aprehender los objetos exteriores. Dicha capacidad se encuentra en sus sentidos y su razonamiento, virtudes que provienen de la gracia otorgada por el todopoderoso...” (Gutiérrez, op. cit. :68).

En este modelo la idea predomina sobre la materia, de ahí el término idealismo, y en sus formas más radicales (el Idealismo Subjetivo, según Rosental y Ludín) llega a considerarse al objeto como un conjunto de estados del sujeto, del que dependen para existir.

Así, Gutiérrez Pantoja identifica dos vertientes dentro de este idealismo extremo: el Solipsismo y el Agnosticismo

El solipsismo parte de que el objeto tiene la posibilidad de existir únicamente en el momento en que se produce una relación sensorial con el sujeto pero que, al romperse esta relación, el objeto deja de existir para ceder su lugar a otros objetos que entran en relación sensorial con el sujeto.

Para el agnosticismo los objetos también deben su existencia a la relación con los sentidos del sujeto “...pero a diferencia de la concepción solipsista, el objeto sigue existiendo después de haberse percibido; es decir, no desaparece para dejar lugar a los otros objetos percibidos, sino que se mantiene como un objeto ya conocido” (Ibidem. :68).

Se le llama agnosticismo porque se considera que la esencia de los objetos es imposible de conocer, sólo se conoce la apariencia, lo percibido por los sentidos.

Rosental y Ludín consideran que, en contraposición al Idealismo extremo o subjetivo, existe un Idealismo objetivo representado por Hegel, que le otorga un papel importante a la naturaleza social del sujeto en la relación de conocimiento.

Sin embargo: “...al conferir valor absoluto a la actividad gnoseológica del sujeto, como es inherente al idealismo, se llegó a la conclusión de que el objeto es resultado y producto de la actividad del sujeto, al que se entendía por añadidura como ser o substancia puramente ideal” (Rosental y Ludín, op.cit. :22-23).

C. Modelo de Interacción histórica o de interacción sujeto-objeto.

  “...el tercer modelo niega la preponderancia del objeto sobre el sujeto y del sujeto sobre el objeto en el proceso de conocimiento (...) y sugiere que esta discusión estéril (que tiene tras de sí el antagonismo de qué fue lo primero, la gallina o el huevo) se elimine para considerar que el conocimiento es el producto de una interacción constante entre el objeto y el sujeto y el sujeto y el objeto, sin que prepondere alguno de ellos” (Gutiérrez, op.cit. :69).

En la descripción del modelo de interacción sujeto-objeto seguiremos a Adam Schaff, que afirma que este modelo opone al primero, el materialismo para el que el sujeto es un ente pasivo, la concepción de un papel activo del sujeto, pero un sujeto no ideal sino material en cuanto sometido a condicionamientos diversos, especialmente de tipo social, que hacen del conocimiento algo socialmente percibido y transmitido.

Pero también se opone al segundo modelo, el idealista, porque no elimina al objeto sino que considera que en la relación cognoscitiva ambos, sujeto y objeto, tienen una existencia objetiva y actúan uno sobre otro.

Afirma Schaff que esta tercera postura es sostenida por la filosofía marxista, que lo que hace es reinterpretar correctamente la teoría del reflejo. Rosental y Ludín están de acuerdo en que esta postura es defendida por el materialismo dialéctico.

De acuerdo a esta interpretación de la teoría del reflejo, el conocimiento se establece a través de una relación entre el sujeto y el objeto y sin alguna de estas partes no hay conocimiento.

Para este modelo es evidente que el objeto tiene una existencia objetiva, fuera e independiente del sujeto; esto significa que su postura es materialista, desde el punto de vista ontológico.

Además, coincide con el materialismo en afirmar que el objeto de conocimiento es la fuente exterior de las percepciones sensibles que originan el conocimiento y lo hacen posible y afirma, junto con esta corriente, que el objeto es realmente cognoscible , por ello resulta una postura realista, desde el punto de vista gnoseológico; aunque para la teoría tradicional del reflejo los productos del conocimiento son reproducciones o copias fieles del objeto mientras que para el tercer modelo se trata de representaciones mentales de la realidad .

También discrepa de este modelo materialista al sostener que el término principal de la relación cognoscitiva es el sujeto, en tanto es el factor que activa el conocimiento, y con ello se acerca al modelo idealista; sin embargo, su concepción del sujeto cognoscente es muy diferente a la del idealismo, pues éste último ve al sujeto en forma individualista y subjetivista ya que lo considera como un individuo sin condicionantes culturales, sólo determinado por su biología, por las características morfológicas y fisiológicas de su aparato perceptual, lo que en opinión de Schaff es el principio de una postura mecanicista en la que el hombre y su aparato perceptivo se hallan determinados biológicamente, por lo que el conocimiento se reduce a un mero registro y transformación de impulsos exteriores. El conocimiento, según esta postura, sería contemplación y no actividad.

En cambio, el modelo de interacción concibe al sujeto de forma social y objetivista a la manera marxista: el hombre en su realidad es el conjunto de las relaciones sociales. Así, la interacción sujeto-objeto en el conocimiento se da en el marco de la práctica social del sujeto, que percibe al objeto en y por su actividad.

Rosental y Ludín afirman que el hombre sólo es sujeto en la historia de la sociedad, no es un individuo abstracto sino un ser social cuyas posibilidades y facultades se han formado en la práctica social.

