EL MITO Y LA MAGIA COMO FORMAS DE CONOCIMIENTO
Por: Claudia Elena Tamariz
Existen diversas opiniones en torno a cuál o cuáles fueron las primeras formas de conocimiento empleadas por los seres humanos. Au tores como Miguel Martínez Miguélez, consideran que la primera de las formas de conocer es la religiosa. No obstante, nosotros consideramos que el mito y la magia precedieron a este modo de conocimiento y se constituyeron como los medios a través de los cuales el hombre primitivo significaba y comprendía su mundo.
Si nos remitimos a la posible situación originaria de un grupo humano, cuando éste empezaba a consolidarse como tal, entenderemos que para sus miembros la naturaleza debe haberse presentado imponente y desconcertante.
Frente a la súbita irrupción de las fuerzas naturales en el exterior no quedaba al hombre -indefenso ante ellas y preso de sus emociones y temores- más que constatar su presencia.
Esa presencia de lo externo, de suyo avasalladora, debió ser terrífica, pues evidenciaba al ser humano que dependía totalmente de algo que él no había hecho ni podía controlar, de algo que estaba fuera de su alcance.
Ante esas experiencias límite que enfrentaba y lo ponían en contacto directo con su absoluta dependencia respecto de las fuerzas naturales (los cambios climáticos, la lluvia, los rayos, por mencionar algunos) el hombre encontró la necesidad de interpretarlas, pues representaban una amenaza para su supervivencia. Es decir, comenzó la búsqueda de vías de acercamiento a la realidad, que la hicieran inteligible, le infundieran valor y seguridad y le permitieran continuar su vida. Porque de otro modo, el mundo, y por tanto las posibilidades de sobrevivir, se presentarían siempre como incognoscibles e inciertos.
Así, “...a la avasalladora, enigmática y misteriosa experiencia originaria de dependencia para con la naturaleza se le encontró un sentido: fue posible que hechos y cosas del entorno fueran interpretados en una determinada relación significativa para con el ser humano” (Mureddu, 1996 :17).
Es en un primer nivel de respuestas, y ante los enigmas naturales, que el ser humano crea los mitos.
Pues como afirman M. Horkheimer y T. Adorno :
“El mito quería contar, nombrar, manifestar el origen: y por lo tanto también exponer, fijar, explicar” (Horkheimer-Adorno, 1969 :20).
De modo que :
“El desdoblamiento de la naturaleza en apariencia y en esencia, acción y fuerza, que es lo que hace posible (...) al mito (...), nace del temor del hombre cuya expresión se ha convertido en explicación” (Horkheimer-Adorno, op. cit. :28).
En su primera etapa evolutiva, durante el Paleolítico o Edad de Piedra, el hombre era un parásito de la naturaleza que basaba su supervivencia en la recolección del alimento y en su habilidad para conseguirlo, por un lado construyendo herramientas que facilitaban la recolección y, por otro, desarrollando un pensamiento simbólico (abstracto) para conocer el comportamiento de la naturaleza, sistematizarlo y enseñarlo a los miembros del grupo.
Este conocimiento era transmitido a través de mitos. Ellos representaban la vía de aproximación y explicación de la realidad, en tanto implicaban la inculcación de un conjunto de creencias explícitas sobre el mundo y el modo de “dominarlo”, complementado -sin sustituirlo nunca por entero- con el aprendizaje práctico de las técnicas usadas para cazar, cocinar, confeccionar ropa...
Así, los mitos reflejaban, en principio, el conocimiento teórico del mundo de un grupo social, su grado de avance en la técnica y su nivel de organización social.
No obstante, más tarde, al ligarse al rito para controlar el mundo y mantener vivos al universo y a la tribu, los mitos se estancaron y dejaron de reflejar estas realidades del grupo, siendo su función más conservadora: la cohesión del grupo mediante el manejo de valores inmutables y de un pasado común.
“El mito y el rito sirvieron como un medio de cohesión social del hombre indefenso, para infundirle valor emocional y darle un sentido a su vida” (Leff, 1977 :20).
Basándose en este conocimiento del comportamiento de la naturaleza, el hombre trató de controlarla mediante la persuasión y el engaño, la tarea de los magos.
“La magia se desarrolló para llenar las lagunas dejadas por las limitaciones de la técnica” (Bernal, 1986 :93).
Empleando imágenes, símbolos y danzas mágicos, basados en una teoría imitativa y simpatética del comportamiento del universo y convirtiendo a cada animal y planta útil en tótem de la tribu, el hombre primitivo trataba de estimular a estos a florecer, multiplicarse y dejarse capturar.
Las imágenes de animales y, posteriormente, los símbolos simplificados que los hombres realizaban en el interior de las cavernas y en algunos otros lugares buscaban tener gran semejanza con los originales porque se creía que las operaciones realizadas en las pinturas se transferían, por simpatía, a los seres reales.
