LA RELIGIÓN COMO FORMA DE CONOCIMIENTO

Por: Claudia Elena Tamariz

Para iniciar con este artículo diremos que la finalidad del conocimiento cambió con el desarrollo de la civilización porque ella condujo a un nuevo estado de cosas y necesidades y trajo consigo el predominio de un modo de conocimiento nuevo también: la religión, que se ostenta desde ese momento como la lente a través de la cual la realidad se asume, se comprende, se interpreta.

Esta forma de conocer es también producto de lo que Horkheimer y Adorno denominan el desdoblamiento de la naturaleza ante los ojos del hombre y el consiguiente temor e inseguridad de éste frente ella, ambos propulsores en última instancia, de la búsqueda de vías de explicación y conocimiento de la realidad.

A este respecto Ikram Antaki nos dice:

“Un sentimiento de temor marca la conciencia religiosa; el comportamiento religioso garantiza la integración del hombre en un mundo que lo sobrepasa y con el cual negocia física y metafísicamente” (Antaki, 1998c :9).

De este modo, con la religión, el ser humano va a intentar la significación de los fenómenos del mundo que lo rebasan y le resultan incomprensibles.

La explicación religiosa de aquellas manifestaciones enigmáticas de la naturaleza va a ser realizada, inicialmente, mediante la adjudicación de facultades sobrenaturales a varios seres poderosos distintos de los hombres, los dioses, quienes serían los responsables de los fenómenos aún indescifrables como la muerte y la vida misma o la lluvia, por lo que se designaba un dios que debía causar al fenómeno y era así como se explicaba la existencia del mismo, con lo que surgen las religiones politeístas; y, posteriormente, mediante la transferencia de dichos poderes a un solo ser supremo, aparecen las religiones monoteístas.

Será más tarde, como veremos, que bajo el modo religioso de conocer el hombre busque la explicación y justificación, no ya sólo de los fenómenos naturales del mundo, sino del mismo orden social de los grupos humanos.

La religión encuentra sus orígenes más primitivos en los mitos, los ritos y la magia. De hecho : “En un principio, no hay ninguna distinción entre religión y magia; el sentido mismo de la palabra religión como sistema estructurado es muy restringido, fundado sobre manifestaciones de preocupaciones que parecen ir más allá del orden material. Hasta el paleolítico superior no hay otra definición posible” (Antaki, op. cit. :8).

No obstante, este modo de conocimiento surge como sistema estructurado en las civilizaciones, cuando mito, ritos y magia, ya más elaborados, comienzan a ser realizados por un grupo de individuos especialmente dedicados a ello: los sacerdotes, quienes organizan e integran los mitos en todo un sistema, generando la mitología, institucionalizan los rituales y desarrollan prácticas mágicas y tradiciones, todo en torno de una nueva figura que da sentido al mundo: la divinidad.

Según Horkheimer y Adorno, los magos y sacerdotes : “Rápidamente pueblan cada aldea con emanaciones y coordinan de acuerdo con la multiplicidad de los dominios sacros, la multiplicidad de ritos (...) desarrollan (...) el propio saber profesional y la propia autoridad” (Horkheimer-Adorno, 1969 :35).

Esto fue posible, según ellos, gracias a que: “Desde que el lenguaje entra en la historia sus amos son sacerdotes y magos. (De modo que) Quien ofende los símbolos cae, en nombre de los poderes sobrenaturales, en manos de los tribunales de los poderes terrestres, representado por esos órganos agregados a la sociedad (los sacerdotes)” (Horkheimer-Adorno, op.cit. :34).

La figura del sacerdote aparece en el momento en que, en el Neolítico, los excedentes de la producción permiten que existan grupos que se dediquen a labores distintas de las agrícolas.

Con el advenimiento de las civilizaciones como entidades con una organización socioeconómica más compleja desarrollada en ciudades los hombres lograron incrementar considerablemente la producción de alimentos, consiguiendo que un número mayor de personas pudieran vivir juntas en un mismo territorio; y desarrollaron una agricultura basada en el riego, al principio natural y más tarde artificial a orillas de los grandes ríos (el Nilo, el Tigris y el Éufrates, el Indo, el Hoang Ho y el Yan Tse).