Como hemos visto, considerar al hombre como un ser social no disminuye el papel de la biología en su conformación, y Schaff así lo afirma. El hombre está determinado tanto por la naturaleza como por la sociedad en la que se desenvuelve.

El hombre participa del mundo animal por el aspecto genético que determina su personalidad, esto es, actitudes y disposiciones psíquicas y, además, como criatura biológica está sometido a leyes naturales, pero ello no disminuye los condicionamientos sociales.

Lo que distingue al hombre del resto de los animales es que es un ser apto para el proceso de aculturación, por lo que es producto no sólo de la evolución biológica sino también del desarrollo de la sociedad (evolución cultural). Aún más, sería imposible comprender al hombre aislado de sus determinaciones culturales y sólo desde las biológicas, pues estas ultimas son resultado de una evolución sobre la cual también ejerce su acción la sociedad.

Recordemos que a partir de la aparición de cultura ésta empieza a revestir nuestra relación con la naturaleza de un carácter cultural (incluso en lo que respecta al instinto elemental de supervivencia) y a crear un nuevo ambiente para el desenvolvimiento del hombre: la sociedad.

Concebido desde un contexto social y natural, es posible librarnos de la concepción de un hombre abstracto como sujeto de conocimiento y establecerlo como un individuo concreto, con su especificidad histórica, social e individual.

“Sólo el individuo concreto, captado tanto en su condicionamiento biológico como en su condicionamiento social, es el sujeto concreto de la relación cognoscitiva. Con esto se hace evidente que esa relación no es ni puede ser pasiva; que su sujeto siempre es activo; y que introduce, y necesariamente debe introducir, algo de sí mismo en el conocimiento...” (Schaff, op.cit. :93).

Por ello, el sujeto cognoscente es subjetivo y objetivo. Objetivo en tanto posee un aparato perceptivo, biológicamente determinado, que registra estímulos del exterior. Subjetivo porque no se limita a percibir sino que interpreta, es decir, le da sentido y significado a lo que percibe en función de su determinación cultural, que incluso determina su forma de percibir. Esto es, que nuestra manera de captar el mundo está relacionada con el lenguaje y el aparato conceptual que recibimos de la sociedad mediante la educación, pero igualmente nuestros juicios sobre lo recibido están condicionados por el sistema de valores que aceptamos culturalmente.

Así, desde este modelo, el sujeto no es un espejo o un aparato que registre pasivamente las sensaciones producidas por el medio sino que es el agente que dirige este aparato, lo orienta y regula para después transformar los datos que recibe.

Además de su tesis del sujeto como ser social, este modelo toma del marxismo la concepción de que el conocimiento es una actividad práctica que transforma la realidad aprehendida.

D. Cómo se produce el conocimiento

  Este tercer modelo es el que responde a nuestro concepto de conocimiento. Conocimiento como proceso que relaciona a un objeto y un sujeto y conocimiento como el producto de esta relación dialéctica sujeto-objeto, producto que constituye una representación mental que tiene mucho del objeto de cuya percepción parte y que posee una existencia material, pero que conlleva también un fuerte elemento subjetivo constituido por la interpretación o significado conferido al objeto por el sujeto, que también posee una existencia objetiva y una concreción histórico-social dada por la cultura en la que se desenvuelve.

De hecho, las estructuras mentales con las cuales contextualiza el objeto y le confiere significado están determinadas culturalmente.

De esta manera y siguiendo a Martínez Miguélez, el conocimiento se produce cuando: “...un “dato” o señal que venga de la apariencia de un objeto o interlocutor (o de nuestra memoria) “active” un “bloque de conocimientos” y éste, al integrarlo en su contexto o estructura, le confiera un significado determinado” (Martínez, 1999: 59).

En otras palabras nos dice que, fisiológicamente hablando, en toda observación del sujeto preexisten lo que este autor denomina factores estructurantes del pensamiento o realidad mental fundante, y que también hemos llamado estructuras mentales , y en ellas se inserta la observación y ellas le dan un sentido.

El pensamiento, afirma Martínez fundamentándose en los descubrimientos de la neurociencia, tiende a trabajar mediante bloques de información (módulos, agrupaciones de células o engramas), por lo que el dato o señal proveniente del objeto, de las palabras de un interlocutor o de la memoria activan un bloque de conocimientos y la adscripción de este dato al bloque activado es lo que le da significado, al integrarlo en una estructura o contexto.

Esta afirmación deja en claro que el “dato” que va a ser conferido de significado por las estructuras del sujeto puede ser un objeto material, pero también puede tratarse de algo inmaterial como un recuerdo o los signos del lenguaje de un interlocutor.

Esta contextualización del objeto en la realidad mental fundante de la que habla Martínez equivale a lo que Jean Piaget llama Asimilación Cognoscitiva . Sobre el particular nos dice:

“El hecho esencial del cual conviene partir es el de que ningún conocimiento, ni siquiera perceptivo, constituye una simple copia de lo real, puesto que supone siempre un proceso de “asimilación” a estructuras anteriores” (Piaget, 1980: 6).

Y define asimilación cognoscitiva como “... una integración en estructuras previas” (Piaget, op. cit. :6), integración que puede implicar una modificación a estas estructuras o que éstas permanezcan inalteradas, pero en cualquier caso siempre hay continuidad con el estado anterior. La asimilación no implica destrucción de estructuras anteriores sino un acomodo a la nueva situación.