Tanto los mitos como la magia fueron las primeras formas de pensamiento abstracto y surgieron gracias al lenguaje, que otorgó la posibilidad de cristalizar en signos el pensamiento y de esa manera poder analizar la realidad, primeramente clasificando los objetos y las criaturas vivas al darles nombres y, posteriormente, construyendo un discurso sobre la realidad que más tarde pudo expresarse también gracias a la escritura. Por ello como dice Enrique Leff:
“Lenguaje y escritura se convierten en herramientas de análisis de la sociedad” (Leff, op. cit. :70).
De modo que en un principio dicho análisis resultó en una cosmovisión mítico-mágica del mundo.
Con estas armas, el mito y la magia, complementadas por la técnica, el hombre pretendía dominar los ámbitos del mundo que le ayudaban a sobrevivir.
Ligada íntimamente a estos dos aspectos del dominio humano sobre su medio -el práctico que representaba la técnica y el teórico que representaban la magia y el mito- se encontraba el germen de la ciencia. No obstante, ésta aún tuvo que esperar largo tiempo para empezar a desarrollarse como una actividad independiente.
Pero el hombre modificó su relación con la naturaleza y transitó de una economía de recolección a una de producción (agrícola) que, a su vez, permitió la división del trabajo y consintió que algunos grupos de individuos se dedicarán a labores distintas de la producción de alimentos.
“...se trata de la transformación de la sociedad que permitió sustituir la explotación del medio ambiente animado, por su dominio (sic), o sea, el primer paso hacia la conquista de una economía completamente productiva” (Bernal, op. cit. :110).
La economía agrícola condujo a un tipo diferente de sociedad, simplemente porque fue posible incrementar la consecución de alimentos y, por tanto, el número de individuos que podían vivir juntos proveyéndose de un mismo pedazo de tierra.
Fue posible, además, producir un excedente económico que permitiera la división del trabajo, pues gran parte de la gente podía quedar libre de las labores de producción de alimentos y dedicarse a otras cosas. Esta división del trabajo no se estableció ya por diferencias orgánicas de sexo y edad –como en el Paleolítico- sino por diferencias entre grupos, aquellos que no se dedicaban a las labores del campo constituyeron una élite de gobernantes y sacerdotes mantenidos por el trabajo de otros y dedicados a las labores
intelectuales. Así:
“La agricultura creó (...) la primera separación entre el cerebro y la mano, de cuya armonía dependió la configuración del hombre” (Leff, op. cit. :21).
Esta división del trabajo y el principio de la propiedad privada del suelo que dio lugar a desigualdades económicas, fue el origen de la formación de las clases sociales que se desarrollaría posteriormente con la formación de ciudades.
Por otro lado, la nueva estructura económica produjo una nueva cosmovisión del mundo que se expresó en forma de nuevos mitos y ritos ligados al crecimiento y reproducción de las plantas, este es el momento en que se exaltan los aspectos femeninos y se realizan ritos religiosos de fecundidad, así como ritos mágicos para propiciar la lluvia.
Para este momento, mitos y ritos se realizan en forma más elaborada a cargo de un cuerpo de individuos dedicados únicamente a estas actividades y que ejercen enorme influencia en el resto de la población. Este grupo y sus funciones van a dar origen a la religión y el gobierno.
La nueva relación de control hombre-naturaleza a que dio lugar la agricultura creó la necesidad de nuevas técnicas convertidas en medios de producción, lo que impulsó el desarrollo de instrumentos y técnicas nuevas para sembrar, segar, escardar, almacenar y moler los granos, cocerlos y hasta fermentarlos. Igualmente, la agricultura creó nuevas actividades productivas tales como el tejido, la alfarería o la arquitectura para una nueva sociedad sedentaria, lo que requirió también de la invención de técnicas nuevas.
Por otra parte, aunque la ciencia aún no se desarrollaba como una actividad independiente, sí lo hizo implícitamente ligada a actividades prácticas como la observación necesaria del curso de la vida animal y vegetal, ya no sólo de sus costumbres sino de su modo de reproducción, lo que condujo al descubrimiento del concepto de causa y efecto, fundamento de la ciencia racional y consciente.
Igualmente hubo cierto desarrollo de la geometría y la aritmética ligadas al arte del tejido, dada la relación que debe haber entre la forma de los modelos y el número de hilos. Encontramos también principios científicos en la elaboración de la cerámica, la fundición de metales e incluso en el arte de cocinar porque implica el conocimiento de estos materiales y de sus reacciones frente al fuego.
En el campo teórico de la religión y la magia ligada a ritos de fecundidad también se encuentran implícitos principios científicos de observación del comportamiento animal y vegetal.
A este periodo comprendido entre la invención de la agricultura y el establecimiento de ciudades se le denomina Edad Neolítica o Nueva Edad de Piedra, por el empleo de utensilios de piedra tallada y se la sitúa en el tiempo entre el año 8000 y el 3000 a.C. en los llamados centros de civilización.