Las nuevas condiciones sociales requirieron del trabajo conjunto de varias aldeas que incrementaron sus cosechas y, con ello, la posibilidad de alimentar a un mayor número de personas.

En consecuencia, las aldeas más importantes donde se encontraba el templo principal se convirtieron en ciudades, en donde se concentraban y almacenaban los excedentes recolectados que eran administrados por un cuerpo de individuos con jurisdicción sobre varias aldeas, estos individuos eran sacerdotes ligados al templo del dios totémico más importante. Los dioses, como derivación de los ancestros totémicos de la localidad, son creación citadina originada en gran parte por la riqueza acumulada y la importancia política de sus sacerdotes.

Alrededor del templo apareció también todo un cuerpo de trabajadores artesanales dedicados a levantar construcciones para el dios, conservarlas, organizar sus festividades, entre otras funciones. Estos individuos fueron especializándose, se alejaron del trabajo de la tierra y radicaron en las ciudades viviendo de sus nuevas labores. De esta manera, la aparición de ciudades y las necesidades del templo hicieron posible una mayor división del trabajo sustentada por el excedente de producción. Así aparecieron tejedores, albañiles, alfareros, carpinteros,...

Esta división del trabajo conllevó un nuevo fenómeno: las clases sociales, al que contribuyó la cada vez más desigual repartición de los excedentes económicos administrados por los sacerdotes, a quienes correspondía una parte mayor por ser los representantes del dios, pero también por la aparición de ciudadanos sin derechos civiles y la de extranjeros que no participaban de la riqueza.

Estas desigualdades se acentuaron gracias al comercio ya que, además del intercambio de productos, el trabajo empezó también a ser intercambiado como una mercancía, pues las clases desposeídas empezaron a vender su fuerza de trabajo por un salario. Por su parte aquellos que contraían deudas impagables terminaban vendiéndose como esclavos.

A partir de esta división de clases y de la desigual distribución de la riqueza la clase sacerdotal se convierte en un grupo con un status económico, político y social tal, que impone su visión del mundo como forma de conocimiento socialmente aceptada para significar la realidad: la religión.

A través de ella, toda la realidad natural y social va a ser explicada en función de una cosmovisión religiosa plasmada en la mitología, que justifica el orden establecido.

Esta nueva matriz epistémica concibe y difunde, entonces, que el mundo en general -material, espiritual y social- debe ser reflejo de un orden superior prescrito por seres supremos, por lo que el orden en ambos mundos (terrenal y celestial) debe ser recíproco. Dicho orden justifica, explica e incluso determina las relaciones entre los hombres.

Según Antaki, la forma de proceder de algunas civilizaciones, como la de los sumerios, para la determinación de un orden terrenal-celestial correspondidos fue en realidad un procedimiento, que ella considera de deducción, según el cual aquellos partieron de lo que conocían en el mundo terrenal para inferir el orden del mundo celestial. Este procedimiento explicaría, por ejemplo, el que los dioses fueron creados por los seres humanos a imagen y semejanza de los hombres y no al revés.

“Los teólogos de Sumer habían procedido por deducción y de lo conocido a lo desconocido. Su razonamiento partió de la sociedad humana tal y como la conocían ; (...) las ciudades, los templos, los campos y las instituciones de este mundo, están mantenidos, controlados, guiados por seres humanos, por lo que el cosmos debía ser mantenido, guiado y controlado por seres vivos parecidos a los hombres. Pero el universo era más amplio, su organización más compleja, por lo que estos seres debían ser más poderosos que los habitantes de la tierra. Debían ser inmortales, si no, a su muerte, el universo volvería al desorden y el mundo se detendría” ( Antaki, 1998c:13).

De cualquier modo que la clase sacerdotal haya procedido para establecer o configurar el orden divino de las cosas -sea deductiva, inductiva o analógicamente- para luego asemejarlo a, reflejarlo o fundamentar el orden social, la cuestión es que la religión sirvió entonces para justificar dicho orden. Por otra parte, es bien sabido que la idea difundida por los sacerdotes fue la de un orden social y natural prescrito por la divinidad y no la de un orden divino construido a partir de la organización social establecida por los hombres, pues entonces ésta perdería credibilidad.

Como vemos, bajo esta nueva forma de conocimiento :

“El centro del drama cósmico no son (ya) las relaciones entre los hombres y la naturaleza, sino las relaciones de los hombres con los dioses” (Antaki, 1998b :13).