Como ejemplo, Piaget dice que cuando un hombre o un animal percibe un objeto lo identifica como perteneciente a determinadas categorías conceptuales o prácticas o simplemente lo percibe por intermedio de esquemas espaciales o funcionales, en una palabra, lo asimila a estructuras que varían en cuanto a complejidad, pero que son anteriores a la percepción concreta.

“En pocas palabras, cualquier conocimiento trae consigo siempre y necesariamente, un factor fundamental de asimilación, que es el único que confiere una significación a lo que es percibido o concebido” (Ibidem. :7).

Para Piaget, lo anterior implica dos cosas:

•  Que la asimilación es conferir significaciones a las cosas que percibimos.

•  Que la asimilación implica que todo conocimiento está ligado a una acción del sujeto, por lo que conocer un objeto o acontecimiento es utilizarlo asimilándolo a esquemas de acción

Su concepto de esquemas de acción implica para Piaget que conocer no es copiar la realidad sino actuar sobre ella, transformándola (en apariencia o en realidad), para comprenderla. Y este concepto refuerza nuestro concepto de que el conocimiento es acción y es transformación del mundo, sea real o intelectual.

Para Piaget todo tipo de conocimiento está ligado a una acción y las acciones en cada proceso de asimilación se repiten y se aplican de forma similar en situaciones análogas, de hecho se aplican exactamente igual en situaciones comparables donde existen las mismas necesidades, pero se diferencian y combinan en nuevas formas si las necesidades y situaciones cambian.

Por ello, Piaget llama esquemas de acción: “...a lo que, en una acción, es de tal manera trasponible, generalizable o diferenciable de una situación a la siguiente, o (...) lo que hay de común en las diversas repeticiones o aplicaciones de la misma acción” (Ibid: 9).

Para este autor los esquemas de acción implican una organización interna que tiene que ver con la biología del organismo.

Hemos hablado de que el conocimiento se produce cuando un dato adquiere significado al contextualizarse y adscribirse a las estructuras mentales del sujeto, al establecer relaciones con conocimientos ya existentes en el contexto de estas estructuras mentales que están compuestas por un sistema subyacente de relaciones de conocimiento ya solidificadas, esto es, de esquemas de acción , como diría Piaget, pero en muchas ocasiones los nuevos conocimientos modifican las estructuras preexistentes.

Piaget afirma lo anterior cuando sostiene que los esquemas de acción no son heredados sino que se construyen poco a poco al irse diferenciando sobre la base de un proceso de acomodación , entendida ésta como una modificación de los esquemas de acción por influencia de las mismas situaciones del exterior a las cuales se aplican los esquemas.

“...podríamos decir que el sistema subyacente de relaciones de conocimiento es un sistema que genera o efectúa nuevas relaciones, un sistema generador de conceptos, con la capacidad de categorizar y caracterizar los nuevos eventos, pero también de revisar, rectificar y reestructurar críticamente aquellos ya experimentados con anterioridad, es decir, el mismo sistema o red de relaciones de conocimiento ya solidificado” (Martínez, op. cit. :65).

La finalidad del conocimiento de conferir un significado al mundo que rodea al ser humano es adaptativa al entorno, sea natural o social, de ahí que el conocimiento implique una actividad práctica que, como ya lo vimos, transforma la realidad aprehendida, sea en el ámbito puramente intelectual o en el material.

Resumiendo, el conocimiento es entonces, como diría Martínez Miguélez, fruto de una interacción entre la imagen física de la realidad exterior y el contexto personal interior. Y este contexto interno se encuentra moldeado tanto por el sustento biológico del sujeto como por su historia personal y su contexto cultural.

El conocimiento como producto es subjetivo en tanto se da en un sujeto y objetivo en tanto parte del objeto material preexistente. De hecho, en el proceso de conocimiento la información proveniente del objeto tendrá mayor peso si éste es material, pero este peso disminuirá si el objeto es inmaterial.

•  La objetividad del conocimiento

  •  El conocimiento es objetivo-subjetivo

  Ya Aristóteles, en la Grecia clásica, decía que “lo que está dado a los ojos es la intención del alma”, es decir, que la intención con que miramos los objetos tiene tal poder sobre los sentidos que desvirtúa tales objetos.

Hemos visto que, desde que nace, todo ser humano se inserta en una cultura que lleva implícitos un idioma específico, una tradición, costumbres, creencias y una determinada forma de pensar e, igualmente, cada ser humano está determinado por su historia personal.

La cultura realiza una función de intermediación entre el hombre y su entorno. A través de ella éste se comunica con la realidad y ello hace que en cada observación que hacemos tendamos a seleccionar, no toda la realidad, sino aquella que tiene significado para nosotros en función de nuestro background personal, “... fruto de nuestra formación previa, de las perspectivas teoréticas adquiridas y de los valores, las actitudes, las creencias, las necesidades, los intereses, los miedos y los ideales que hayamos asimilado” (Martínez, 1998: 46).

Es por ello que no podemos estar seguros de hasta qué punto lo que conocemos es producto de nosotros mismos y de nuestras expectativas culturales o es reflejo de la realidad.

Siguiendo el modelo de interacción sujeto-objeto como forma de conocimiento, podemos afirmar que la forma en que conocemos tiene en sí mucho de objetividad pero también fuertes rasgos de subjetividad.