La unidad económica y cultural de esta etapa es la aldea, que ya incluía a varios miles de habitantes compartiendo nuevas formas culturales distintas a las del periodo Paleolítico. Sin embargo, la aldea en sí no tenía grandes posibilidades de desarrollo puesto que todos sus miembros ocupaban la mayor parte del tiempo en tareas agrícolas o en la producción de artículos de autoconsumo, y el siguiente paso evolutivo sólo fue posible con una mayor división del trabajo, lograda gracias a los grandes excedentes de alimento, que produjeron el advenimiento de la civilización.
Por cuanto al tipo de saberes que eran transmitidos y a las formas de enseñanza, podemos aseverar que el hombre de estas etapas evolutivas llegó a transmitir sus conocimientos a través de los mitos y los relatos de “viva voz” (una vez cristalizado el lenguaje), así como mediante la enseñanza-demostración de las actividades prácticas a los miembros del grupo, como la caza, la construcción de herramientas y el cultivo de la tierra -por ejemplo un cazador, a la vez que acechaba a su presa, instruía a otros en cómo hacerlo-.
Dichos saberes, como es de esperarse, estaban relacionados directamente con las actividades de conservación de la especie y de adaptación al medio -la pesca, la recolección de frutos, la caza, la preparación de los alimentos, la fabricación de utensilios de piedra, el cultivo de las semillas... y con los mitos, magia y rituales que conformaban las explicaciones del mundo elaboradas por su cultura -por ejemplo, la creación de totems y los rituales elaborados a su alrededor para dominar las fuerzas naturales.
A este respecto, Carl Sagan opina: “No hay modo de explicar la intermitente aparición de útiles de piedra, salvo en el caso de que los australopitecos contaran con instituciones educacionales. Forzosamente tuvo que existir una especie de comunidad o hermandad de artesanos de la piedra que trasmitiera a las sucesivas generaciones sus preciosos conocimientos sobre la fabricación de las herramientas” (Sagan, 1982 :116).
Y además agrega: “... la invención del lenguaje humano marcó un hito fundamental en la evolución del hombre. Entre sus manifestaciones más acabadas estaba (...) el relato de viva voz, forma cultural anterior a la invención de la escritura ( y medio a través del cual los hombres transmitían muchos de los conocimientos obtenidos del mundo) “ (Sagan, op.cit. :126).
A partir de lo anterior, podemos concluir que los principales modos de conocimiento desarrollados por estos primeros hombres fueron el mito y la magia y que dichos modos se caracterizaban por su unidad en tanto que pretendían interpretar y comprender al mundo en su totalidad, por lo que se entremezclaban para dar explicaciones y asignar significados a los fenómenos de la realidad. Pero además, mito y magia, aunados a la técnica, cumplimentaban un objetivo que daba a los conocimientos un carácter integral: la consecución de los satisfactores para la adaptación al entorno, es decir, la finalidad concreta de la supervivencia del grupo, marcada por una importante transición entre una economía parasitaria de recolección de alimentos a otra de producción de los mismos, que representó un paso adelante en la transformación del entorno. Por su parte, la ciencia -en germen- sólo se desarrolló oculta bajo los ropajes de estos modos de conocer.
No obstante, esta situación cambiaría con el desarrollo de la civilización.
El cúmulo de conocimientos enseñados a los miembros del grupo eran, por tanto, aquellos que mostraban su utilidad para lograr la supervivencia, a todas luces, entonces, actividad prioritaria de los hombres. Conocimientos que, hasta donde sabemos, eran compartidos por la comunidad en general.
Bibliografía
Bernal, John D. (1986) La Ciencia en la Historia . UNAM-Nueva Imagen, 8ª Edición. México. 693 pp.
Horkheimer, Max y Theodore Adorno (1969) Dialéctica del Iluminismo . Edit. Sudamericana. México. 303 pp.
Leff, Enrique (1977) Ciencia, Técnica y Sociedad . ANUIES. México. 176pp
Muredu, César (1982) Historia de las Ciencias, Filosofía de las Ciencias y Epistemología. (Mimeo.) Conferencia para la Primera Reunión Latinoamericana de Historiadores de la Ciencia. Puebla. 16 pp.
Sagan, Carl (1982) Los Dragones del Edén. Especulaciones sobre la evolución de la inteligencia humana. Grijalbo. Buenos Aires. 313 pp.
En la actualidad y probablemente mientras la vida exista, los seres humanos seguiremos dependiendo del entorno en que nos desarrollamos, por lo que no es intención de este trabajo negar dicha dependencia, sino hacer evidente que los grupos humanos, a medida que han evolucionado y han logrado comprender a la naturaleza, han modificado su relación con ella de manera progresiva, y por tanto las posibilidades de sobrevivir y participar de ella y en ella. La humanidad moderna sigue enfrentando esas experiencias límite . Basta recordar las terribles consecuencias que para las comunidades humanas traen consigo los temblores o los huracanes que irrumpen en los lugares donde vivimos, para evidenciar nuestra dependencia del mundo natural del que somos parte.
El subrayado es nuestro.
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