Así pues, una vez que la clase sacerdotal se convierte en el grupo que impone su cosmovisión del mundo como vía verdadera para significar la realidad, el conocimiento adquiere tintes ideológicos al servir a los intereses de dicha clase.

Al ser la religión un instrumento ideológico, este modo de conocer pierde su carácter de explicación del mundo y se convierte en un obstáculo al desarrollo de otras formas de conocimiento, como la ciencia. Esto ocurre principalmente en el periodo de decadencia de las civilizaciones y, por tanto, en el momento en que los dueños del poder de las ciudades-estado temen perder sus privilegios.

De este modo, hacia el final de las civilizaciones fluviales, para la religión, manejada por los sacerdotes cada vez más alejados de los problemas prácticos y cada vez más interesados en preservar un estado de cosas que les beneficiaba, la tentativa de encontrar una explicación racional del mundo era, por un lado, inútil dado que la magia brindaba tal explicación y, por otro lado, perjudicial dado que los espíritus podían disgustarse.

En realidad lo que se ponía en peligro eran los privilegios de la casta sacerdotal para quien la magia y los espíritus eran un interés creado, sobre todo después de que las primeras instituciones económicas de los templos decayeron y la supervivencia de los sacerdotes empezó a depender de las ofrendas de los creyentes.

“Las fuerzas de la religión han estado identificadas estrechamente (...) con el mantenimiento del dominio de la clase privilegiada” (Bernal, 1986 :152).

  El surgimiento de la ciencia como actividad independiente

  Sin embargo, el periodo de mayor auge de las civilizaciones coincide con el momento en que la ciencia deja de ser un anónimo oculto bajo los ropajes de la técnica y la magia y se convierte en una actividad independiente que nace ligada a las necesidades administrativas del templo.

“El alcance de las operaciones, las enormes cantidades de materiales y la magnitud de los servicios implicados en las actividades del templo urbano, provocaron un cambio cualitativo que señala el principio de la ciencia consciente” (Bernal, op.cit. :136).

La necesidad de registrar los objetos y las cantidades que entraban y salían del templo contribuyó al desarrollo de la aritmética, la escritura y el uso de normas para medir y posteriormente pesar las cantidades. La arquitectura contribuyó al desarrollo de la geometría, y la invención del ladrillo para las construcciones implicó la concepción de volumen y superficie de las figuras.

El surgimiento de la cartografía y la topografía fue posible gracias a la necesidad de calcular la superficie de los terrenos y la estimación de sus rendimientos para establecer los tributos.

Igualmente la planeación de la producción agrícola en gran escala condujo a la observación de los astros para conocer el comportamiento regular de las estaciones y crear un calendario. Estas observaciones astronómicas hechas en los templos se conectaron con la religión, pues se pensó que si el comportamiento de los astros influía en la naturaleza debía influir también en los destinos de los individuos, así surgió la astrología y la creación de calendarios religiosos.

Junto con las matemáticas, la geometría, la astronomía y la escritura, apareció la medicina que constituyó el principio de la anatomía y la fisiología.

El surgimiento de la ciencia coincidió con la división del trabajo que separó la mano del cerebro, esto es, el trabajo manual corría a cargo de las clases más bajas de la sociedad y el trabajo intelectual estuvo reservado a los sacerdotes, es decir, las clases altas.

Desde este momento, la ciencia, especialmente la astronomía, la matemática y la medicina, se convirtieron en actividades independientes monopolizadas por una élite y así se mantuvieron hasta el advenimiento de la sociedad moderna. Las únicas excepciones fueron la química y la biología que tuvieron que luchar por conseguir un lugar entre las primeras.

A pesar de que al inicio de las civilizaciones el impulso al desarrollo técnico fue enorme pues la novedosa forma de explotación del medio ambiente requirió de instrumentos de transformación nuevos también (la necesidad de incrementar la producción con obras de riego, nuevas herramientas de trabajo, el transporte de productos a los centros de almacenamiento, el surgimiento de las ciudades con todas las necesidades urbanísticas que conllevaba y el desarrollo de oficios especializados), hacia el final de la civilización este desprecio por el trabajo manual realizado por las clases bajas, provocó un desinterés total en el desarrollo de nuevas técnicas que mejoraran la producción.