Los descubrimientos en neurociencia avalan este modelo dialéctico del conocimiento al confirmar que:

“Nada se nos da directamente: sólo se llega a la percepción tras muchos pasos, que entrañan la interacción entre los estímulos que llegan a los sentidos, el aparato interpretativo de los sentidos y la estructura del cerebro”(Popper y Eccles. Citados por Martínez, 1998: 147).

Al respecto, Nicolas Ursua describe este proceso mediado por los sentidos al describir, siguiendo a G. Vollmer, los cuatro pasos del proceso cognoscitivo:

“1) El objeto externo se proyecta ( proyección ) a la superficie del cuerpo... (es una

proyección a la manera de la imagen platónica de la caverna, lo que significa

que el objeto es captado por los sentidos del sujeto)

2) Los estímulos de los sentidos son regulados por el sistema nervioso central (...)

(nervios y cerebro) y se interpretan (interpretación).

3) El objeto externo se reconstruye (reconstrucción) internamente.

4) El objeto se identifica (identificación) comparándolo con recuerdos anteriores

(engramas)” (Ursua, op.cit. :46).

El pensamiento humano no refleja al mundo sino que lo traduce mediante todo un sistema neurocerebral donde los sentidos captan un determinado número de estímulos que son transformados en mensajes a través de redes nerviosas y el cerebro produce representaciones, nociones o ideas con las que se percibe al mundo exterior. Nuestras ideas no son reflejo de la realidad sino traducción de ella.

De acuerdo a la neurociencia, los mecanismos psicofisiológicos del cerebro hacen que éste funcione mediante bloques de información, de tal manera que los datos recibidos del exterior mediante nuestros sentidos, (aunque ya vimos que también funciona con recuerdos procedentes de la memoria del sujeto) activan un bloque para que este dato se adscriba a una determinada estructura previa que le confiere significado.

Así, existe una estructura mental, esto es, una matriz de ideas ya sistematizadas que moldean los datos que entran por nuestros sentidos.

De ahí que en la actualidad resulte un mito hablar de objetividad en el conocimiento.

“Todo lo que tiene lugar en la retina es una operación intelectual que se basa en gran medida en experiencias no visuales. Son las personas las que ven, no sus ojos. En una palabra, lo percibido y su significado tienden a depender naturalmente de nuestro mundo anterior...” (Martínez, 1998: 47).

Por otra parte, el paradigma científico que se perfila en la actualidad también avala este modelo dialéctico de conocimiento, sustituyendo al modelo materialista, base del anterior paradigma.

El modelo materialista, descrito en el apartado anterior, es el que dio sustento a la filosofía positivista en el siglo XIX y parte del XX, como paradigma de la ciencia moderna basado en la filosofía de René Descartes y los descubrimientos de Isaac Newton. Para este paradigma, la función de pensar sólo consiste en re-presentar el mundo material en nuestra mente y, persiguiendo la objetividad del conocimiento científico, supone que ésta consiste en adecuar la imagen mental con el mundo real.

Sin embargo, este paradigma ha venido cambiando y, aunque el surgimiento de las nuevas tendencias en el paradigma científico será tema de posteriores reflexiones, aquí nos adelantaremos diciendo que a esta nueva racionalidad científica la sustenta el modelo dialéctico del conocimiento, donde éste es el producto de un encuentro dialéctico entre sujeto y objeto (ambos con una existencia objetiva), y en el que el sujeto confiere un significado al objeto al adecuarlo a su estructura mental.

Según este paradigma, ninguna teoría científica refleja o retrata la realidad como ésta es, pues la teoría se construye con conceptos y no con imágenes, y los conceptos sólo se refieren a algunos rasgos, que el científico considera relevantes, del objeto, y esta relevancia le da el marco teórico con el cual trabaja. Así, lo que el científico observa no es la naturaleza en sí sino la naturaleza expuesta a su método de búsqueda y a la teoría que sustenta dicho método. Ello convierte al científico en actor más que en espectador.

Por ello el conocimiento es objetivo porque parte del objeto físico, pero subjetivo porque es también interpretación del sujeto.

La filosofía escolástica había afirmado que en el conocimiento lo que se recibe, se recibe de acuerdo con la forma del recipiente, esto es, que epistemológicamente el sujeto moldea, da forma al objeto percibido de acuerdo con sus características personales (y sociales, diría Marx).

Y Kant afirmaría que la mente construye su objeto informando a la materia por medio de categorías subjetivas. El hombre es un participante activo o formativo de lo que la mente conoce, por lo que el entendimiento es, de por sí, “un constructor del mundo”.

Por su parte, y concordando con lo sostenido por Kant, la psicología de la Gestalt afirmará que el fondo de la figura o contexto de lo percibido por la mente, que es lo que le da sentido a los objetos percibidos, es principalmente obra del sujeto.

Pero además, no podemos negar que el sujeto es parte de la realidad y, como parte de ella, es parte del objeto de conocimiento, una parte que no se puede dejar de lado aún cuando el objeto de conocimiento sea un objeto de la naturaleza.

Como lo veremos más tarde, esta afirmación se desprende de los actuales descubrimientos en torno a la naturaleza y comportamiento del átomo -en particular lo relativo a la Teoría Cuántica- que han revolucionado a la ciencia con una nueva visión que rompe con el paradigma Positivista y su modelo materialista de conocimiento, al postular que el observador es fundamental, más que como contemplador pasivo de las propiedades de los fenómenos atómicos, como agente que provoca la aparición de las mismas.

