Los motivos del estudiante

Szandor Garcés Borquez

Quiero citar un discurso pronunciado por Albert Einstein ante la sociedad de Física de Berlín en 1918, con objeto de la celebración del sexagésimo aniversario de Max Planck.

“En el templo de la ciencia hay muchos tabernáculos, y muy distintos entre sí son, por cierto, quienes a ellos acuden acuciados por motivos bien diversos. Muchos obtienen de la ciencia un gozoso sentimiento de poderío y superioridad intelectual; la ciencia es su deporte favorito y en ella buscan experiencias vívidas y la satisfacción de sus ambiciones. En ese mismo templo, habrá otros que ofrecerán los productos de sus cerebros para sacrificarlos con productos utilitarios. Si un ángel del Señor llegara para arrojar del templo a todos los que pertenecen a esas dos categorías, quedarían tan sólo unos pocos hombres, tanto del tiempo presente como del pasado.... Estoy consciente que con esta imagen he expulsado a la ligera a muchos hombres excelentes que han sido responsables – importantes y hasta casi totales- de la construcción del templo de la ciencia. Y en muchos casos el ángel se encontraría con que le resulta difícil decidirse. Pero de algo estoy seguro: si los tipos de científicos a los que hemos arrojado fueran los únicos existentes, el templo jamás habría llegado a existir, tal como no puede haber un bosque donde sólo crecen enredaderas. Para estas personas cualquier esfera de la actividad humana sería válida, llegado el caso. Que se conviertan en ingenieros, militares, comerciantes o científicos sólo dependerá de las circunstancias. Pero echemos una mirada a aquellos que fueron favorecidos por el ángel... ¿Qué les ha llevado al templo? Esta es una pregunta muy difícil y no puede ser respondida con una única contestación. En principio creo, junto con Schopenhauer, que una de las más fuertes motivaciones de los hombres para entregarse al arte y a la ciencia es el ansia de huir de la vida de cada día, con su dolorosa crudeza y su horrible monotonía, el deseo de escapar de las cadenas con que nos atan nuestros deseos siempre cambiantes. Una naturaleza de fino temple anhela huir de la vida personal para refugiarse en el mundo de la percepción objetiva y el pensamiento. Este deseo puede ser comparado con el ansia que experimenta el hombre de la ciudad por escapar de un entorno ruidoso y estrecho y dirigirse hacia el silencio de las altas montañas, donde los ojos pueden vagar en el aire tranquilo y puro y apreciar el paisaje sereno, que parece hecho de eternidad.

Junto a esta motivación negativa surge otra, positiva. El hombre intenta crear para sí mismo, del modo que más le convenga, una imagen del mundo simplificada e inteligible; después, y hasta cierto punto, intenta que su cosmos reemplace al mundo de la experiencia, porque cree que así se hará dueño de éste. Así lo hacen, cada uno a su manera, el pintor, el poeta, el filósofo especulativo y el científico de la naturaleza. Cada uno hace que ese cosmos y su construcción sean el eje de su vida emotiva, para hallar a través de ese camino la paz y la seguridad que no es posible encontrar en el venero de la experiencia personal.”

 

Extrapolando estas ideas de Albert Einstein, concebidas hace ya tantos años, quiero aplicarlas a una situación actual. Dirijamos la mirada a los estudiantes de nuestra universidad –o de cualquier otra. Encontraremos también que hay dos tipos de estudiantes. Tenemos algunos jóvenes para los cuales seguir una carrera u otra, es cuestión de circunstancias. Escogen un determinado estudio por criterios tales como la duración de la carrera (una carrera corta resulta más barata y requiere menos esfuerzo), lo lucrativa que sea la profesión, la dificultad de los estudios (no a la matemática, por ejemplo). También la influencia de los padres o conocidos puede determinar la elección. Y, sin duda, muchos siguen alguna carrera simplemente porque deben hacer algo con su tiempo, o porque quieren tener un título profesional que en algún momento podría servirles. Razones circunstanciales de este tipo hay muchas, pero lo importante a destacar es que, bajo condiciones diferentes , cualquiera de estos estudiantes elegiría, probablemente, otra profesión. Y podría llegar a ser tan buen ingeniero como abogado, empresario, médico etc.