De hecho, hacia el año 2,700 a.C., las ideas científicas y las técnicas que habían logrado un considerable avance al comienzo de las civilizaciones de la Edad de Bronce entraron en un periodo de estancamiento en todas las zonas de los valles fluviales: Mesopotamia, Egipto, La India y China.

Esta decadencia coincidió con el alejamiento de los grupos de sacerdotes-administradores del trabajo productivo. Convertidos en clases ociosas privilegiadas, cambiaron su interés inicial en el desarrollo del grupo por un interés en su provecho personal, por lo que dejaron de ser generadores de riqueza para convertirse en explotadores, con el consiguiente empobrecimiento de los campesinos y los artesanos, con quienes se produjeron conflictos que debilitaron a las ciudades-estado.

Sin embargo, según Bernal, los mitos de esta época revelan un influjo de los descubrimientos técnicos sobre la visión del universo. Así, el origen del mundo es atribuido a un Dios ingeniero en riego que separa la tierra de las aguas, y la creación del hombre se debe a un alfarero que lo moldea en barro. Los mitos resultan así tecnomórficos” (Ibidem. :150).

La decadencia interna de las civilizaciones, sus conflictos con los bárbaros y la introducción que éstos hicieron de dos técnicas modernas para hacer la guerra a las ciudades-estado: el caballo y el hierro, marcarían el final de las civilizaciones de la Edad del Bronce.

Las antiguas civilizaciones iniciaron su decadencia hacia el 1,600 a.C. pero su legado cultural, incluyendo el de la ciencia y la técnica, pasó a las nuevas culturas de la Edad de Hierro y, a través de ellas, hasta nosotros.

Así, como conclusión diremos que durante este nuevo periodo la magia, el rito y los mitos no desaparecen como modos de explicación del mundo sino que son asimilados y estructurados por un nuevo modo de conocer: la religión.

  Además, con las civilizaciones la finalidad del conocimiento cambia al ser desviada por dos tendencias:

  •  Por un lado, la división del trabajo que marca el momento en que el conocimiento teórico se aleja de las necesidades prácticas de adaptación al entorno –que era en la Edad de Piedra su finalidad primordial- al desinteresarse por las actividades económicas de la producción del grupo, lo que sucede cuando la religión y el conocimiento científico -convertido ya en actividad independiente- son monopolizados por las élites gobernantes que desprecian el trabajo manual realizado por el pueblo y, posteriormente, por los esclavos.

  •  Por otro lado, la separación del conocimiento teórico y el práctico (cerebro-mano) marca el momento en que el primero adquiere tintes ideológicos al servir a los intereses de las clases altas en el poder, contribuyendo a mantener una sociedad desigual.

  No obstante, al pretender dar cuenta de los fenómenos del mundo, ya no sólo naturales sino ahora también sociales, explicándolos y significándolos en función de su necesaria correspondencia o empatía con el mundo celestial creado por la clase sacerdotal, los conocimientos teóricos continuaron manteniendo un carácter unitario.

  Sin embargo, al diluirse la finalidad de adaptación del grupo al entorno y aparecer en escena una serie de necesidades e intereses sociales el conocimiento se bifurca en dos vertientes: una teórica, que adopta tintes ideológicos y que es enseñada y difundida entre las clases altas y otra práctica que se relaciona con las necesidades de la producción, instruida a las clases bajas.

Es así que la nueva relación de los hombres con el medio natural y las nuevas formas de organización social que se alcanzaron gracias a aquella durante la civilización determinaron tanto el carácter y el tipo de los conocimientos que se desarrollaron, como los destinatarios de los mismos.

Bibliografía

•  Antaki, Ikram (1998b) El Banquete de Platón : Filosofía. Segunda Serie . Edit. Joaquín Mortiz. México. 174 pp.

•  Antaki, Ikram (1998c) El Banquete de Platón : Religión. Segunda Serie. Edit. Joaquín Mortiz. México. 143 pp.

•  Bernal, John D. (1986) La Ciencia en la Historia . UNAM-Nueva Imagen, 8ª Edición. México. 693 pp.

De hecho para estos autores dicho desdoblamiento de las fuerzas naturales y el temor del hombre ante ellas, es lo que hace posible no sólo al mito y a la religión sino a la ciencia misma.


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NO. 9