“...mi decisión consciente (...) sobre la manera de observar un electrón determinará hasta cierto punto las propiedades (percibidas) de ese electrón. Si le hago una pregunta considerándolo como partícula, me responderá como partícula; si, en cambio, le hago una pregunta considerándolo como onda, me responderá como onda. El electrón no tiene propiedades objetivas que no dependan de mi mente. En física atómica es imposible mantener la distinción cartesiana entre la mente y la materia, entre el observador y lo observado” (Capra, citado por Martínez, 1998: 146).

Por su parte, la Teoría de la Relatividad demostrará que es imposible separar al observador de lo observado, pues el sujeto llega a formar parte del objeto observado.

Con estas nuevas teorías, el moderno paradigma científico, que describiremos más adelante, sostiene que sin el sujeto no hay objeto, es decir, que aquél también es parte de la realidad objetiva por lo que, si queremos ser objetivos, debemos incluir al sujeto en esa realidad.

Estos descubrimientos niegan la posibilidad de una objetividad pura del conocimiento y afirman una realidad aparentemente paradójica donde el conocimiento es objetivo-subjetivo , en tanto dialéctico.

En consecuencia, el conocimiento humano no puede ser objetivo en el sentido de reflejar fielmente la realidad material. No puede serlo en tanto el hombre la conoce a través de un bagaje mental subjetivo que la transforma para darle un significado en función del contexto personal y cultural del sujeto.

Y no puede ser objetivo mientras el sujeto sea parte del mundo material al que pretende conocer y trate de separarse de este mundo para conocerlo “objetivamente”. Hacer esto es perder tal objetividad.

Pero esta conclusión parece hacernos caer en un subjetivismo en el que resulta imposible conocer la realidad. ¿Cómo justificar entonces un conocimiento integral como reflejo de un mundo integral, si este conocimiento tiene mucho de subjetivo y no refleja la realidad tal como es? ¿Cómo hablar entonces de un conocimiento que permita al hombre moverse en su mundo, adaptarse a él, sobrevivir y desarrollarse en él?.

•  Alternativas a la subjetividad del conocimiento.

  En su obra Historia y Verdad, Adam Schaff se hace la misma pregunta en torno a la objetividad: ¿En qué consiste la objetividad del conocimiento?.

Y aclara que existen varias acepciones del término objetivo:

  •  Objetivo como lo que procede del objeto . En este sentido es objetivo el conocimiento que refleja, en la conciencia del sujeto, el objeto que existe fuera de él en forma independiente. Se opone a subjetivo como el que crea su objeto.

•  Objetivo como lo que es válido para todos y no sólo para alguno(s) individuo(s) . Es decir que es objetivo lo que es universal, lo que se opone a lo subjetivo como lo individual.

•  Objetivo como lo que está exento de emotividad y, por tanto, de parcialidad . Que se opone a lo subjetivo como parcial y lleno de emotividad.

  En el primer sentido ya hemos visto que el modelo de interacción sujeto-objeto o interacción histórica excluye totalmente la posibilidad de un conocimiento objetivo; sin embargo, tampoco cae en el extremo contrario de afirmar que el sujeto crea al objeto de conocimiento porque éste, o no existe per se o es imposible conocerlo. En cambio sostiene que el conocimiento es subjetivo-objetivo en tanto es el producto dialéctico de la relación cognoscitiva de sujeto-objeto.

Por ello jamás podrá el sujeto generar un conocimiento que refleje exactamente la realidad, lo que hace es interpretarla, darle significado de acuerdo a su mundo interior, pero tomando elementos de ella que le aportan sus sentidos y que le permiten representársela, aunque no se trate de un reflejo fiel. Recordemos que para este modelo el objeto es realmente cognoscible , sólo que el sujeto no es un espejo del mundo sino que genera representaciones mentales de éste.

En cuanto al segundo y tercer sentidos del término “ objetivo ”, el autor se pregunta: ¿Es posible hablar de objetividad del conocimiento en el sentido de que éste posee una validez universal y es emotivamente incoloro e imparcial, cuando se afirma que el sujeto cognoscente, que es producto de las relaciones sociales, de su historia personal y de su cultura, desempeña un papel activo en el conocimiento, introduciendo mucho de sí en este proceso?

Y se contesta: sí y no, dependiendo de si el término objetivo se emplea en un sentido absoluto o relativo. En el primer caso la respuesta será no, en el segundo caso será sí.

En el caso de la objetividad como carencia de emotividad e imparcialidad no podemos afirmar que en el conocimiento exista una objetividad absoluta en el sentido de que el sujeto elimine totalmente el elemento emotivo y la parcialidad que deforman el conocimiento verdadero. En este caso la objetividad siempre está afectada por la subjetividad y nunca puede ser absoluta porque es humana, pero sí puede ser relativa, sí puede haber un esfuerzo por eliminar al máximo la parcialidad y la emotividad en el proceso de conocimiento para encontrar la verdad, en este sentido se trata de un proceso que no acaba, de un devenir, y depende en gran parte de la sistematización y la autocrítica con la que se genere el conocimiento.

En el sentido de objetividad como validez universal es evidente que si en el proceso de conocimiento el sujeto es activo, entonces introduce un elemento subjetivo, por lo que la validez del conocimiento no es idéntica para todos, la validez no es universal, la verdad no es absoluta, pero sí hay cierta tendencia hacia ello. Se trata de un proceso no de un estado inmutable. La objetividad en este sentido también es relativa puesto que “x” conocimiento es más aceptado que otro, no se trata entonces de una objetividad absoluta.