Consideremos ahora el segundo tipo de estudiantes, el que corresponde al grupo que el ángel del Señor permitiría quedarse en el templo. ¿En qué se diferencian de los otros estudiantes? La respuesta la podemos encontrar, posiblemente, analizando la motivación que los lleva a estudiar una determinada profesión. A mi parecer, la motivación está en el saber mismo, en el conocer y comprender una determinada área de saber. Tienen un interés profundo por entender cómo funciona cierto aspecto de la naturaleza o del devenir de la sociedad. Pongamos como ejemplo a un estudiante de ingeniería. Para él, la comprensión amplia de las teorías físicas o matemáticas básicas que requieren su profesión es parte fundamental de su carrera y ataca este estudio con entusiasmo y alegría. No es una etapa más o un escollo molesto que debe superar y luego olvidar. Parece intuir, si es que no ha comprendido ya, que hay una unidad en la naturaleza desde lo más simple a lo más complicado. Entiende que cualquier fenómeno natural que no pueda ser modelado mediante alguna teoría físico-matemática no podrá ser comprendido completamente. Y consecuentemente, si él no comprendiese el sustrato físico-matemático de un fenómeno o aparato sofisticado no podrá tener acceso al manejo y control de tal fenómeno o aparato. En esencia este estudiante tiene lo que llamamos amor por el conocimiento. Y esa es la razón fundamental de su elección por un determinado estudio. Este amor es lo que le da su comprensión del cosmos o del aspecto de la naturaleza por el cual está interesado. Recordemos que los grandes hombres de ciencia, incluyamos también a los ingenieros, son y han sido aquellos que, teniendo amor por los secretos de la naturaleza, han recibido la capacidad de comprender ese cosmos y que en algún momento se transformó en una síntesis que cambió el rumbo del pensar de la humanidad.

Continuemos con las ideas de Einstein. Observamos que el primer grupo de estudiantes constituye el conjunto más numeroso en tanto que el segundo grupo estará formado por solo unos cuantos. Pero, siguiendo todavía a Einstein, estos pocos serán los verdaderos depositarios del conocimiento. Los que desarrollarán, modelarán y transmitirán el saber a las nuevas generaciones. Pienso que son estos los que le dan el verdadero fin al quehacer académico, porque ellos son los continuadores de la búsqueda y la investigación científico-tecnológica, actividades que hoy son de primera importancia. Sin estos estudiantes, la actividad académica no tendría trascendencia.

Respecto a lo anteriormente considerado surge la pregunta obvia. ¿Tenemos entre nuestros estudiantes de ingeniería algunos pertenecientes a ese segundo grupo privilegiado? Más que responder si o no, considero importante deducir las consecuencias de esa respuesta.

Si la respuesta fuese negativa, entonces podemos plantearnos la cuestión siguiente: ¿Cómo motivar y desarrollar en nuestros estudiantes, o al menos en algunos de ellos, ese amor por el saber? ¿Cómo hacer que la disciplina que siguen sea ese eje de su vida emotiva, y no sólo algo anexo entre muchas otras actividades? No creo que se pueda fabricar genios, pero sí estudiantes altamente eficientes e interesados en sus estudios. Como no soy especialista en el área de la educación, no podría referirme a métodos de estimulación o motivación. Sin embargo quiero precisar que el ámbito de las ciencias físicas y matemáticas presenta a la creatividad e inventiva un universo muy amplio. Los profesores de estas materias tenemos buenas oportunidades de motivar a los estudiantes a interesarse más profundamente por sus estudios.

Regresemos a la pregunta inicial. Supongamos que sí contamos con estudiantes del segundo grupo. En tal caso estamos frente a un grupo que va a requerir lo mejor de nosotros mismos como especialistas en un área del saber. El trabajo con estos estudiantes conlleva dos hechos: mayor responsabilidad y mayor satisfacción. Mayor responsabilidad ya que tenemos a un estudiante que nos exigirá más de nosotros mismos; mayor satisfacción porque sabemos que nuestro esfuerzo como maestros va a caer en tierra fértil.

Si observamos la situación en general, vemos que lo que los estudiantes requieren es mayor motivación y mayor profundidad en los conocimientos recibidos. Ya sea que contemos o no con estudiantes del segundo grupo, los dos elementos anteriores permitirán orientar nuestro trabajo hacia la formación o manutención de ese segundo grupo. Motivación y profundidad están relacionados. Esto se ve por el simple hecho siguiente: si un estudiante tiene una motivación importante por cierta área del conocimiento, por si mismo investigará y estudiará de modo que llegará a tener conocimientos profundos sobre el tema. El problema sería saber si el proceso inverso es cierto. Es decir, si a un estudiante se le entregan conocimientos profundos sobre un determinado tema ¿resulta de esto una mayor motivación? Pienso que en parte es así. Muchos estudiantes no se interesan por las matemáticas ya que conocen muy superficialmente los temas y frente a ellos se presenta una selva de ideas, teoremas y fórmulas sin conexión alguna. Pero esto es por falta de un conocimiento más profundo sobre los temas en cuestión. Claro que conocer con más amplitud alguna disciplina como la matemática o la física requiere de un trabajo y un esfuerzo extra. Y esto no se logra hacer sin una motivación. Y aquí volvemos otra vez a cerrar el círculo. ¿Motivación o conocimientos más profundos?

Con este artículo pretendo simplemente que los estudiantes reflexionen un poco sobre su situación como personas que siguen una disciplina que tal vez los acompañará toda su vida. ¿Tengo amor por mi estudio? ¿Estudio porque quiero saber, o sólo por pasar los exámenes?

Piénsalo bien, recuerda que en cualquier momento puede llegar el ángel del Señor. G

 


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NO. 6