El determinar la objetividad de un conocimiento en este sentido dependerá de establecer comparaciones con los productos de otros procesos de conocimiento.

Por tanto, dado que el sujeto tiene un papel relevante en el proceso de conocimiento y conforme el segundo y tercer sentidos del término objetividad, ésta es “... sólo una propiedad relativa del conocimiento: por una parte, sólo puede afirmarse al comparar los productos de los diversos procesos cognoscitivos; por otra parte, el conocimiento siempre es un proceso, un devenir, y no un dato fijo y definitivo” (Schaff, 1997: 103).

En consecuencia, el conocimiento y sus resultados son objetivo-subjetivos. Objetivos porque son reflejo activo de un objeto específico y porque tienen una validez universal relativa y una imparcialidad relativa. Subjetivos porque el papel del sujeto cognoscente en el proceso es muy activo.

Ahora bien, en tanto el conocimiento es un proceso, un devenir, entonces la verdad , entendida como un conocimiento verdadero donde lo que se enuncia existe en la realidad tal como se enuncia, es también un proceso.

Y aquí Schaff coincide nuevamente con la filosofía marxista. El objeto del conocimiento es infinito, sea tomado en su totalidad o como un fragmento de lo real, y es infinito en la medida en que son infinitas sus correlaciones y sus mutaciones en el tiempo.

Así pues: “El conocimiento de un objeto infinito debe ser, por tanto, también infinito; debe constituir un proceso infinito: el proceso de acumulación de las verdades parciales” (Schaff, op. cit. :13). Es gracias a este proceso que enriquecemos nuestro conocimiento, tendiendo hacia un conocimiento y una verdad absoluta a la que nunca llegaremos.

Y nos dice este autor: “El conocimiento es, pues, un proceso que acumula las verdades parciales que la humanidad establece en las distintas etapas de su desarrollo histórico: ampliando, limitando, superando esas verdades parciales. El conocimiento siempre se basa en ellas y las adopta como punto de partida para un nuevo desarrollo” (Schaff, Ibidem. :113-114).

Dentro de la idea que hemos venido argumentando en torno al papel del conocimiento en la supervivencia de la especie, es claro que en el desarrollo de la humanidad en sociedad el conocimiento ha sido acumulativo y ello ha permitido el avance de la comunidad humana, pues se trata de la acumulación de una serie de verdades parciales en torno a la realidad, que la humanidad ha generado históricamente para mejorar su relación con el entorno, sobrevivir y desarrollarse.

•  La capacidad de Autoreflexión.

  Ya hemos visto que concebir al conocimiento como objetivo-subjetivo, en tanto dialéctico, no necesariamente nos hace caer en un subjetivismo extremo en donde cada quien tiene su verdad, en cambio, sigue existiendo un conocimiento objetivo si enfocamos la objetividad como un término referido a la universalidad del conocimiento y a su imparcialidad y escasez de emotividad, siempre y cuando la consideremos como un término relativo.

¿Pero cómo podemos lograr que nuestro conocimiento sobre el mundo sea “objetivo”, que podamos desprendernos de nuestra emotividad y parcialidad y acercarnos más al objeto de conocimiento?

Ya habíamos hablado de que en el conocimiento interactúan dialécticamente el polo de la componente externa (los datos del objeto que tiene que ver con su forma y características) y el polo de la componente interna (los factores psicológicos y culturales del sujeto), y de que los datos externos van a tener un peso mayor si el objeto percibido es material -como una casa o un hormiga- pero este peso disminuirá si el objeto cognoscible es inmaterial -trátese del concepto de “bondad”, de “democracia” o de “libertad”.

En este sentido, será más fácil llegar a un acuerdo, a un consenso de los sujetos, es decir a un conocimiento “más universal”, sobre objetos materiales, así como será más fácil para el sujeto, en este caso, dejar de lado su emotividad. Estos objetos materiales son el foco de atención de las ciencias naturales. Pero resulta más difícil ser objetivos en ambos sentidos cuando se trata de objetos inmateriales, que son el asunto del que se encargan las ciencias sociales y humanas.

Aún así es posible para los sujetos acercarse al conocimiento objetivo en tanto pueden reflexionar sobre su propio conocimiento, es decir, en tanto poseen la capacidad de autoreflexión .

Es un hecho que todas las acciones que realizamos los seres humanos pueden ser revisadas críticamente por nuestra mente, que es consciente de sí misma. De hecho, las ciencias sociales y humanas lo que hacen es hacer una revisión de las acciones humanas, empleando esa capacidad del hombre de referirse a sí mismo, de reflexionar sobre sus actos.

Pero esto es así no sólo con las acciones humanas sino también con sus ideas y procesos mentales. El ser humano posee la capacidad de hacer de su proceso de conocimiento un objeto de conocimiento, pensarlo, revisarlo y controlarlo.

Así, esta capacidad de autoreflexión otorga al hombre la posibilidad de dar o atribuir un significado a sus acciones (físicas o mentales), corregirlas y rehacerlas de otra manera, lo que le permite proceder de forma crítica con su propio proceso de conocimiento, buscando la objetividad relativa de la que ya hablamos.

Esta capacidad de autoreflexión del conocimiento humano es también la que posibilita a la ciencia, como forma de conocimiento especializada en profundizar en el comportamiento de la naturaleza, proceder de forma sistemática y crítica, autocorrigiéndose, para acercarse lo más posible al objeto, en su proceso dialéctico de conocimiento.

•  ¿Es posible conocer la realidad?

  Con la argumentación de las anteriores líneas hemos tratado de eliminar la subjetividad extrema en la que cada individuo tiene su verdad, lo que convierte al mundo en una realidad imposible de conocer.

Afirmamos, con el modelo de interacción sujeto-objeto, que sí es posible conocer la realidad en tanto el conocimiento parte de los datos que ella presenta al sujeto, aunque éste le dé una interpretación en función de su contexto personal y cultural.

Pero ahora la pregunta es: ¿Si podemos conocer la realidad, cómo es que nuestras formas de conocimiento, y en particular el conocimiento científico como forma aceptada y privilegiada en Occidente, no ha podido captarla en su integridad y dinamicidad sino a posteriori y en forma parcial, tras atomizarla y estatizarla, pretendiendo que el estudio de sus partes provea la “verdad” sobre el todo?

¿Cómo es que la ciencia se ha perdido en esta fragmentación y ha olvidado volver a reunir los fragmentos, entregándonos una serie de piezas sueltas y no el rompecabezas armado?

¿Cómo es que seguimos fomentando una educación disciplinaria que forma especialistas armados de un bisturí y una lupa, empeñados en recortar el mundo y observar con extremo detalle parte por parte, sin lograr comprenderlo como una totalidad?

A reserva de que en posteriores artículos nos extendamos ampliamente en este punto, afirmaremos aquí que el ser humano está biológicamente equipado para captar el mundo en su totalidad, integridad y dinamicidad, y prueba de ello es que existen culturas cuyas formas de conocimiento privilegian esta forma de captar la realidad.

Sin embargo, es la mentalidad occidental, y particularmente la racionalidad científica, la que procede descomponiendo el mundo para conocerlo, la que busca una linealidad en su proceder, la que lo concibe de forma determinista y causal y ha generado disciplinas diversas que se encargan del estudio de cada segmento en forma tan especializada que parecen olvidar que la realidad no se reduce al pedazo que les tocó estudiar. Y esto no es sino consecuencia del tipo de racionalidad que el Occidente ha privilegiado y que se sustenta en el cultivo y desarrollo de la parte abstracta, racional, analítica y simbólica de la mente humana.

Anatómica y funcionalmente el ser humano cuenta con estructuras cerebrales que le permiten abstraer y analizar los objetos de la realidad en forma fragmentaria, pero también captarla como un todo integrado y dinámico: percibirla en un solo acto de conocimiento, de manera intuitiva. Estas estructuras son los hemisferios cerebrales

El hemisferio izquierdo, que trabaja en el nivel consciente, es analítico, elementalista y atomista. Procede conociendo una parte a la vez, no el todo. Opera en forma lineal, sucesiva y secuencial en el tiempo, además es causal, pues todas sus decisiones se sustentan en la anterior. Y su forma de procesar la información es lógica y sistemática. De este hemisferio dependen el razonamiento verbal y matemático, por lo que se trata de una forma de conocimiento simbólico.

El hemisferio derecho, en cambio, es predominantemente inconsciente y conoce de forma sintética, compleja y holista, aprehendiendo el todo y no sus partes por separado. Su forma de conocimiento es no lineal, simultanea y acausal. Este hemisferio es el encargado del pensamiento intuitivo, que le permite apreciar formas espaciales, reconocer rostros, comprender estructuras musicales y pictóricas y captar todo aquello que requiere imaginación y pensamiento visual.

Occidente ha privilegiado durante siglos el cultivo del hemisferio izquierdo del cerebro, toda la educación occidental se destina a desarrollar la parte racional y analítica de la mente humana, es por ello que hasta 1950 se pensó que el hemisferio izquierdo poseía una capacidad mayor y dominaba sobre el derecho, de menor capacidad.

No nos gustaría aquí agotar este punto sobre los hemisferios cerebrales y el tipo de racionalidad que se ha venido privilegiando en Occidente desde la Antigüedad clásica, pues ambos aspectos serán tema de posteriores artículos.

Baste decir por ahora que el conocimiento de un mundo integral y dinámico es una posibilidad real para el ser humano y que si esto no se ha dado hasta ahora ha sido en un determinado ámbito geográfico, histórico y cultural y debido a factores socio-históricos, y no a una imposibilidad biológica de nuestra especie.

Cuerpo Calloso

El análisis histórico de la racionalidad en el mundo occidental, así como de la ciencia y sus modos de proceder, develaran muchas de las “razones culturales” que explican la marginación de las estructuras cerebrales que nos permiten acceder al conocimiento de una realidad que, cada vez con mayor fuerza, se nos revela integral y no fragmentaria.

Los avances científicos del último siglo: la Teoría de la Relatividad, la Cuántica, la Teoría de las estructuras disipativas y otros sorprendentes descubrimientos han develado la unicidad de la naturaleza y su funcionamiento como una totalidad, amén del papel protagónico del observador en los fenómenos que observa, y han puesto en crisis el tipo de racionalidad occidental que sustenta al conocimiento científico, obligándolo a cuestionarse sus paradigmas y las bases epistemológicas sobre las que se erige.

El análisis de la crisis de estos paradigmas y la necesidad de uno nuevo -acorde con los descubrimientos de un mundo objetivo que incluye al sujeto- que se plantea como una totalidad donde el todo no es igual a la suma de las partes y donde la interacción entre éstas es el fundamento de su continuo fluir, será también tema de nuevos trabajos.

•  Conclusión: El conocimiento como unidad

  Hasta aquí hemos argumentado:

•  Que en tanto la inteligencia apareció en la historia evolutiva humana como un mecanismo de adaptación y supervivencia de la especie basado en información tomada del medio mediante el aprendizaje;

•  Que en tanto el conocimiento es un producto de la evolución de la inteligencia y de la capacidad de aprendizaje;

•  Que si los conocimientos adquiridos contribuyeron a producir cultura, entendida como el conjunto de producciones humanas elaboradas a partir de información adquirida por aprendizaje, de carácter acumulativo, y a través de las cuales el hombre actúa sobre su ambiente, transformándolo para facilitar su adaptación al mismo y su desarrollo; y

•  Que en tanto la cultura inició un tipo de evolución humana, sustentada en la biológica, pero con características propias, que resultó mucho más veloz que aquella y que permitió al hombre adaptarse a todo tipo de ambientes, al facilitar su aprovechamiento e incluso un cierto control sobre ellos:

Entonces el conocimiento apareció en la historia evolutiva humana con la finalidad concreta de contribuir a la adaptación y supervivencia de la especie.

La consecución de este objetivo le confirió unidad al conocimiento . No importaba si se trataba de conocer las costumbres de los animales de los que dependía su alimentación, de dominar la técnica de elaboración de armas para cazar y defenderse (lo que finalmente implicaba conocimientos), de heredar los conocimientos mágicos sólo reservados para los iniciados, que permitían atraer las presas o conjurar a los tótems protectores del grupo o de emplear los saberes prácticos que le facilitaban las labores cotidianas. La finalidad seguía siendo la misma: sobrevivir.

Pero al complejizarse las sociedades, como medios intermediarios entre el hombre y su entorno natural, la relación directa de éste con la naturaleza y la necesidad de sobrevivir a las amenazas de su cambiante medio se diluyeron. El hombre fue creándose nuevas necesidades, persiguiendo nuevos objetivos, y la finalidad última que le movió a desarrollar una inteligencia sin precedente en el mundo orgánico, a aprender de su entorno, a generar conocimiento y a crear cultura, se diluyó también y pareció desaparecer. El conocimiento entonces se diversificó y su unidad se perdió.

La otra línea de argumentación pretendió demostrar que:

•  En tanto el conocimiento es un proceso dialéctico en el que se relacionan un sujeto cognoscente y un objeto cognoscible, en donde el primero confiere significado al segundo a partir de una estructura mental teórica determinada culturalmente, y cuya finalidad es adaptativa.

•  Por lo que el conocimiento resulta ser objetivo pues parte de la realidad, pero también subjetivo pues, a partir del objeto, el sujeto se crea una imagen mental del mismo.

•  Y en tanto que al sujeto le es posible eliminar relativamente la subjetividad, entendida como juicio parcial, emotivo e individual, siempre que proceda de forma crítica y sistemática mediante un proceso de autoreflexión.

•  Y finalmente, en tanto que el hombre posee las estructuras mentales necesarias para conocer tanto de forma holista como atomizada

Entonces concluimos que el ser humano está biológicamente capacitado para conocer la realidad integral y dinámica en la que se mueve, y es únicamente por un proceso histórico-cultural que Occidente no ha accedido a este tipo de conocimiento, y en cambio ha privilegiado la ruptura del saber para adaptarlo a una realidad que percibe fragmentada.

  Veremos más adelante que esta capacidad de conocer una realidad integral y dinámica implica desarrollar nuevos enfoques para el conocimiento, fundamentados en una visión integral que encuentre nexos entre las diferentes disciplinas del saber para adecuarse a su objeto de estudio, que es un objeto unificado.

En conclusión, el conocimiento actual del hombre puede superar su visión fragmentada y entregarnos una imagen holística del mundo si busca recuperar su objeto, el mundo como unidad -finalmente ya vimos que es posible acceder a este rasgo primordial de la realidad-, y si busca recuperar su objetivo original, la supervivencia y desarrollo de la especie.

Bibliografía

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•  Vázquez, Héctor (1984). Sobre la Epistemología y la Metodología de la Ciencia Social. Universidad Autónoma de Puebla. México. 125 pp . G

Esta consideración no excluye a los animales como sujeto de conocimiento, ya que el mismo Ursua agrega que: “Esto no quiere decir que se tenga que excluir automáticamente como sujeto cognoscente a los animales, sobre todo, a los animales superiores, pues el concepto <<conocimiento>> ha de incluir ciertamente el conocimiento humano, pero no se ha de limitar exclusivamente a él” (Ibid. :45).

Ya justificábamos en el apartado anterior este papel del conocimiento como herramienta de adaptación de la especie cuando decíamos que es un producto de la inteligencia humana, desarrollada genéticamente con ese fin, y como parte de la cultura como mecanismo humano de adaptación y transformación del entorno.

Estos bloques de conocimiento o información son lo que Szentágothai llama engramas o módulos, que existen estructural y funcionalmente en el cerebro humano ( ver hominización de los caracteres morfológicos)


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NO. 6